POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
No hay cosa peor en la vida que la ignorancia voluntaria, que muchas veces, aunque lo evidente está ante nuestros ojos, los cerramos, encogemos los hombros y dejamos pasar la ocasión. Así mismo, a pesar de que sabemos que lo que pretendemos no puede llegar a buen fin, nos empecinamos por no dejar avanzar a los demás, a pesar de saber que el móvil que les guía está en buena línea, y que la postura que adoptamos nosotros por lo imposible que es, solo se sustenta en nuestro afán de protagonismo y de poder. Para mí, esta actitud cae en lo que al principio refería como ignorancia voluntaria, que otra cosa bien distinta es la involuntaria, pues no siempre podemos saberlo todo.
A este respecto, en nuestra historia, y en un acto de sentida humildad hemos de reconocer que no podemos ser conocedores de cuanto ha acaecido durante los siglos de nuestra existencia civil o eclesiástica. Si soy sincero, y lo pretendo ser, siempre me ruborizo cuando oigo decir el consabido, «tú, que lo sabes todo», y pienso para mis adentros haciendo mío aquel dicho atribuido a Sócrates, por su alumno y filósofo Platón, «solo sé que no sé nada», o bien ese pensamiento del Sabio Caralampio que sentencia, «difícil es llegar cuando no se conoce el camino», y que interiorizado me hace meditar en que involuntariamente ignoro infinitas cosas. A este respecto, y en ese desconocimiento inconsciente, aunque otros historiadores nos han hablado de ello, hemos de reconocer que es una circunstancia poco divulgada, el que Orihuela, allá por el siglo XV estuvo regida eclesiásticamente por un obispo que llegó a ser Papa.
Eran aquellos momentos en que políticamente pertenecíamos a la Corona de Aragón y espiritualmente a la de Castilla, en concreto a la Diócesis de Cartagena con sede en Murcia. Se vivía entonces el vicariato y se luchaba por alcanzar un obispado propio independiente del cartagenero, sufriendo los oriolanos excomuniones y otras afrentas. El prelado murciano no era otro que el setabense Rodrigo de Borja que rigió los destinos de su diócesis desde 1480 siendo ya cardenal, hasta que fue elegido Papa el 3 de agosto de 1492, con el nombre de Alejandro VI. Su elección estuvo rodeada de muchas intrigas palaciegas como indica Luis Von Pastor, «después de siete manejos simoniacos».
Su pontificado, en cuanto a la moralidad se refiere no fue muy ejemplarizante, empezando, como dice el autor anterior, los escándalos en la Iglesia Romana. Recordemos que el Papa Borja o Borgia para los italianos, Alejandro VI, tuvo cuatro hijos con Vannozza Catanei, sobresaliendo, en la triste historia de su papado, César y Lucrecia, y siendo su única preocupación como Papa, según Juan Dacio, sus intereses familiares y la conquista de territorios para sus hijos. Pero, regresemos a la época en que era obispo de Cartagena, y Orihuela espiritualmente dependía del mismo. Los oriolanos estaban luchando porque su colegiata fuera erigida como catedral, y los prelados cartageneros, entre ellos, Rodrigo de Borja tenían miedo de venir a Orihuela, en la cual cuando efectuaban la visita pastoral disponían de un palacio que estaba ubicado en el mismo lugar en el que hoy se encuentra la recién inaugurada Biblioteca Municipal María Moliner, y que con anterioridad fue Hospital de San Juan de Dios. Asimismo, en ese mismo emplazamiento y hasta la extinción de los Templarios en los albores del siglo XIV, éstos tuvieron su convento.
Lo cierto es que por la dejadez de los obispos de Cartagena, el edificio que albergaba su citado palacio episcopal, comenzó a deteriorarse, dejándolo de reparar a pesar de que los oriolanos insistían en ello. Tal fue el quebranto del inmueble que pasó a ser utilizado como corral y establo de los bueyes del abasto de la ciudad. Ante esta situación de desidia, el Consejo oriolano, según José Montesinos, dirigió al obispo Borja «una carta muy satírica (y si debemos hablar sin pasión) poco atenta», entre cuyas letras le apuntaban: «Su Reverencia y los del apellido de Borja, sus ascendientes y presentes, se honran de tener un buey por blasón y armas en su escudo, y en la casa que vuestra Reverencia como obispo de la Santa Iglesia de Cartagena tiene por palacio en Orihuela, se honran los bueyes de nuestros abastos de tenerla por establo y corral». A nivel popular, según Rufino Gea, comenzó a circular una copla que decía: «Se honra el obispo de Murcia,/ en tener un buey por armas;/ y los bueyes en tener,/ su palacio aquí por cuadra».
Al obispo no debió de sentarle muy bien la misiva, ni «los humos altaneros de los oriolanos», sin embargo, a partir de entonces, el que era su oponente, comenzó a llevarse bien con ellos y a tratarlos con «respeto y urbanidad». El obispo, después Papa, supo encajar el golpe y dejó de ser ignorante voluntario hacia los problemas espirituales que vivían sus diocesanos en Orihuela. No como otros, que ahora siguen y seguirán voluntariamente ignorando lo evidente en su propio interés, a pesar de las necesidades que sufren los demás. Pero, a pesar de todo podemos decir que nuestra ciudad estuvo bajo la tutela de un prelado que llegó a Pontífice de la Iglesia Romana, aunque no muy ejemplarizante, por cierto.
Fuente: http://www.laverdad.es/