POR JUAN CUÉLLAR LÁZARO, CRONISTA OFICIAL DE FUENTIDUEÑA Y FUENTEPIÑEL (SEGOVIA).
Fueron apenas tres años los pasados en Lérida (la catalana Lleida, y también la ibérica Iltirda y la romana Ilerda), pero en realidad fue toda una vida de la que recupero, cuarenta años después, los recuerdos de aquellos días impregnados con una mezcla de nostalgia y gratitud por las experiencias vividas y las personas conocidas, algunas de las cuales, desgraciadamente, ya no están. Y entre ellos aparecen situaciones que de no ser por las fotos nos parecerían como escenas de cine mudo (Julio Llamazares dixit) sacadas de un sueño.
Situaciones como las vividas en su acogedor parque de los Campos Elíseos, junto al río Segre y a los pies de la Seu Vella, la catedral vieja que domina el horizonte y es el símbolo omnipresente de la ciudad. En su Palacio de Cristal, un entonces casi desconocido Joaquín Sabina nos cantó una tarde sobre las historias de una “Princesa” que llegaba demasiado tarde y de un don Juan que se pintaba la boca y que en el cine Carretas de Madrid se transformaba en “Juana la Loca”.
Y casi cuarenta años después de aquel reportaje gráfico de un 22 de septiembre de 1985 he intentado reproducir las mismas escenas y el resultado a la vista está. El tractor sigue subiendo su rampa y el tractorista con él la rampa de la vida. Las fuentes, con o sin agua, siguen siendo fuentes. Tan sólo he echado en falta a mi sirena varada que no ha podido sobrevivir al paso del tiempo y ha sido sustituida por otra más estilizada y juvenil; pero no es lo mismo.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que todo cambia pero que de alguna manera todo permanece, y que en medio de esta vida tan ajetreada es importante detenerse un poco a veces y apreciar las pequeñas cosas que hacen que la vida sea verdaderamente significativa.
¡Buen día!
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