POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID).
Ayer no me perdí por las montañas de la Fócida buscando una respuesta. Pero estuve cerca del agua de las fuentes y las veredas.
No era una cierva blanca como la que soñó Borges, pero si una corza curiosa. Y no de la verde Inglaterra, ni de una lámina persa, pero después de mirarnos se esfumó en esa tarde tranquila.
Recuerdo estar entre mucha gente y deseaba estar allí. Y una sala repleta de libros como un tesoro escondido para la avidez de un lector. Y viandas selectas, dulces y saladas, como nunca había comido. Y conocí a quien nos ayudó a guardar nuestro pasado, con un extraño artilugio, en placas escritas. Un antiguo protector de espíritus, hace años, en aquellas tierras, al que llamaban como al de Tarso.
Bajo las ramas de un tilo estaba cerca de una quinta anónima de preciosas damas, desconociendo si eran musas o náyades, aun sin oir el sonido de la lira del dios de la luz y el sol, porque atardecía. Recuerdo sus risas. Prometí no traspasar el umbral del oráculo prohibido contando lo vivido. Y no dar nombres de lo acontecido. Quizás por ello a una de ellas y a mi mismo nos incordiaron las cínifes.
La vida tiene multitud de matices, con sus miles de réplicas, con sus encontradas opiniones y aun entrando en el templo de Delfos para encontrar respuesta, recuerdo ayer que tampoco las encontramos respecto a la inacción humana con mi buen amigo de una villa cercana.
Muchas voces me han intentado intimidar en la vida, otras me han negado la existencia, algunas se han puesto a favor, otras en contra, pero ayer, estaba convencido de encontrarme en un lugar elegido. Por eso hoy, entre legañas oníricas veo la estampa de anoche como si hubiera sido soñada. Pero no lo fue.
Gracias Mónika, Santi, Susana…
Fotografía de MariCarmen González