POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
La Revista La Voz de San Antonio, fundada en 1895 por la Provincia Bética Franciscana, publica en el número 1.902 (julio-agosto) un artículo que he escrito sobre la presencia del santo paduano en la ciudad de Trujillo. Comparto una parte del texto: Trujillo conoció los desasosiegos de los religiosos de pardo hábito, nudosa cuerda y mantillo corto, hijos de San Francisco de Asís, rezumo de espiritualidad y modelo de cómo había que entender el evangelio desde la comunión fraterna en obediencia, humildad y pobreza. Francisco de Asís fue un sediento de Cristo. Francisco de Asís fue el iniciador de un impulso múltiple, pero bien definido, cuya característica es la sinceridad cristiana: prontitud alegre y suelta al imperio del amor, para seguir a Cristo y, por Él, experimentar el misterio de la hermandad con los hombres y con la creación bajo la paternidad de Dios. Quedaría inconclusa la visión del Franciscanismo trujillano, sin la fecunda crónica dejada por la hijas de Santa Clara, que deseosa de abrazar el ideal de vida propuesto por Francisco de Asís, abandonó su casa y se consagró a Dios. San Francisco y San Antonio fueron dos figuras extraordinarias del cristianismo. Su huella prevalece en los rezos que van y vienen en las iglesias y conventos donde se proyecta la sombra de Dios.
Las clarisas del madrileño Real Monasterio de las Descalzas Reales propiciaron la fundación del convento de San Antonio de Trujillo, diez años después de la conclusión del Concilio de Trento. En las paredes de la planta baja del patio central quedan restos de policromía de las pinturas al fresco. En la portada de la casa, entonces extramuros de la ciudad, su friso acoge una imagen de altorrelieve de San Antonio.
Acudo a la Plaza Mayor, ágora de Trujillo. Punto de encuentro y trato común. Principio y fin de todas las cosas. Casas del Concejo, palacio de Chaves Cárdenas, casa del Peso Real, de la Cadena. Palacios del Marqués de la Conquista, Duque de San Carlos y Marquesado de Piedras Albas. Iglesia de San Martín de Tours, levantada cuando la feligresía se asentaba en el arrabal a finales del siglo XV. Tomando cuerpo y altura en la centuria del dieciséis, gracias a los arquitectos trujillanos Cabrera y Becerra, que dieron fuerza y belleza al templo. En la nave de la Epístola, junto a la capilla de los Santos Mártires Donato y Hermógenes que custodian a Ntra. Señora de la Piedad; está él, San Antonio abrazando al Niño, soportado por una columna, y con él un letrero que lo dice absolutamente todo “Pan de los pobres”.
Salgo de San Martín y voy por el arrabal de San Clemente al convento de franciscanas de San Pedro, antes de Santa Isabel, porque las monjas adoptaron la Regla y Conclusiones de la Tercera Orden Franciscana que estaban bajo el patrocinio de San Isabel de Hungría, llamadas Isabeles. Su fundación a finales de la centuria del quince. Las secuelas de la Guerra de la Independencia y las borrascas de la Desamortización y Exclaustración hicieron que la Providencia encontrara respuesta con el traslado de las religiosas que un día dejaron su casa trujillana junto a la puerta de Coria, buscando refugio en Plasencia. De la ciudad que agrada a Dios y a los hombres, llegaron al convento de San Pedro el 4/V/1851, pues su casa trujillana estaba inhabitable. En su iglesia está su ser de San Francisco y San Antonio sobre una nube.
Deseo concluir el paseo paduano en la iglesia del Convento de San Francisco de la Observancia, sus obras comenzaron en 1505. Tras la marcha de veintiséis religioso franciscanos, en 1836, su iglesia fue elevada a la categoría de parroquial. Construcción de notables dimensiones. El retablo mayor de factura barroca, resalta el sentido de la emotividad religiosa que preside San Francisco de Asís, y debajo la Virgen de las Angustias, hermosa talla que acoge al Hijo muerto en su regazo. Al entrar en San Francisco, sobre una columna y próximo a la capilla bautismal está San Antonio encima de una nube que contiene las Sagradas Escrituras y tres querubes. El santo paduano abraza al Niño. “Es el Santo a quien Dios su gloria fía, pura estrella de mágicos fulgores, antorcha que hasta el cielo al hombre guía”.