CRÓNICA: JUNTO AL PILDE ESPERANDO LAS PERSEIDAS.

POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID) 

Uno tiene que saber al menos dónde se encuentran los paraísos en su propio infierno. Para mí los veranos repiten estampas que luego recuerdo en la selva de las gentes urbanitas, en esos inviernos largos y tediosos, dónde la naturaleza humana no merece ser llamada humana.

Una de las lecturas este verano ha vuelto a los textos de uno de mis maestros en esta vida. Leer a Ramiro Calle me da una paz interior que pocas personas lo consiguen. En aquel jardín burgalés, bajo el moral, donde me escondo de la vida consiguiendo evadirme de mis tóxicos pensamientos llego a una paz espiritual siendo consciente de la volatilidad de nuestro camino.

La carcasa se hace vieja mientras el espíritu lo intenta negar. En Brazacorta existen ascetas que aún teniendo dificiles apegos son capaces de vivir en un estado austero y han llegado al entendimiento de que al día siguiente de nuestra muerte, continuará la vida. Y eso, en una dimensión de seres que se creen inmortales es un paso a la perfección.

Y ayer sucedieron esas estampas que me llevo en el alma. Miccionar en el Camino del Destierro viendo Casiopea y el carro, sin perder el norte, no tiene precio. Y volver a casa desde el bar por donde cabalgó el Cid es un premio no sé si merecido.

Fuimos de los pocos que nos quedamos de guardia mientras el resto cruzaba el mojón hacia Soria como cuando Almanzor quiso quemar la torre y a la segunda lo consiguió, aunque esta vez los rayanos iban de fiesta.

Un café en un patio con amigos intuyendo el Pilde entre las sombras a lo lejos y unas copas en la terraza del bar hasta casi la hora de los maitines son dos de esas estampas. Pusimos en su sitio la historia y los lugares, las gentes y sus prebendas y la conclusión a la que llegamos es que cuando uno muere es llorado por muchos pero al día siguiente muy pocos le recuerdan.

Aunque nadie muere mientras no sea olvidado. Y ya no sólo de las gentes, sino de las historias y diretes, de las palabras que ya no se nombran o las letras que no son cantadas denotan la necesidad de que existan los cronistas. Pensaremos en deseos para que los materialicen las Perseidas.Ç

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