VIDA DIARIA EN EL CÁCERES MEDIEVAL
Sep 19 2024

POR SANTOS BENITEZ FLORIANO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE CÁCERES

CIUDAD MONUMENTAL DE CÁCERES

La vida diaria de los hombres y mujeres medievales estaba totalmente condicionada por el tiempo, la salida del sol iniciaba el trabajo que no finalizaba hasta su puesta. 

En la Edad Media se produjo una revalorización del trabajo manual, produciéndose una especialización artesanal y una regularización de los lugares de trabajo, agrupándose los oficios por calles, todavía hoy conservamos en Cáceres las calles de Caleros, Hornos, Tenerías, etc., donde se asentaban los diversos gremios artesanales.

El clima condicionaba la vida del hombre medieval, sufriendo con dureza los rigores del invierno, muy temido, siendo combatido con el fuego. Los fenómenos meteorológicos adversos provocaban hambres y enfermedades y, a veces, la muerte.

Las viviendas de los campesinos contaban con una sola habitación que servía de comedor, cocina y dormitorio; los artesanos utilizaban su casa para vivienda, taller y tienda. Con el paso del tiempo empezarán a disponer de más habitaciones contando con un huerto, un pequeño patio y un corral.

Mención aparte están las casas de los nobles dentro del recinto monumental cacereño, con sus patios, cuadras, capillas, cocheras y todo tipo de servicios.

El mobiliario de los hogares de la mayoría de la población era escaso, se componía de mesas, banquetas, arcas y camas. La cocina era el lugar más importante por la presencia de la chimenea que aportaba el calor a toda la casa.

El pan y el vino eran los alimentos básicos, además de carne, hortalizas, legumbres, verduras, frutas y, a veces, pescado. La carne más degustada era la del cerdo siendo también muy importante la procedente de la caza y las aves de corral.

La comida más fuerte del día era la cena y los domingos se juntaba toda la familia después de la misa y se comía un poco mejor que durante la semana.

En las fiestas locales se hacían excesos y en la época de Cuaresma se sustituía la carne por los pescados, en Cáceres por los de río. En los acontecimientos importantes: victorias militares, bodas, nacimiento de hijos, etc., los banquetes a veces se prolongaban durante varios días.

MURALLA DE CÁCERES

El Fuero de Cáceres respetaba la integridad del hogar, señalando penas de horca a quien forzara a una mujer casada y si el marido encontraba a su mujer con otro hombre podía matarlos sin tener ninguna responsabilidad.

Si una mujer abandonaba a su esposo quedaba totalmente desheredada y nadie podía acogerla bajo pena de pagarle al marido diez maravedís por cada noche que la esposa pasara fuera del hogar conyugal.

También está fijado el tema de la separación de los cónyuges, no era una tarea fácil aunque se pusieran de acuerdo los dos, tenían que pedirlo al Obispo de la Diócesis y si éste no encontraba motivo para autorizar la separación ordenaba a los Alcaldes vigilasen la unión de los esposos y controlaran que ningun vecino pudiera acogerlos en su casa.

La autoridad del hogar medieval la tenía el padre y la mujer estaba sometida al marido. El matrimonio vivía en comunidad de bienes, pero se le reconocía a la mujer el derecho de tener bienes propios.

Según el profesor Antonio Floriano en el Fuero de Cáceres el hijo sometido a la autoridad del padre, a su patria potestad, es llamado “fijo emparentado”. No había el concepto de “mayoría de edad”, pero ya con quince años los jóvenes gozaban de derechos y deberes.

Se especifican asímismo los derechos de las viudas y de los huérfanos. La viuda si no hubiese caudal común tomaría la mitad del haber del marido y se le obligaba a llevar a la iglesia cada domingo y cada lunes ofrenda en especie, en metálico y luz para colocar sobre la tumba del esposo durante la celebración de los divinos oficios.

La viudez era considerada como un estado que liberaba a la mujer, permitiéndole actuar con desenfreno y lascivamente. La profesora de la Fordham University, Louise Mirrer, nos señala que las viudas en la Edad Media eran libres de casarse de nuevo, pero tenían que esperar normalmente un año y la Iglesia veía con buenos ojos que volvieran a casarse porque las veían como mujeres jóvenes y atractivas y, por lo tanto, como una trampa diabólica.

En cuanto a los huérfanos, los parientes por parte paterna y materna debían de dar el consentimiento para el matrimonio de la huérfana y para el huérfano respondían de los compromisos contraídos por el padre.

Un rasgo más de la pobreza y de las constantes guerras que había fue el frecuente abandono de niños, ya que ellos constituían el sector más vulnerable de la sociedad. Michel Mollat apunta, acerca de la elevada tasa de mortalidad infantil medieval y ante la grave problemática social de los huérfanos, que surgieron instituciones para su albergue y protección.

En estas sociedades hospitalarias se facilitaba la protección institucional brindada a los pobres, como eran los hospitales, monasterios, limosnas o dotaciones en grano o efectivos, que conformaban la ayuda material, la espiritual era otorgada por los religiosos a través del modelo de Cristo.

El vecino o poblador tenía su hogar en la Villa Cacereña y su ajuar para uso personal, era muy limitado. Todas las cosas muebles de utilidad, como nos dice Antonio Floriano, se llamaban “alfaias”, que correspondían a las ropas, adornos, muebles y utensilios de la casa.

En el Fuero se hace mención al “lecho”, que consistía en una simple tarima o sencillas tablas que separaban las ropas del suelo; en otros casos esta tarima estaba apoyada en cuatro patas o dos burrillas. Los más ricos disponían de pies y cabecera.

En las casas acomodadas sobre el mueble se colocaba el colchón o “plumazo”, normalmente de paja. Aparte tenían sábanas, mantas o cobertores, una colcha y una almohada.

Las prendas que utilizaban para uso propio aparecen con los nombres de ropas y vestidos y eran de lo más variado.

Las telas se llamaban “trapos” y su comercio era el “mercado de trapería”. En los Fueros aparecen los paños finos (“pannos”), los de algodón (“fustan”), los bastos (“burel”), el “lienzo”, el “sayal” y la “marfaga” o tela tosca con la que se hacían los cilicios y las ropas de luto.

Del calzado apenas hay noticias, salvo las “abarcas”, que eran trozos de cuero adaptados a la forma del pie que se sujetaban con cordones y se ataban a lo alto de la pantorrilla; aunque también creemos que utilizarían zapatos más elegantes, pero no tenemos referencias documentales.

FUENTE: CRONISTA S.B.F.

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