POR PABLO IGLESIAS AUNIÓN, CRONISTA OFICIAL DE PUEBLA DE LA CALZADA (BADAJOZ).

Quienes hemos tenido a lo largo de los años la oportunidad de formarnos en la Universidad -y seguimos haciéndolo como docente y discente- de adquirir unos estudios para poder afrontar con cierto rigor el conocimiento del pasado, su análisis y su comprensión para posteriormente difundirlo, de manera especial a través de la enseñanza y por medio de muchas de sus diversas ramas, sabemos que desde el momento que ambas disciplinas se unen (Historia y Docencia), empezamos a tener la oportunidad de captar el aprecio por lo cercano de manera que, cuando esa cercanía entre en el espacio del conocimiento y la divulgación histórica, todo adquiere otra forma. Personalmente mi profesión me ha permitido unir Historia, Enseñanza y Religión, tres caminos que en su cruce forman una realidad tridimensional.

Nada descubrimos como nuevo en torno a las localidades que configuran nuestro marco espacial y geográfico pero a la vez, si lo presentamos desde el prisma de la investigación histórica, todo puede resultar nuevo, fresco e ilusionante.

Montijo, como Puebla de la Calzada o Torremayor, por citar solo algunos ejemplos de ello, nos sirven para atrevernos a invitarles a que se encuentren con su historia, con nuestra historia. Lo vamos a ir haciendo de la mano del patrimonio histórico-artístico concretamente con el Montijo del siglo XVII, desde la llamada «centuria del Seiscientos» , un siglo apasionante, el que se inicia con Felipe III (1598-1621) y termina con el último de los Austrias Carlos II (1665-1700). El llamado siglo de la crisis, el que la historiografía trata como el del final del imperio o el llamado siglo de los Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II).