La ciudad portuaria siempre ha tenido históricamente un gran peso en España. Así lo demuestra la visita que la Reina Isabel II realizó en Cartagena, en la segunda mitad del siglo XIX, para protagonizar un acontecimiento sin precedentes: inaugurar la primera línea de ferrocarril que uniría Cartagena con Murcia.
Isabel II llegó a la ciudad portuaria el 21 de octubre de 1862: una efeméride de la que este lunes se cumplen 162 años. Aquella inauguración pretendía tratar de solucionar un problema de conexión entre las dos urbes más importantes de la Región de Murcia, y curiosamente, la situación del ferrocarril sigue generando controversias más de un siglo y medio después, a la vista de lo sucedido este fin de semana con el corte de la línea de Alta Velocidad entre Madrid, Murcia y Alicante.
Todavía queda mucho por hacer en materia ferroviaria en Cartagena, tal y como ocurría en aquella visita de Isabel II, cuyo objetivo era pasar unos días en la ciudad antes de inaugurar el tren que conectaba con Murcia. Lo que (quizá) no sabía Su Majestad, era que el estreno del ferrocarril iba a ser más de cara a la galería que otra cosa. Así lo explica a EL ESPAÑOL el cronista oficial de Cartagena, Luis Miguel Pérez Adán: «Se pusieron las vías para que ella fuese de Cartagena a Murcia. Cuando terminó el viaje, las desmontaron porque no estaban terminadas».
En cualquier caso, más allá del estreno del ferrocarril, la llegada de la Reina de España a la ciudad portuaria iba a estar repleta de anécdotas. Algunas de ellas, se convertirían en historias muy populares entre las poblaciones colindantes.
Sea como fuere, en aquel lejano 1862, a la tatarabuela de Juan Carlos I no le quedaban muchos años en el trono, debido a ciertos descontentos sociales. Pero aquel año todavía conservaba una popularidad considerable. Prueba de ello es que cuando visitó Cartagena, la ciudad entera se detuvo para arropar a la monarca. Isabel II llegó al puerto cartagenero, a bordo de una embarcación procedente de Cádiz. «El desembarco se produjo a las 11.30 horas», según detalla el cronista Pérez Adán, al tiempo que señala que los reyes «estaban acompañados por toda su familia, además de varios ministros e integrantes de su séquito».
Como se puede apreciar en la icónica fotografía realizada por Charles Clifford, a la Reina Isabel II le esperaba una inmensa multitud que se apelotonaba en los muelles del puerto. Algunos curiosos llegaron a subirse a sus barcas para poder ser testigos de esa visita. La mayoría de los curiosos eran pescadores y trabajadores humildes que probablemente nunca habían visto a ningún miembro de la realeza.
De hecho, las imágenes de esta visita inmortalizadas por Clifford son, según el cronista de Cartagena, «de las primeras fotografías de la historia tomadas en la ciudad». En concreto, al fondo de la imagen del puerto, se aprecia la Muralla del Mar que en la actualidad conserva el mismo aspecto.
Ese mismo 21 de octubre, el gobernador civil de la provincia, Pedro Celestino Argüelles, publicó un Boletín Oficial Extraordinario informando a la población de que la reina había convocado un besamanos general para el día siguiente. Curiosamente, en el comunicado se advierte de que al besamanos solo podían asistir «las señoras, en traje redondo, escotadas y manga corta». Particularidades de la época.
Isabel II, la reina de una España que todavía conservaba colonias en África y América, aprovechó su estancia en Cartagena para visitar los lugares más importantes de la ciudad. «La Familia Real se estableció en el Palacio de la Capitanía General», según explica el cronista Luis Miguel Pérez Adán.
Este edificio, ubicado en pleno centro de la ciudad, todavía permanece operativo en manos de la Armada, al igual que cuando la reina se hospedó en él hace 162 años. «En sus dos días de estancia, la reina visitó el Hospital de la Caridad, además de otros edificios religiosos e institucionales de la ciudad», amplía el cronista. Pero sin duda, uno de los momentos más curiosos de esta visita real fue cuando su Majestad se empeñó en acceder al interior de la galería de una mina.
Este acontecimiento marcó un hito histórico en la vecina Villa de El Garbanzal: una pedanía del municipio de La Unión. Ni los dueños de la fundición minera que estaban visitando los reyes, ni los miembros de la corte, ni ninguno de los encargados en preparar el recorrido se habían imaginado que su alteza les fuera a salir por tal ocurrencia -o capricho según se mire-.
Al fin y al cabo, las minas de la zona eran galerías lúgubres, oscuras y llenas de polvo, marcadas por su peligrosidad. Prueba de ello es que los trabajadores se jugaban el pellejo día a día para conseguir llevar un mínimo jornal a casa. Como es natural, todo el mundo pensaba que Isabel II no pintaba nada por allí abajo.
Pero la Reina de España, curiosa ella, se empeñó en acceder a las entrañas de la Sierra Minera. El periódico La Época redactó una detallada crónica del suceso: «Sus Majestades manifestaron deseo de visitar una mina y se dirigieron a la galería de la titulada Belleza, que es digna de visitarse por sus dimensiones y acertada construcción».
«Sus Majestades entraron a gran distancia y profundidad en la galería, conducidos por el ferrocarril de la misma, señalando Su Majestad con una barrena (cartucho de dinamita) el sitio hasta donde había llegado». Semejante escena hubiera hecho hoy las delicias de los fotógrafos de todo el mundo: los Reyes de España, encaramados en lo alto de una vagoneta, «sin querer aceptar más asiento que una rústica silla cubierta por las pobres mantas de los trabajadores», tal y como reza la crónica.
Aquella visita se extendió de boca en boca, como la pólvora, primero entre los mineros y luego entre los vecinos de la Villa de El Garbanzal y del resto de pueblos que jalonan la Comarca del Campo de Cartagena. De hecho, aún se conservan en la Sierra Minera de Cartagena-La Unión los restos de la mina Belleza que visitaron Sus Majestades hace ya 162 años.
El trayecto a bordo del nuevo ferrocarril se desarrolló con normalidad, pero tras culminarlo desmontaron las vías, según recuerda el cronista Pérez Adán. Una chapucilla digna de un cómic de Mortadelo y Filemón con la que culminó una de las historias más rocambolescas de Cartagena, por donde hoy en día, no vuelve a haber ni rastro del tren cercanías.