POR ÁNGEL RÍOS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE BLANCO (MURCIA).
El orar por los difuntos es muy antiguo, ya en el libro 2º de los Macabeos (Antiguo Testamento) dice: Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados (2 Mac, 12. 46) y, continuando con esta tradición, en los primeros días del cristianismo se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica (conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la iglesia primitiva anotaba en dos líneas pareadas los nombres de los vivos y muertos por quienes se debía rezar).
Los benedictinos del siglo VI oraban a los difuntos el día siguiente a Pentecostés. En tiempos de San Isidoro (+ 636) se celebraba algo parecido el domingo segundo de los tres que se contaban antes del primer domingo de Cuaresma.
Según el testimonio de Widukind, abad de la Corvey (Alemania), hacia el año 980, hubo una ceremonia consagrada a la oración de los difuntos el día 1 de noviembre, fecha aceptada y bendecida por la Iglesia.
San Odilón u Odilio, abad del Monasterio de Cluny (sur de Francia), en el año 980 añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que se llamó Conmemoración de los Fieles Difuntos. De aquí se a otras congregaciones de benedictinos y cartujos; la Diócesis de Lieja la adoptó en las proximidades del año 1000; en Milán se adoptó en el siglo XII.
Jorge Manrique poeta del prerrenacimiento, siglo XV, en “Coplas por la muerte de su padre”, en la V, nos describe muy bien la vida y la muerte:
Es bueno que conozcamos todo lo relacionado con la muerte pero no debemos caer en el desánimo, los cristianos sabemos que la muerte no es el final, Cristo la ha vencido, es el paso a la vida eterna, lo cantamos en las misas de difuntos en “Acuérdate de Jesucristo”:
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