POR GOVERT WESTERVELD, CRONISTA OFICIAL DE BLANCA (MURCIA)
Si no me equivoco, uno de nuestros lectores quería saber más sobre la aurora. Casualmente, me he topado con un antiguo texto del siglo XIX, con otros interesantes textos de música y danza relativos a Murcia, y me parece que merece la pena presentarlos a los lectores. Empiezo pues por la aurora.
Existen en Murcia unas cofradías o hermandades, cuya antigüedad suponen algunos remontarse al siglo XV, que tienen por patrona a Nuestra Señora de la Aurora. Están afiliados en ellas gran número de artesanos, y el objeto de la asociación no es otro que auxiliarse mutuamente en casos de enfermedad o muerte, y asistir colectivamente a los actos del culto religioso, ejercitando en ellos el cultivo de una abundante colección de cantos de singular belleza, conservados por la tradición.
Antiguamente existían tantas hermandades como parroquias, siendo la principal la que radicaba en la iglesia del Rosario; hoy sólo quedan tres o cuatro, y éstas en marcadísima decadencia. Cada una de estas hermandades forma una cuadrilla de veinte o veinticinco auroros, según el nombre que ellos mismos se dan, que canta a voces solas, sin otro acompañamiento que una campana de mano que marca el ritmo, componiéndose su extenso repertorio de salves, letanías, misas y otras de las oraciones propias del culto; pero las más en juego, las más conocidas del público y las que caracterizan el género, son las salves, de las que tienen gran variedad, y son las que propiamente se entienden con el nombre genérico de canto de la Aurora.
Estas salves, muy semejantes entre sí por lo que respecta a la música, sólo se diferencian en la letra, que varía según la aplicación que de cada una de ellas se hace, y en el movimiento más o menos lento, encontrándose en todas ellas las mismas o parecidas melodías, los mismos giros y cadencias, el mismo ritmo y la misma estructura, salvas ligerísimas variantes, que no merecen ser notadas. Conocida una, se tiene idea aproximada de todas ellas. Estas piezas, trasmitidas de unas generaciones a otras por la tradición, y sin que el arte halla puesto nunca mano en ellas, están plagadas de incorrecciones, técnicamente consideradas, y tienen el desaliño que es consiguiente a estar confiada su custodia y conservación a personas desposeídas de toda noción musical, que las trasmiten de viva voz, introduciendo en ellas las variantes y modificaciones que les inspiran su gusto, para mayor lucimiento; pero el efecto no puede ser más bello, más poético ni más interesante
El distintivo en la estructura de toda la música de estas hermandades consiste en las melodías en terceras, que a veces invierten en sextas, y el pedal en la quinta, que constantemente se oye, ya en una voz, ya en otra.
Los domingos y las festividades de la Virgen se reúnen los auroros en la iglesia donde radica su hermandad, y al toque del alba (tres y media en verano y cinco en invierno) oyen misa, en la que cantan el Santo Dios y algunas otras oraciones de su repertorio, habiendo recorrido antes, en cuadrilla, las calles de la población, despertando a los cofrades, para lo cual cantan en la puerta de cada uno la salve que llaman de la despierta o de la arbolá (corrupción de alborada). A estas horas, en que la ciudad duerme tranquilamente, se deslizan como sombras por silenciosas y oscuras calles, llegan a la puerta de un hermano, y el que lleva la campana da con su mango tres rudos golpes sobre ella; entonces el jefe de la cuadrilla exclama: Ave María purísima…Sin pecado concebida-contestan los demás; el argentino timbre de la campana rompe el silencio y comienza el misterioso coro, que con sus dulces y armoniosos giros, sus crescendos y dimi-nuendos, sus efectos a boca cerrada y su singular carácter, produce un efecto sorprendente, que adquiere mayores proporciones por la fantástica poesía que le presta lo excepcional del momento en que toda naturaleza reposa. Cuando el cuanto termina, repite el campanillero los tres golpes en la puerta, rezan un Ave María con voz susurrante, y se marchan recatadamente, perdiéndose sus pasos en el silencio y sus sombras en la oscuridad de la noche.
Imposible es describir la belleza conmovedora de este acto y la vivísima impresión que produce en el ánimo del que, soñoliento, despierta a los acordes de esta música tan original y tan originalmente presentada.
Cuando un hermano o algún individuo de su familia muere, acompaña al cadáver la cuadrilla de su hermandad hasta el cementerio, y allí, durante el sepelio, entona la salve que corresponde al caso. Lo melancólico del sitio, lo penoso y triste del acto, que suele tener efecto a la hora en que las sombras de la noche se acercan, los acompasados y lúgubres tañidos de la campana y los afectuosos acentos de la masa coral, que cual lamentos surgidos de las tumbas, se elevan al cielo, imprimen un doloroso y sombrío carácter a la ceremonia, del cual en vano trataría de sustraerse el que escucha.
La colección de salves de estas hermandades está clasificada con títulos conservados por la tradición. Algunos de éstos los justifica el asunto de la letra; pero otros, extraños completamente a este género de composiciones, no dan la menor idea de su procedencia y significación. Tales son las siguientes denominaciones: salve de la despierta, salve del difunto mayor, del ángel, de enfermo (que cantan cuando un hermano está en peligro de muerte), de gloria, de ánimas, de parida, de cuaresma, la carnal (cuya letra está basada en el misterio de la Encarnación), la chamberga o chamerga (muy lenta en su movimiento, y cuya duración no baja de media hora), la salerosa, la pausada, la arañada, la ordinaria, y la salve del carmelo.
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