POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONITA OFICIAL DE FORTUNA (MURCIA)
En primer lugar gracias a vuestra invitación para participar en esta Mesa Redonda junto a mis ilustres compañeros artistas Juan José Quirós y Zacarías Cerezo y en este lugar donde se respira arte y costumbrismo. Amigos sin duda conocedores de las costumbres de la huerta y de todo a lo que a Murcia se refiere, no solo utilizando el cincel para quitarle al material lo que le sobra, como dejando sobre el papel el blanco necesario en el arte acuarelístico.
Buen motivo sin duda este momento en que el paisaje se cubre de tonos ocres de un otoño que se va desgranando para dar paso al invierno en un noviembre fundido en los tonos dorados donde el pensamiento rebosa paz. Y es que este tiempo es bueno para meditar sobre la vida y la muerte en el ciclo terminal de la cosecha, cuando ya se ha recogido los frutos en abundancia y los rebaños tornan a sus majadas. Es tiempo de recogimiento donde el hombre mira hacia dentro, se une con el más allá, penetra en otra dimensión y reconoce otros valores que hoy se están perdiendo.
Y lo es porque la vida posee tal trajín que se olvidan aquellas fechas donde el hombre se buscaba a sí mismo y su relación con el último instante de su vida. Se puede decir que el ser humano está inserto en distintos momentos de tránsito que forman parte de su vida desde que nace a la muerte. Se enlaza con rituales que denotan el suceder en el tiempo. Es así que noviembre imprime carácter y gesta en el humano una serie de sentimientos relacionados con el más allá con la esperanza en el otro mundo, actuando en relación a una tradición pagana y cristianizada que queda latente en los días del 1 Y 2 de noviembre, relacionados con la festividad de Todos los Santos y de Difuntos cuya expresión en la huerta deja muchos matices que el folklorista debe estudiar y que se contienen el” silencio del hombre” desde el esquema funerario. Lo que significa que caben expresiones funerarias relacionadas con la escultura, arquitectura y la pintura con muestras espléndidas en Murcia.
Naturalmente mis compañeras tratarán de estos temas, que nosotros dedicaremos nuestra atención a dar unas pinceladas en el aspecto etnográfico, señalando el sentimiento popular ante la muerte, en los modos de actuar acomodándose al ciclo agrícola. Que es como unan forma de adecuar su actuación al tiempo en que finiquita la cosecha y da paso a un nuevo tiempo relacionado con el misterio de La muerte, que condiciona la vida del hombre, tránsito definitivo que espera la barca de Caronte para llevar al difunto a lo desconocido. En este punto cada civilización le ha dado un sentido a los elementos funerarios al enterramiento, acompañamiento y el luto.
Momentos que forjan un conjunto de rituales que de una u otra forma sigue el pueblo a través de los siglos con variaciones y latencias de paganismo que el cristianismo sustituye en la versión de sus dogmas, aunque no del todo, acaso porque la voz popular recoge con profundidad arcaicos usos. De esta forma lo aducen antropólogos de la dimensión de un J. George Frazer en su obra imprescindible “ La rama Dorada”, al dar sentido a estas expresiones funerarias dispuestas en los sarcófagos, estelas, cipos, que se observan en inscripciones y monumentos de las viejas culturas.
Y es que el hombre se acomoda a esos ciclos, un lado al iniciarse el año y al terminar, que se centra en el mes de noviembre con la festividad de Todos los Santos fundamentada en el siglo noveno por Bonifacio IV y Gregorio IV, sustituyendo la versión pagana de Adriano que asiste al Panteón de los héroes romanos, por la cristianizada fiesta de Todos los Santos, mártires que dan la vida por Cristo, que Odilón, fraile de la Orden de San Benito constata en toda la Iglesia.
Momento muy significativo en la cultura celta que influye en Europa, desde ese punto de transición del otoño al invierno donde se inyecta de trascendencia el sentimiento humano por comunicarse con el más allá en la creencia de que las almas de los muertos retornan a sus viejos hogares, resguardándose en sus moradas familiares, al igual que los animales retornan a sus establos.
En este sentido ya nos dice Frazer “ ¿Podrían el hombre honrado y la mujer buena negar a los espíritus de sus muertos la bienvenida que dan a las vacas? “. Lo que hace reflexionar al antropólogo de que también en esos instantes revolotean las brujas y duendes por las azoteas de las casas haciendo sus cometidos, asustando a los vecinos y hundiéndolos en sus hogares.
De tal forma surge todo un contenido de expresiones donde en distintas zonas de Europa se dejaba de recoger gavillas al finalizar el día de vísperas de Todos los Santos, pues la última se entregaba a las ánimas. “ ¡Para las animas benditas “, se gritaba, lo que entraba dentro de los rituales paganos en torno al Samhain irlandés ( VIsperas de Todos los Santos) que tiene sus connotaciones con el Halloween en la noche de 31 de octubre que ha patentizado en Europa la fiesta en un sentido pagano, dándole un tinte de folklore carnavalesco, agudizado más por la pérdida de las tradiciones más señeras que regían en este tiempo de recogimiento cristiano, recordando a nuestros difuntos.
Podremos poner énfasis en la variedad de usos en torno a la víspera de Todos los Santos y de Difuntos, la riqueza de sentimientos del `pueblo ante la despedida de sus seres queridos, su acompañamiento a los cementerios, lugares donde dormitan sus cuerpos y se recortan en las tardes los cipreses fieles a las almas que los pueblan. Y es en los pueblos más apartados donde se recogen, quedan con mas fuerzas aquellos usos de antaño sobre la enfermedad, la muerte y acompañamiento y el banquete complementario. Tal sucede hasta hace poco en la pedanía de Caprés en Fortuna, muy estudiados por otra parte y corroborados por nosotros, pues cuando un vecino moría estaba el rito del “ acompañamiento” completo, durante toda la noche llevándose incluso sillas a la casa del fallecido, tenían que hacerlo todos excepciones. A media noche se daba el “ banquete”, pequeño refrigerio a base de pescado. En otras pedanías asisten al muerto las “ rezadoras” a veces contratadas durante toda la noche, después estaba la ceremonia del “ entierro” bajándolo en carromato el cadáver hasta Fortuna, que era en ocasiones una aventura. Tras el enterramiento se reunían a “ comer todos juntos “, que era un modo donde el pícaro se introducía de soslayo y acompañaba en el banquete.
El luto se observaba durante tres años con el impedimento de hacer dulces en la Navidad, ni matar ni comer cerdos. Aún en el pueblo inhóspito sito entre barrancos y el mágico Cabezo de Mesa, con pocas viviendas de viejos agricultores dispersos, todavía se siguen estas costumbres cada vez más apagadas.
Es este tiempo de acogimiento, en la huerta se espera a las ánimas que se aproximan a las casas donde moran sus familiares con ansias de acogerlas, como lo hacen aun los huertanos más humildes rezándoles con mariposas encendidas en sus habitáculos, dejando una ventana abierta por donde miran en el crepúsculo violeta las lejanías entre los barracones y acequias, por donde se siente volver a sus antepasados.
No son de menor interés aquellas de la vieja huerta donde en la víspera de Todos los Santos acudían los muchachos de puerta en puerta de las casas diciendo “Dáme la orillica del quijal, si no me la das te rompo el portal”; que también se hacía en zonas europea, lo que la abuela o ama de la casa solía darles un dulce en evitación de destrozos, que se semeja a la costumbre acendrada ahora de ir por las casas de la ciudad porfiando lo de “ truco o trato “ de la nueva chiquillería que se educa en nuestras escuelas.
Que en ocasiones y con destreza aparecía en esta época en la huerta un “Ánima Sola” provocando ruidos en determinadas viviendas, como presagio de una muerte “ muy parecido a las danzantes que en Isso ( Albacete) simulaban con música este hecho indicando malos presagios, o duendes con el mismo signo en los pueblos de Moratalla y Caravaca . Anima que actuaba por propios fueros, y claro muy temida por los huertanos.
Pues era costumbre asustar a los vecinos del lugar vestidos los mozos de fantasmas, como los hemos visto en nuestros viajes por la huerta en la zona de El Raal, tan bien disfrazados con sábanas y con escobas que formaban un lienzo goyesco. De no menos espectacularidad eran los mogotes dispuestos en los caminos, a modo de esqueletos cuyas cabezas no eran sino calabazas descarnadas, con sus pintados ojos y boca, alumbradas por dentro, con velas encendidas que dejaban sombras siniestras en las heredades provocando terror en los viejos y mujeres que de madrigada acudían a sus hogares. Que aún se dice, se observaban a horas significadas procesión de ánimas, semejante a la Santa Compaña del norte, que había que esconderse de ellas y rezar oraciones de las Palabras retornadas, para evitar que aquellas tomaran nota de su presencia.
No era de menor interés la figura del Animero con su campanilla dejando su huella en su caminar por `parajes de la huerta y calles de la ciudad imponiendo su carácter y cierto temor entre los vecinos, como nos cuenta don José Ballester en su Alma y Cuerpo de la ciudad”,. Una figura que siempre nos ha interesado y forma parte del ser huertano, como la expresión del roalico, ese trozo de tierra que espera el último puñado de tierra con el que se despide el familiar del difunto.
Son expresiones justas del sentir de la huerta, ya desaparecida, que adquieren carácter en estos días de noviembre cuando la ciudad se cita en la plaza de las Flores para comprar la flor del crisantemo que llevará al cementerio, ese ramo de flores que conforman sus sentimientos más hondos como avemarías que deslizan sobre la losa de su familiar, como queriendo entregarle el último adiós. Y allí, en la soledad de sus calles sin nombre rezará una plegaria para sacar un ánima del purgatorio. O recorrerá el murciano en la noche mágica las calles recónditas donde queda la hornacina de Ánimas y en la de san Bartolomé mirará el cuadro de Saura Pacheco con una inscripción increpándole que al pasar les haga bien, ya que mañana puede ser ánima también.
Son momentos de transformación del alma que sabe que solo tiene su razón de ser ese sagrado y minúsculo recinto donde todo termina, donde se deja de ser hombre para ser “ estauta” como dice el viejo cavador huertano, como lo advierte el romance de ciegos que formaban cofradía en la ciudad desde el siglo XV, que en sus rondas señalaban:
“ Moriremos y en ceniza
Nos hemos de revolver,
Hoy la iglesia nos avisa;
Y en esto no puede haber
Excepción, cosa es precisa” (1).
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En este tiempo de silencio retiene el alma sus creencias para saberse viva desde la tribulación, y meditar, hacer que el humano reflexione, el pueblo hable de sus más profundos sentimientos ante el suceso final. Y lo hace desde sus querencias y su pasado milenario a través de las voces de auroros de tanto arraigo en la huerta. No hay pedanía huertana que no tenga su campana de Auroros, a los que se refiere Díaz Cassou (2) , refiriéndose a su cántico de la Aurora que sube “ al espacio como el perfume de las flores matutinas y se eleva al cielo…”- Cantos variados que reservan en diversas efemérides, que en noviembre se hacen profundo en sus salves de difunto, de Ángel si se trata de un niño, que impone cuando se juntan estos hombres milenarios en los cementerios y elevan sus voces en forma angelical que penetra en las vísceras sirviéndose de la campanilla y un pequeño farol que ilumina las almas de los difuntos, allí donde la voz se confunde con el más allá.
Y uno recuerda que en su época de niñez gozó de una completa noche de los auroros del Rincón de Seca partiendo de la iglesia, con la presencia ilustrada de Don Antonio Garrigós, el apasionado por estas voces de estos personajes hombres que esculpió tan espléndidamente, junto al pintor Párraga, Valbuena Briones y otros artistas que sentimos algo especial que nunca se olvidará. Vendrán otros instantes, aptitudes de las Cuadrillas, pero nunca superarán aquellos encuentros de una huerta profunda. Que este tema habría para hablar y dedicar una ponencia sobre el origen de los de Alcantarilla que estudiamos en calidad de cronista, la Hermandad de la Aurora fundada en 1780 con la anuencia del Obispo Rubín de Celis, estando presente el cura Fajardo y Martinez. Mantenía unos estatutos donde se decía que sus integrantes debían de ser hombres buenos y pacíficos, que nos hace recordar aquellos familiares de la Inquisición de Alcantarilla que habían de ser “ quietos y pacíficos. Hombres de la gleba que hacían dos Rosarios en el mes de octubre. Resonaba en la madrugada el canto de estos hombres a la Aurora que en el sentir de Alberto Sevilla, solo se puede saborear cuando se acerca uno a las sendas que “ cruzan el vergel murciano” .
Precisamente en Alcantarilla uno de sus valedores es el poeta Jara Carrillo expresándolo en su “Aroma del Arca”, cuando se refiere al sonido de las voces de las cuadrillas que en noviembre cantan las salves de difuntos: “ y se oyen quejumbres de muertos/ y se oyen suspiros del alma/ y el rezo armonioso/ va de casa en casa/ en labios de mozos y viejos/ son los legendarios auroros que pasan”. Y así estos hombres dejan su voz más honda en los días de Todos los santos con sus salves de hondura, como cuando rezan las Correlativas cada Viernes Santo en la plaza de San Andrés. Campanas imprescindibles en la huerta que sin embargo han pasado por momentos de decadencia en los años 90 del siglo XIX, que el Diario de Murcia denuncia y sirve de acicate para su completa defensa. Lo que sucede en el siglo XX con presencia de plumas que lo ensalzan, desde las voces de los poetas mencionados a Garrigos, seguido por Muñoz Cortes, Estremera Gómez, don Carlos Valcárcel en su “ Cancionero de auroros”, donde colaboramos con una ilustración, Nicolás Rex, Luna Samperio, Zielinski, Alberto Sevilla, hurgando en el pasado de la ciudad, o Flores Arroyuelo.
Estamos en noviembre, es tiempo de silencio, de oración, de recuerdo y añoranza. La ciudad y la huerta huele a crisantemo y llanto, a sabor de buñuelo y arrope envasado en la plaza de las Flores. Donde el hombre se encuentra a sí mismo y se une aese mundo invisible del que habla nuestro Selgas, ese brotar misterioso de seres que nos acompañan en estas noches de ánimas , “ hora de las apariciones, el momento pavoroso en que los espectros se levantan sobre sus sepulcros y echan, digámoslo así, una ojeada sobre el mundo de ambiciones y de lágrimas, de angustias y de placeres”.
Todo es distinto en el paisaje con los viejos cipreses junto a los panteones del cementerio y tumbas humildes de los desamparados. Y se nota el temblor de las almas que penan en el Purgatorio, la plegaria del hombre en este momento de trascendencia. Tiempo de recogimiento junto a los seres queridos y de consuelo para los creyentes que han sabido superar la gran tribulación.
Anotaciones.
1) Pasionaria Murciana. Diaz Cassou.
2) Idem.( Jara Carrillo. El Aroma del Arca)
Muchas gracias.
FUENTE: EL CRONISTA