Como buena parte de España, Portugal también está poblada de molinos de viento. Algo diferentes a los manchegos, por ejemplo, pero con idéntica finalidad y funcionamiento. Desde el sur, en el Algarve hasta el norte, en Montedor, el territorio portugués se valió de estos artilugios para la molienda del trigo y de maíz. Las primera referencias documentales a los molinos de viento aparecen ya en el siglo XIV, si bien los que hoy perviven datan, en su mayoría, del siglo XVIII. Superados ya tecnológicamente, son un atractivo turístico e incluso algunos de ellos se alquilan como vivienda vacacional. Un molino de viento es mucho más que arquitectura, es naturaleza y eficiencia, belleza e ingenio, sonido y movimiento, historia y cultura, testimonio de una época en la que hombre y la naturaleza vivían en perfecta armonía.

He tenido la oportunidad de documentar y conocer los que pueblan la zona media y alta de Portugal y de intercambiar impresiones con organizaciones dedicadas a la preservación de tan rico patrimonio, anotando las peculiaridades propias de un tipo de molino singular. Os presento uno de los que se alzan en el monte de Sao Felix, en Laundos, otro de Vila Verde dos Francos y el muy bien conservado de Ventosa, en Alenquer. Mención aparte merecen los que se localizan en la playa de Apúlia, (última fotografía) un inmenso arenal poblado de molinos abierto al Atlántico.

Los molinos en Portugal son de torre, con cuatro velas y ocho varales. Este tipo de artilugio es muy similar a los que se conservan en la comarca del Andévalo, en la provincia de Huelva. Una curiosidad destacable es el sonido que emiten porque en todo el país se acostumbraba a poner unos cántaros de barro atados a los cables exteriores de las aspas que producen un sonido diferente según la incidencia del viento sobre su embocadura.

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