POR ANTONIO BARRANTES LOZANO, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DE LA SERENA (BADAJOZ)
“Aquí tenéis – les dice a sus pupilos D. Esteban Espinilla, maestro de Badajoz, – a este hombre que recorre España por nosotros… al Quijote de las escuelas… Al redentor del niño”.
Nadie duda hoy que la Torta del Casar esté catalogada como uno de los mejores del mundo. Hace unos días se han celebrado unas jornadas conmemorativas con motivo del veinticinco aniversario de su Dominación de Origen. La noticia me trajo a la memoria una anécdota que leí referencial y oportuna, que, si no trascendente, quizá pueda aportar luz sobre los orígenes del apreciado manjar.
Volví a mi viejo libro, si consideramos viejo a los libros que se publicaron antes de 1930, o si alguna vez un libro es viejo; este al que hago referencia tuvo su primera edición en 1927. Es uno de esos libros que llegan a ti, no se sabe bien el porqué, se hojean y se arriban en la cola de los que ya los veré.
Aunque lleva por título “Viaje a las Escuelas de Extremadura” no es un libro de viaje al uso escrito por algún curioso en los que se resaltan tópicos que poco o nada nos han beneficiado, mas bien han perjudicado a esta desconocida tierra nuestra, que es Extremadura. Tampoco es equívoco su título, el autor se interesa por el estado de las escuelas extremeñas y españolas en general, abordando el paupérrimo espectro educativo de la España que tanto dolía a los intelectuales de la generación del 98. Está prologado por Azorín, voz de autoridad entre las voces de esa generación y allí nos dice de su autor “que es alto, erguido, enjuto de carnes, con los miembros ágiles y delgado… Es Luis Bello, un espíritu de independencia y de un sentido de liberalismo reflexivo, que son los que constituyen lo atractivo, lo simpático, la nota romántica de su personalidad”.
Y es que a D. Luis Bello, a quién debemos esta joya literaria, hay que encuadrarlo entre los miembros del 98. Fue el referido D. Luis, nacido en el último cuarto del siglo XIX, abogado, escritor y prestigioso periodista. Los diarios más solventes de la época fueron honrados con su firma, y en uno de ellos, “El Sol”, el más reputado, periódicamente publica sus artículos de impresiones viajeras, que más tarde fueron recopiladas en cuatro volúmenes. Son sus “Viajes por las Escuelas de España”.
No es una obra pedagógica, como su título nos invita pensar. No nos orienta en didácticas nuevas ni métodos rompedores. Es otra cosa. Su afán es que “en cualquier régimen, con cualquier Gobierno, utilizando cualquier plan de enseñanza resolvamos la cuestión previa: las escuelas. La escuela para todos. Que ningún hombre quede, por culpa ajena, sin la instrucción primaria”. “Sacar al pueblo de su estado de ignorancia; y esto que, a mi entender, es capital, empieza a lograrse con la escuela.”
Visita Extremadura, de Llerena a Plasencia, de Valencia de Alcántara a Guadalupe, traza una cruz por estas dilatadas tierras nuestras. Quiere ver su vida, no solo sus escuelas y sus paisajes, al mismo tiempo pretende que no se les escape el espíritu… todo quiere verlo en una sola valoración, sin mirar al pasado sino al presente, y con preferencia a las escuelas.
Y es la valoración que plasma en esta obra que tildo de realista y descarnada en la que describe , sin tópicos y sin ambages a una sociedad empobrecida, inculta, desmotivada, fiel retrato de la Extremadura, anclada en un pasado próximo que no hace tanto dejamos atrás.
“No vine- nos dice– buscando notas ingratas y sombrías, sino porque conviene llevar el reflector a los rincones escondidos sin dejarse engañar por la riqueza de hoy ni por el fausto de las piedras históricas, y porque Extremadura debe salvarse de las miserias que se pueden curar con poco esfuerzo. Este gran pleito de las escuelas que me llevan de pueblo en pueblo es una vil cuestión de ochavos”. (Poco dinero)” Y nos habla de nuestra escuela, las que llamamos de balde, la que debería acoger a la mayoría de la población infantil.
Y para hablar de las escuelas que mejor que la de la atalaya de la Torre de Espantaperros, panorama espiritual de Badajoz, presidido por las piedras milenarias, decadentes ya, como paradigma de todas las escuelas de Extremadura.
Es “ D. Ruperto Martín, héroe por fuerza de la Torre… Allí, en una gran sala con graciosas columnas de mármol y magníficos capiteles, amplias bóvedas destartaladas y humedad de siglos… el maestro no tiene que hacer más que esperar… cuarenta, cincuenta, sesenta muchachos, muchos descalzos, van sentándose en sus míseras bancas”.
“Este medio centenar, pasa allí unas horas entregado a lo que D. Ruperto, con sus propios recursos quiera o sepa hacer… Y D. Ruperto, como sus discípulos, vive allí pendiente de quiera o pueda hacer la torre ruinosa de Espantaperros” o la escuela que regenta Doña María Mercedes, en la calle Albarrán, maestra en cuatro metros cuadrados. Sólo son dos ejemplos de las muchas escuelas que visitó, insuficientes, ubicadas en locales sórdidos, inhóspitos y poco salubres, naves abandonadas que algún día tuvieron otras funciones pero nunca fueron concebidas para escuelas. Escasísimas, pero honrosas excepciones, se encontró D. Luis en este viaje misionero, como fue el caso de Almendralejo, a cuyo alcalde, de matiz regeneracionista, preocupó el problema de la primera enseñanza; en su mandato se construyeron y reformaron escuelas, de niños y de niñas, medidas acogidas con la alegría del pueblo y de los maestros.
No sólo D. Luis se fija en las escuelas, ni se prenda de glorias pasadas que por nuestras tierras quedaron anquilosadas en el siglo XVI, se preocupa de su gente, por lo que afirmo que el libro no es una crónica pedagógica, mejor lo tildo de ensayo sociológico. Pues es la sociedad extremeña la que queda retratada. A sus trabajadores, sin ánimos ni perspectiva, como nos recuerda una nota de otro viajero honorable, D. Antonio Ponz, que anduvo antes por estas tierras: “Ningún hombre trabaja con ahínco si no le anima alguna esperanza de medrar”, confirmando su propio aserto en defensa de los trabajadores extremeños cuando nos dice de ellos que no son ni flojos ni holgazanes.
- Luis en su “Viaje” encuentra la llaga en la supuran nuestros males: el caciquismo imperante, -“El cacique, delegado de un poder ausente, llevó al colmo la desmoralización del espíritu colectivo,” – la asimetría de la propiedad que genera el absentismo motivado por el fiasco de las desamortizaciones, generadora de la gran mesnada de braceros que llenan las plazas de nuestros pueblos, padres de aquellos niños descalzos que acuden a la escuela de balde, niños que tampoco ven en la escuela horizontes con los que cambiar su sino.
“El gran paso – optimista nos dice– se habrá dado cuando los maestros y maestras enseñen a vivir a los pueblos”.
Pero siempre queda un atisbo de esperanza, de superación, como aquella que nos relata en su visita a Casar de Cáceres. Resulta que allí, nuestro amigo D. Luis Bello, se encuentra el lugar donde “se fabrican las famosas tortas, –afirma– más finas que la mantequilla de Astorga, pero rebeldes y caprichosas. Estas tortas son lisa y llanamente quesos de leche de cabra (sic) a los que se les pide una transmutación, una maravillosa superación de su propia naturaleza. Abandonados así mismo, cuando quieren se convierten en tortas. Cuando no, es inútil forzarlos y apelar a la técnica, siguen siendo vulgar queso montuno. Ahora piensan en traer al Casar hombres de ciencia para averiguar el misterio…”
No sé si al final llegaron al Casar aquellos hombres de ciencias, pero el proceso ha dejado de ser rebelde y caprichoso; cabe pensar que buscar ayuda en la ciencia es un paso valiente y decisivo para romper límites ancestrales, necesario para encontrar otros horizontes que ayudan a superarse… Hoy, que hace nada se celebró el XXV aniversario como Denominación de Origen de la Torta del Casar, esta se ha convertido en embajadora de Extremadura con honores recibida en las más exigentes mesas internacionales.
FUENTE: A.B.