POR JOSE MANUEL ESTRADA ÁLVAREZ, CRONISTA OFICIAL DE CASO (ASTURIAS).
A la salida de El Campu alumbran nuestros ojos la edad contemporánea de una soberbia construcción indiana, levantada con el fruto de las labores de la caña y el tabaco en la lejana provincia de Sancti Spíritus allá por 1916, huella señera del ayer emigrante de los casinos. Si retrocediésemos en una imaginaria máquina del tiempo hasta siglos pretéritos llegaríamos a comprender la profunda significación histórica del solar que alberga esa gran casa, bautizada “La Torre” en recuerdo de un antiguo torreón bajomedieval que la precedió. De ello trataremos, refrescando una conferencia que, bajo el título “Alcordances d´un tiempu escaecíu”, impartimos el pasado verano en los cursos de la UABRA.
Sería don Diego de Caso, “ome poderoso e enparentado e de mal vivir”, señor de estos contornos en tiempos de los Reyes Católicos quien, contra normas y ordenanzas, levantaría “una torre fuerte de cal y canto” para controlar el estratégico paso a través del puente sobre el Nalón, infligiendo “muchas fuerças e dannos a todos los vezinos comarcanos e muchos agravios e desafueros a los caminantes” que por el lugar transitaban. Es la torre que el lector puede contemplar a la derecha de la vieja fotografía que ilustra el artículo, junto al palacio solariego en el que residió la poderosa familia de los Caso, a escasos pasos del vetusto puente que aún contempla, enhiesto, el discurrir del río bajo el coqueto ojo de su fábrica.
Una sucesión de mayorazgos, devenidos en condes de Nava, poblaron el espacio durante siglos compartiendo estadías con su heredad de La Trapiella, en la vecina Piloña. El retablo de la anexa capilla de San Roque, datado en 1641, deja constancia de algunos moradores: “Esta ermita mandó hacer Diego de Caso, hijo de Diego de Caso y doña Elvira de Estrada su mujer, y la hizo doña Catalina Bernardo de Quirós viuda que quedó del dicho Diego de Caso. Y este retablo le hizo don Gaspar de Caso, su hijo, y doña Catalina de Omaña su mujer”. El torreón circular y la casona que un día cobijaran las glorias de la estirpe, sumidos en el abandono por sus últimos poseedores, los condes de Pimentel, serían finalmente demolidos para dar paso al imponente edificio actual, salvado milagrosamente de su devastación durante los bombardeos de 1937.
Pero la moderna casa no sólo evoca en su nombre la torre levantada por el atroz don Diego; va mucho más allá, hasta hundir sus raíces en el siglo VIIIº en el que se asienta nuestro mito fundacional, que nace con don Suero de Caso en la batalla de Covadonga; Suero Buyeres o Binieres, lugarteniente de Pelayo, al que se llamó de Caso por vislumbrar la milagrosa Cruz que decantaría la victoria frente a las tropas de Al Qama.
Cuenta la tradición, adornada en la pluma de los cronistas medievales, que en un tiempo mágico del que ya no hay memoria existió otra torre allí donde se ubicó la que conocieron nuestros bisabuelos, la citada torre de don Diego, erigida en la penúltima década del XV. De aquella fortaleza envuelta en la leyenda retumban los ecos de algunos personajes que llegaron a encabezar la Historia con mayúsculas. Lo explican añosos renglones, rescatando de la perezosa noche del olvido quiméricos parentescos y notorias ocasiones consideradas hoy simples consejas, patrañas que solamente buscaban el lustre de las rancias armerías, abolengos perdidos, aunque pervivan en las nuestras la cruz de don Suero y el toro furioso de los campos buenos que ilustran el pasado esplendor de los casinos, pues -cuenta Tirso de Avilés- “ansí como los toros son bravos por naturaleza, ansí en las guerras que se hallaron los de este apellido en tiempo del infante Pelayo, fueron valientes y feroces como toros”.
Refiere el anónimo autor de “Las Mocedades de Rodrigo”, epopeya escrita que recoge las hazañas del Campeador, que el rey Pelayo tenía una hija de ganancia y que fue casada con don Suero de Caso. “Et fizo en ella el conde don Suero un fijo que dixieron don Alfonso” y sería éste el primero de los reyes astures así llamados, apodado El Católico. Y rebuscando visionarios polígrafos entre las cenizas de la antiquísima morada de don Suero, cansado de mil combates contra los agarenos, nos hablan de Sisalda, su linda sirvienta. Y llegan a fijar la desgraciada fecha en que acaeció el pavoroso incendio que destruyó la torre: el 13 de julio del año 751. Y cuentan que, a punto de perecer abrasada, un gentil caballero -el “Caudillo de los ojos azules”- rescató del fuego a la hermosa criada. Y no era éste otro que el propio Alfonso, que frecuentaba las visitas a su anciano padre don Suero, prendado en la belleza de la joven. Y señalan también que, fruto del amor entre Alfonso y Sisalda, vino al mundo, en la misma torre florecida, el futuro rey Mauregato. Nos lo indican románticos textos decimonónicos, aunque también se hacen eco antiguos historiadores como Lucas de Tuy en el siglo XIII, quien afirma que Mauregato “fuit natus de ancilla quadam de Casso, pulchra nimis, post mortem Hermesindae reginae”, es decir, nacido de una sierva casina, extremadamente hermosa, tras enviudar Alfonso de la reina Hermesinda. Para otros la tal Sisalda sería Zuleima, hija de Al-Kinza y de Al-Jahd el Justo, capturados en batalla por don Suero, nacida esclava en la torre y bautizada cristiana, nieta de Ommalisam -“la de los lindos collares”- viuda que quedó del rey Rodrigo y después del emir Abdelaziz. Sierva, esclava o criada, casina y reina madre al fin y al cabo.
Los caóticos apuntes de los enfebrecidos genealogistas fundamentan el linaje de los Caso en Andeca, último duque de Cantabria, fallecido en la batalla de Guadalete, del que descenderían por fantasiosa línea aguerridos caudillos de tierras alavesas hasta llegar a Ximeno Bernardo de Caso, padre de don Suero Ximénez, ilustre rico-home en vida del emperador Alfonso VII y su hija Urraca, a quien la leyenda sitúa en la misma torre. Su descendencia dividirá las varonías entre las casas de Caso y de Quirós. Y en esa larga noche donde apenas se distingue el tenue surco de los antepasados, hasta nos hablan los cronistas de Bernardo el Carpio, héroe de Roncesvalles, pues los infanzones asturianos que llevaron por sobrenombre el de Bernardo descenderían de él, siendo su solar el Campo de Caso “baxando la brava montaña del puerto de Tarna”, así lo transmite la “Corónica General de España”. En las pesadas losas de sus sepulturas o tal vez en la etérea neblina de la ensoñación quedaron para siempre relegados los hechos y aventuras de aquellos legendarios personajes, que bien merecen un recuerdo aún en la modesta pluma de quien suscribe. ¡Cuánta historia real e imaginaria en las resquiebras de los fuertes muros que sustentan la mansión indiana!
Envuelta hoy en la sugerente atmósfera de sus altos pinos, junto a la pequeña ermita y el puente medieval que nos aproxima a la quietud boscosa del Allende, siguiendo la milenaria ruta de los trashumantes y los peregrinos, “La Torre” nunca dejará indiferente a quien la contemple. En la dilatada historia del solar tomaron asiento a través de los siglos reyes y guerreros, valerosos caballeros y ostentosos hidalgos, mayordomos y humildes caseros, maestros y escolares, fielateros, los “americanos” que trajeron el nuevo mundo a este apartado rincón del Principado, y hasta ilustres juristas que dejaron su impronta en el siglo XX, como don Manuel Miguel de las Traviesas, eminente catedrático y vicepresidente del Tribunal de Garantías en época de la República, o don Manuel García Miguel, que en años convulsos de la democracia presidió la Sala Segunda del Supremo. En los apacibles atardeceres del estío sus ventanas abiertas nos acercan el recuerdo de la animada vida que un día conocimos.
https://www.lne.es/cuencas/opinion/2024/12/18/torre-campu-historia-leyenda-112704875.html
FUENTE: Publicado en el diario «La Nueva España». 18.12.2024