
POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICICIAL DE ALCANTARILLA Y MURCIA (MURCIA)
Buena es la oportunidad para incidir otra vez en el incremento que este festejo. entendido como el que pone fin a las Fiestas de la primavera murciana se advierte como inherente al sentir murciano, lo que significa que el pueblo va en sintonía con el formato del Entierro de la Sardina, su tradición y el espectáculo variado que lo conforma . Hablar del entierro sardinero en la ciudad es provocar un clamor hacia este fenómeno sardinero, metáfora de un sueño cumplido,, recuperado y que enlaza con visiones de una mitología mediterránea no exenta de rasgos diionsiacos que por otro lado ahorman su estructura. Interesa este festejo con marchamo internacional por su factura estética, como ya lo hemos tratado en anteriores trabajos, su empaque identificativo que se integra en su propia etnografía que en el sentir de Ceo Baroja esencializa su propia naturaleza como evento propio de lo murciano. Además sigue siendo admirado por propios y extraños, poetas y pintores que ven en sus formas y nervaturas como una fuente de inspiración.
No podemos evitar nuestra admiración por el festejo que ya desde la niñez formó parte de mi interés desde su enfoque pictórico y literario, fiel cronista de su desarrollo a lo largo de mi vida, dando razón de su defensa a ultranza, participando en sus eventos y conociendo a a personajes muy ligados con la Agrupación Sardinera cuyos nombres forman parte de su historias, pues que los más avezados continúan en sus puestos entregando sus enseñanzas a los más jóvenes. Una Agrupación que se esfuerza por dignificar el entierro y otorgarle nuevas vestiduras inyectándole una savia distinta , agilizando sus propuestas para que el fasto sea conocido en todos los rincones del mundo.
Si decimos que el origen del festejo data de 1850 y que nace por la inquietud de unos hombres del barrio de San Antolín, poetas y soñadores que creían en sus fantasías, poetas como Pedro Aceña, Joaquín y Miguel López, estamos aludiendo al origen del miamo instituido como terminación de la cuaresma, sacando la sardina goyesca en un catafalco negro que paseaban por las calles hasta que terminaba en el brasero, purificada en las llamas que inundaban la ciudad. Aquel rudimentario féretro que llevaba en su interior la vieja y escuálida sardina salida del cuadro de Edgar Munch se convertiría el tiempo en la sardina mas anhelada y buscada por los miles de ojos que cada año se asoman al Arenal a observar como las llamas la consumen. No se daban cuenta de la categoría que adquiríría con posterioridad como0m 6trance final de las fiestas primaverales de Murcia. Claro que ha llovido mucho desde entones, el pez grande se ha comido al chico o si se quiere la sardina grande a la pequeña
engendrando un monstruo o un esperpento, o lo que cada uno quiera imaginarse, lo cierto es que los esfuerzos primerizos han sido fundamentales, los sueños se han cumplido y la noche murciana de la nostalgia se inunda de la luz de los hachoneros acompañando a las carrozas de la ilusión Aparece en el espectáculo la figura del botarga que porta la vela encendida, figura que convierte el desfile noctívago en un fenómeno tan lugareño como mediterráneo. Las fogatas preconizan algo netamente pagano que se da en las fiestas las fallas valencianas, como se estruja en la noche de la quema de la bruja de Alcantarilla, que semejan las viejas lupercalias romanas. Un espectáculo de luminaria y llanto de las viudas sardineras que acuden al Velatorio en ritual representación griega, como el acto del Testamento de la Sardina que dama de noble alcurnia dicta desde su mente irónica a los espectadores que atienden su oratoria de cartón piedra, Y entre llantos el festejo sigue entre pitos y soflamas, dádivas y danzas en un batiburrillo de máscaras y cofradías de Afrodita entrelazando músicas y sensaciones carnales, cuando no destaca el diapasón de lo fúnebre que sigue a la excomunión de la sardina heterodoxa,.
En un trabajo como este no se puede sintetizar lo que fue y es el Entierro de la Sardina como se puede adverar, solo cabe señalar las etapas por las que ha pasado. Sabido es que el festejo toma versión fiel desde su origen con el escritor Valenciano Gayá al situar el mismo en las mascaradas de los siglos XVI y siguientes aunque en una dimensión distinta , un estudio básico que es continuado por nuestro admirado amigo y cronista Antonio Pérez Crespo en sus dos tomos sobre la historia del entierro, necesario para entender nuestras tradiciones y festejos primaverales. Entre las fechas que inciden en su desarrollo se decanta la de la riada de Santa Teresa de 1879 y su repercusión en el festejo singularizado en la importancia que tuvo el llamado tren Botijo que desde Madrid traía a Murcia numerosos colaboradores y entusiastas del festejo. El escritor Raimundo de los Reyes en un célebre artículo indica la importancia que en esta gesta tuvieron los grupos murcianos como el centro Gastro, Moro, Nocturno, Taurino, lanzando misivas a la escuálida Cuaresma, dando rienda suelta a las satisfacciones personales, que el grupo Gaster significaba que para integrarse en el mismo sus cofrades habían de tener ”buena boca, buen diente y echarse el alma a las espaldas en los días de Carnaval”.
Con el tiempo se proyecta el entierro en los tres actos del Recibimiento de la sardina, Testamento y desfile por las calles con participación de carrozas, marcha de jinetes, bandas de música, niños sobre jacas vestidos de pollitos, apareciendo carretas conducidas por siete perros o tripulada por gatos que se dirigían a la estación del Carmen a la espera de la sardina con los discursos ajustados al momento. Tras ello se depositaba la esfinge comatosa en el Casino y se procedía al desfile con el Testamento como una sátira contra el Ayuntamiento. Profusión de carrozas engalanadas en alegorías de los dioses del Olimpo circundaban por las calles provocando admiración, pues se decía que para los murcianos “ la sardina es cosa fina”, que todo terminaba en quemarla , un acto simbólico que consistía en el sentir de Raimundo de los Reyes, en “ dar sepultura al pez que había de imponer su largo reinado sobre las vigilias cuaresmales”. No hay que descartar en estos principios la diversidad de criterios en pro y en contra del Entierro de la Sardina, pues la literatura del momento da para observar escritores en pro y en contra, cuyas plumas dejan constancia la prensa, hasta el punto que algún año dejó de salir la cabalgata y siendo controvertido el tema en época del alcalde Diego García Avilés, incluso se habla de una sustitución por otro festejo, aunque creció la opinión defensiva de Diego Fontes Alemán y el fasto fue cobrando auge.
Es lo cierto que en los primeros años del siglo XX hubo una renovación a trasvés de artistas que reclamaron innovaciones en el tratamiento de las carrozas figurando entre ellos Anastasio Martinez con su carroza “Fantasía”, el pintor José Atienzar Sala trabaja en este aspecto dejando estimables carrozas en colaboración con el pintor Joaquín y Picazo, dando lugar a un estilo propio influido por la belleza de aquellas que han servido de modelo a posteriores artistas, en ocasiones sin superarlas. Nuestra experiencia nos dice que los años cincuenta al ochenta el entierro sardinero cobra impacto popular que nos evocan sensaciones múltiples cuando las carrozas apenas pasaban por la calle Platería y desde los balcones se dejaban caer cajas de cartón en solicitud de dádivas que a veces no llegaban a su destino, amén de los conflictos al romperse los hilos eléctrico. En todo caso era un lujo ver todos los balcones llenos de gente y las calles ocupando las célebres sillas vendidas para tales usos. En los noventa del siglo, pasado la fiesta toma auge al retomar fuerza la Agrupación de Sardineros cuyos presidentes han de ser tenidos en cuenta como auténticos enamorados del Entierro. Proliferan los artículos en el diario Linea defendiendo el fasto que toma bríos sobre todo con las figuras de José Carreras, Ismael Gonzalez, Berberena , una vez que el año 2000 inicia su curso potenciando las fiestas primaverales murcianas y en este sentido, evoco con nostalgia mis colaboraciones prestadas a José Carreras en la Revista del Entierro, como agradezco los premios concedidos , y por supuesto la propuesta para un cartel del mismo, me considero uno más de los amantes del festejo que últimamente toma un carácter inusitado, se funde en lo más entrañable del sentir de los murcianos, basta con acercarse la gran noche a la ciudad, mirar y escuchar para darse cuenta del espectáculo grandioso, imprescindible de la noche mágica.
A este respecto no puedo dejar de mencionar la figura de mi admirado amigo Gregorio González, un enamorado del fasto sardinero que lleva consigo, luchador y entusiasta del mismo que tanto ha hecho y sigue desarrollando, al igual que es bien alabada la gestión de otro entusiasta como Gonzalez Barnés, hijo del eminente Comte cuyo Dragón es punto referencial del Entierro de la Sardina. Hablar del entierro sardinero es dar cuenta de un fenómeno urbano que trasciende, se entrecruza clon expresiones de parafernalia delirante, poética den unos acordes de plasticidad soberbia, donde lo netamente español se ajusta a llo terráqueo mostrando su rostro netamente localista. No podía ser de otra forma desligándose del tramado del ya revelador Entierro madrileño que data de la época de Carlos III. El nuestro es otra cosa, peculiar esperpento que asombra a propios y extraños, a jóvenes y niños que no dejan de pitar aunque carezcan e fuerza. Es un bucle de metáfora sarcástica que entra en el espacio del afora griega y en el floro de los pontífices de Roma, no obstante se pasan sus dioses capitalinos por las calles murcianas, de Afrodita a Zeus ninguno se escaquea de sus oficios ante la potencia de los rayos de Jupiter Tenante. Quiero decir que este singular entierro de la raspa de la sardina que el pintor de Oslo reproduce en su célebre plato con tenedor y todo, no es más que un simulacro de una representación a modo de auto de fe con el fuego abrasador que purifica el ambiente y arroja al cadalso todos los males posibles. Uno ve en todo esto algo fantasmal como las manchas goyescas de las que ni su negro perro se da cuenta, todo un homenaje a esa locura feliz de los poetas que idearon este fenómeno que es un lienzo de luz y color, de música y algarabía que arrebata a una muchedumbre noctívaga que se une a la luminaria de la sardina heterodoxa en el Arenal para recibir ese aliento de clamor popular que quisiera impedir su desafuero, momento en el que de nuevo renace como la
misma vida. Para quien escribe estas líneas el Entierro de la Sardina es una fuente de inspiración que se une a todas las efemérides de los festejos nocturnos, donde habita el misterio y la magia dejando efectos de una belleza única.
“El humo se matiza de colores.
Revientan las bengalas. Los chisperos
Desatan el raudal de sus luceros
En Bellos surtidores”
FUENTE: F.S.M.
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