
POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)

Acompañado de un delegado del Gobernador se traslada a Martos, al Hospital de Sangre, situado en un hermoso chalet en la carretera de Martos a Alcaudete. A su llegada le esperan unas treinta personas que le van contando la tragedia y comprobando el espectáculo desolador. En un patio central, ocupando todos los tresillos y tendidos en el suelo, se encontraban unos doscientos hombres con los vendajes manchados de sangre; otros tapándose las heridas con los pañuelos y todos dando alaridos, un escenario dantesco que podría ser la antesala del infierno.
Preguntó si no había allí ningún médico y se presentan algunos: médico en unos laboratorios, estudiante de 6ª de Medicina, un practicante y una enfermera de Andújar. Comenzó a organizar y atender a los casos más urgentes, ya que en una habitación encontró el lugar del quirófano aceptable. Empezaron por los heridos de vientre, intenso el trabajo de todos sin descanso, y apenas tomar alimento. A las cinco de la tarde una señora de cierta edad con el pelo cortado a lo garçon (monja de paisano) le da una taza de caldo, que fue su desayuno.
Allí le informaron de los médicos a los que había sustituido, al Dr. Corzo, un buen amigo suyo de Úbeda, al que el alcalde de su ciudad lo había restituido al Hospital de Santiago; anteriormente un teniente de artillería que, según lo que contaron, era más de artillería que médico y que, de la noche a la mañana, había desaparecido el Polaco, sin dejar rastro.
- Gabriel dio gracias a Dios, ya que de haberse quedado en la Catedral, en los días posteriores habría partido en el tren de la muerte, donde asesinaron a más de trescientas personas, entre ellas el Obispo Basulto, al que había recibido en Villanueva del Arzobispo años antes.
La mayoría de los heridos, que atendían en el Hospital de Martos pertenecían a las Brigadas Internacionales que habían parado en Villanueva del Arzobispo. Llevados en los camiones de la columna de Miaja hasta el frente de Porcuna y Santiago de Calatrava, amenazados por los Tabores de Regulares y Legionarios de la columna de Yagüe, que anocheciendo habían ocupado los olivares, casi en las mismas trincheras, y que al amanecer, habían cazado como conejos a la columna de Miaja.
Pronto se extiende la labor de su éxito en las operaciones de los heridos, siendo los ayudantes los que mayor difusión le dieron. Recibe la visita de los médicos de Martos y alguno, José Morón, le pide que cuente con él para el Hospital. Logra comunicarse con su familia y les informa como le va desde Martos.
Cuando llevaba algunas semanas aquí, un nuevo motivo le sirve para acrecentar su prestigio.
El Presidente del Frente Popular de Martos le comunica que tenía una hija enferma, con un dolor de vientre; que la estaba viendo el médico que lo acompañaba, y que opinaba que era una apendicitis. Le piden que visite a la muchacha, de 18 años, que tenía fiebre alta. Tras reconocerla vio la gravedad de la enferma y le indica que debe operarse de manera urgente, y que deben trasladarla a Jaén. El padre indica que debe ser él, el médico que la opere. Con sus dudas sabiendo que se jugaba la vida, aceptó el difícil reto. La enferma es trasladada al Hospital de Sangre, como le llamaban en Martos. Esa misma mañana la opera. El resultado fue excelente y la joven dada de alta a los 10 días. La recompensa, para el médico, fue que en un coche del Ayuntamiento lo trasladaron a Villanueva del Arzobispo para ver a su familia que dudaba estuviese vivo.
Recuerda estas veinticuatro horas en la localidad como una vitamina de ánimo al ver a sus cuatro hijos y su mujer en perfecta salud, igual que al resto de la familia. Los viajes a Villanueva pudo repetirlos varias veces, que fueron un bálsamo para él, ya que la guerra iba para largo.
Había organizado ya el Hospital de Sangre, además de escuchar la radio, con partes de los rojos y de Queipo de Llano, algún paseo, subir a la Peña de Martos; ir a Alcaudete para ver los heridos y enfermos, el tiempo se iba pasando pero la ausencia de la familia era un dolor insuperable..
La guerra, pensaba nuestro médico: – ¿Para qué? Absurda, criminal- ¡Cuantas veces en ambos bandos se oía: Por una España mejor!, por la libertad, el pan y la justicia y todos matándonos. Padres e hijos enfrentados; se me dio el caso de un herido de Jódar en el bando nacional y sus padres y hermanos en el republicano. ¿No se podría haber arreglado de otra forma, esta guerra? Es una pena, una infamia. Esta y otras consideraciones nos atenazaban continuamente, robándonos el poco sueño que el cansancio y el techo nos prodigaba en las noches”.
En 1937 continúan los frentes inmovilizados, poca actividad. El Estado Mayor de Jaén le dice que puede llevar en el mono o jersey las tres estrellas de Capitán, lo que hizo inmediatamente. Al poco tiempo cambian las estrellas por barras. Se sintió respetado e inició excelente amistad, con algunos de los ayudantes, que eran estudiantes en la Facultad de Madrid, donde tenían amigos profesores conocidos comunes.
En abril de 1937 recibió una comunicación del Estado Mayor, Ejército del Sur, en donde se le exige envíe una declaración jurada, avalada por una organización política o profesional. Se trasladó a Jaén y en el Colegio de Médicos se encuentra con los médicos Rafael Maza, y Gabriel Arroyo, que le extienden un oficio en el que consta que pertenece a la Comisaría Sanitaria de UGT. Su gratitud a estos médicos la mantuvo siempre.
Con este documento se traslada al Estado Mayor donde estaba el Sr. Galdeano y, cuando le preguntó para qué querían los datos, le indica que era para normalizar el expediente. A los diez días recibió un oficio del Estado Mayor, le indicaba que el médico D. Gabriel Tera Arias es destinado a la Jefatura de Sanidad Militar del Ejército del Sur, debiendo incorporarse con la máxima urgencia.
Sus colaboradores Jiménez Oyeros, Serna, Vicente Blanco y todo el personal del Hospital al enterarse le demostraron el aprecio que le tenía, despidiéndose de todos con lágrimas en los ojos. En el coche que le tenían preparado le acompañó Jiménez Oyeros como posible sustituto, hasta Jaén. Allí le comunican que tiene que desplazarse a Úbeda y ponerse a disposición del Teniente Coronel. Le indican que no debe incorporarse hasta el día siguiente, por lo que aprovechó para continuar a Villanueva del Arzobispo y abrazar a su mujer y familia. “He podido apreciar que aquellas situaciones de verdadero peligro hermanaba más a las familias, se hacía más imperiosa la necesidad de hablarse, de comunicarse, como si se estuviera siempre pensando, que aquella vez podría ser la última, pero con qué gusto se pasaban las horas”.
FUENTE: M.L.F.
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