POR HERMINIO RAMOS PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Cruce de históricas leyendas y rincón escondido hasta donde llegó el calor legendario del Motín de la Trucha, ecos adormecidos por el tiempo hasta que llegan los hermanos Morán Pereira y levantan, en los albores de ese barroco sereno, la encarnación más viva que soñar se pueda. A la sombra de esa mole de arte, al pie de Santa María la Nueva y de ese solar plaza donde el caudillo lusitano levanta su noble silueta, allí está la plazuela de Hilario Tundidor, ese poeta eterno e inconfundible que desde lo más profundo del ser humano sabe arrancar con la fuerza y el genio de su serena inspiración ese tremendo caudal poético que desde la escuela de la vida ha marcado itinerarios y senderos llenos de viveza. Sentimientos poéticos que encarnados en lo más profundo del corazón nos llenan de emoción y dejan en nuestro espíritu el sello inconfundible de su paternidad.
En ese rincón con alma de poeta y corazón noble, sentiremos siempre el eco de su poesía arrullada por el rumor acogedor del Duero, emoción viva y que nos llena de entusiasmo de verdad y de alegría.
Vida, escuela y poesía, firme y segura trilogía que manarán como fuente señorial de esta plazuela llena de recuerdos cargados de esas referencias y a veces dando auténticos hitos, firmes y seguros testimonios de su diario quehacer.
Entre la historia y la leyenda, entre las nobles piedras y el arte que emana de su propia nobleza constituyen ese entorno, del nombre del poeta que ha llenado páginas de poesías en su ciudad, que l recuerda entregándole su propio solar para siempre.
Cada día nos sentaremos en esa plaza y oiremos el rubor del verso acompasado por ese compás eterno que da el latido del corazón grande, el palpitar de un poeta eterno.
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