POR ANTIONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Tal vez, uno de los pasajes evangélicos más atrayentes de los que relatan Mateo y Lucas, es aquel en que Jesús en el Sermón de la Montaña hace referencia a una serie de sufrimientos de los hombres, que mirados desde una perspectiva profunda alcanza más a lo espiritual que a lo corporal. Así, aunque se dice: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos», esa hambre va mucho más allá de lo material que, por supuesto, no debemos de despreciar. Por ello, a esta última debemos de referirnos.
Es frecuente, en la actualidad además de oír hablar de bancos buenos y de bancos malos nos llegue a través de los medios de comunicación el nombre de otro tipo de estas entidades, cuyos fines son muy distintos a los anteriores. Pues, aquellos, queramos o no, funcionan con un claro objetivo, tal vez legítimo, como es el ganar dinero. Mientras que ese otro tipo de entidad al que hacía referencia, su proyección va mucho más lejos y está dirigida a algo bastante más noble: la solidaridad. A estas alturas creo que habrán intuido que me estoy refiriendo a los bancos de alimentos, en los que además de dar un ejemplo a aquellos que tienen la obligación política de velar por la sociedad, reciben la lección por parte de personas y entidades de forma particular de cuál es su fruto, contribuyendo para ello, los funcionarios que los atienden de manera voluntaria, siendo su única remuneración el servicio desinteresado hacia los demás. Ejemplos de todo esto lo hemos tenido no hace mucho tiempo con los múltiples cubos de agua fría que en nuestra ciudad reportaron nueve mil kilos de alimentos y 5.000 euros, y con la entrega por parte de otros tres mil kilos recogidos por iniciativa de los trabajadores de una caja netamente oriolana.
No sé cómo se solucionaba esta carencia alimentaria antes, aunque recuerdo a un niño que llegaba a mi casa todas las tardes con una lata vacía de conservas, pidiendo lo que había sobrado de la comida. Aquella imagen, que se repitió en más de una ocasión, quedó grabada en mi retina y muchas veces me he preguntado qué habrá sido de ese niño. De igual forma que rememoro, cómo estando en el colegio iba los domingos y algunas festividades a llevar comida y servirla a los ancianos del Asilo. La sonrisa de agradecimiento en los ‘viejos del Asilo’ era la misma que la del niño, que éste a buen seguro, luego la compartiría con su familia.
Estas comidas extraordinarias, que muchas veces eran ofrecidas por el Ayuntamiento, tanto a los residentes de esta última institución benéfica, también eran extensivas a otros centros como la Misericordia y a los reclusos de la cárcel. Por lo general, se llevaban a cabo en momentos festivos como en algunos años de la Segunda República con motivo de las Fallas o de la Feria de Agosto, o por la Coronación de la Virgen de Monserrate en 1920.
Pero, la ocasión que he comprobado que más atención se tuvo con estos centros, no sólo alimenticia, sino también de ajuar, fue con motivo del enlace entre la Reina Isabel II y su primo Francisco de Asís de Borbón. Boda esta que está dentro de lo posible, que para rentabilizar gastos o por eso de «matar dos pájaros de un tiro», se hizo coincidir con la de la Infanta María Luisa Fernanda y el príncipe Antonio María Felipe Luis de Orleans, duque de Montpensier. En aquella ocasión, en cuanto a ajuar, se repartieron dos docenas de camisas de lienzo a los pobres, diez mantas de Palencia y veinte sábanas para los enfermos del Hospital, así como camisas y calzado para los varones acogidos en la Casa de Misericordia y ochenta pañuelos de abrigo para las mujeres asiladas en la misma.
A decir verdad, en Orihuela, además del Ayuntamiento presidido por Francisco Adalid, se movilizaron otras personas y entidades, dando muestra de solidaridad hacia los asilados de la Casa de Misericordia, enfermos del Hospital carentes de recursos, reclusos de la cárcel, doncellas huérfanas, personas vergonzantes y otros desvalidos.
Toda esta labor caritativa se materializó durante los días 19, 20 y 21 de noviembre de 1846, fechas estas determinadas por el Ayuntamiento para celebrar ambos enlaces matrimoniales. Sin embargo, el día 18, ya comenzó la entrega de donativos a los curas de las parroquias para que las hicieran llegar a sus feligreses vergonzantes y enfermos sin recursos en sus domicilios. Refiriéndonos a las necesidades alimenticias, durante los tres días de festejos se repartió un pan de 18 onzas a cada uno de los pobres de la ciudad, de la huerta y del campo que se personaron en la Plaza de San Agustín. La comida de esos días para los enfermos del Hospital estuvo a cargo del cuerpo de Medicina, Cirugía y Farmacia. Asimismo, los 120 asilados en la Casa de Misericordia gozaron de comidas extraordinarias ofrecidas por los plateros y confiteros, por el rector y catedráticos del Seminario, y por los tahoneros, horneros, panaderos y expendedores de grano. El comisario de Protección y Seguridad hizo lo propio los tres días con los presos de la cárcel.
Como podemos ver, en aquellos momentos felices para los contrayentes de la Casa Real, aunque no existía ese banco denominado hoy como ‘de alimentos’, sí que hubo ejemplo se solidaridad para los necesitados del Municipio de Orihuela, haciendo válida en el aspecto material a aquella bienaventuranza del Sermón de la Montaña.
Fuente: http://www.laverdad.es/