POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

Me gustan las letras de tango, me gustan más que el propio tango cantante y bailable, lo que ya es decir. Y es que con ellas, en la soledad del despacho, saboreo todas sus pasiones y emociones abiertas en canal o como ríos (versos) de tinta: amor, odio, nostalgia, desesperación, ternura, tristeza…, en un vuelo intangible de la imaginación. ¡Tango! Ya solo la bisílaba palabra me evoca un mundo decadente de arrabal y tugurio, de ansia y deseo, de sangre inflamada, de cuchillada y revolcón.

Parece que las letras, en muy distintas estrofas y formas métricas, se acompasaron después a las músicas (¿afrocubanas?), y no al revés, como podría también conjeturarse, y esta apreciación mía la extiendo a los valses, milongas, zambras…y otras estructuras fónicas marcadas por el ritmo y el sentido del corazón conjunto con la mente.

Amo las letras de tango, ya dije, y lamento que sus autores sean menos conocidos que los músicos o sus intérpretes. Todos saben mucho de Gardel, compositor y cantante, pero muy pocos saben apenas nada de Cátulo Castillo, Elizardo Martínez, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Manuel Romero, Héctor Oviedo, Alfredo Le Pera o Gabino Coria (letristas), ni de Aníbal Troilo, Elías Randal, Josefina Maizani, Oswaldo Tarantino, Sebastián Piana o Manuel Jovés (compositores). Los nombres que preponderan son los de los intérpretes, banalizando así unas letras y unos tonos tan radicalmente humanos. Y que conste que no minusvaloro su interpretación dramática.

Pues tengo encima de la mesa “Letras de tango”, antología de doscientas cincuenta canciones seleccionadas por Héctor Benedetti para el sello internacional Booket, que me compré, qué curioso, en Uruguay, y no paro de leerlas y releerlas, enterneciéndome con ese reciente viaje a los países del Plata, donde los ríos se hacen mar. (¡Y dicen que mengua el agua, no será allí!).

Para estos días nevados, navideños, de cava y pavo, emoción y evocación, nada mejor, lectores “adelantados”, que recordarles algunas de esas memorables citas.

Valgan como ejemplos las siguientes: “Sobre el mármol helado, migas de medialuna/ y una mujer absurda que come en un rincón./ Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca/ y del alma manchada con sangre de carmín”?/ “La gente se te arrima con su montón de penas/ y tú las acaricias casi con temblor;/ te duele como propia la cicatriz ajena:/ aquel no tuvo suerte y ésta no tuvo amor…”/ “A nadie le digas que ya no me quieres/ Si a mí me preguntan diré que vendrás./ Caminito que el tiempo ha borrado,/ que juntos un día nos vea pasar”.

Con ellas me quedo y con ellas os dejo. Final feliz. Feliz Navidad y mejor Año Nuevo.