POR APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Tres ciudades marroquís, resembradas de españoles, paseo pasito a paso, de la mañana a la noche, anda que te anda burlando tropecientos escalones por sus “medinas” antiguas llenas de cueros y cobres, de madrasas, minaretes y recoletos rincones: Chauen, Tánger y Tetuán, tres hispánicos entronques de la diáspora muslín de un intransigente entonces -aquel de la unión cristiana frente a alfanjes y atambores- con recuerdos que perduran como esencias en sus nombres.
Hay en sus casas encantos que cuelgan de los balcones y esparcidos por las puertas los preciosos llamadores que se bajaron de Alándalus tallados en hierro y bronce nuestros hermanos de sangre que hoy mismo nos dan lecciones.
En esas medinas altas, trashumantes y concordes por la fiesta del cordero, se mezclan los mil olores de las frutas, las especias y los borregos bicornes, con algún gato al aviso de engatusarse en los móviles, quedándose fijos, fijos ante los turistas nobles. Ni un disidente en las filas, ni un almuecín en las torres, y eso que el guía predica al Profeta de Alá a voces.
Cena en el hotel Farah. Cinco estrellas como broche. Las señoras se retocan y descubren el escote. Lo mejor del menú el vino blanco del Marruecos Norte; entre risas y alabanzas, venga descorche y descorche.
A la mañana siguiente, por sobre la arena insomne, allá van conmigo otros a mirar al horizonte, donde se ensalzan Barbate con sus barcos pescadores y Vejer y Trafalgar y Gibraltar, number one, de la Gran Bretaña impune porque tiene más cojones que la ONU en sus desplantes a los ojos españoles.
Saliendo a Cabo Espartel y otros bellos exteriores, nos encontramos palacios verdes, lucientes y enormes de jeques arabohabientes sin más que sus cuidadores. Y así se acaba el pasaje. Volveremos, que aquí conste en este romance urdido al modo de los mejores, cuando España era tan grande que no se ponía la noche.
Fuente: ‘Gloriosa Gaceta del Mester’. Época II nº 48, diciembre 2014