UN SIGLO SIN LOS PILARES • EL 11 DE ENERO DE 1915, TRAS UNA LARGA POLÉMICA, COMENZÓ EL DERRIBO DEL ACUEDUCTO QUE SACIÓ LA SED DE LOS OVETENSES DESDE EL SIGLO XVI Y DEL QUE HOY SÓLO QUEDAN CINCO ARCOS
Ene 15 2015

CARMEN RUIZ–TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO, DESCRIBIÓ LOS PILARES COMO: «UNA GRAN OBRA BELLA PERO SIN SUERTE QUE NO SE SINTIÓ EN GENERAL EN OVIEDO COMO UN MONUMENTO, QUE ES LO QUE ERA»

El acueducto ovetense, con el Naranco al fondo, en una imagen coloreada, anterior a 1908.
El acueducto ovetense, con el Naranco al fondo, en una imagen coloreada, anterior a 1908.

Lunes, 11 de enero de 1915. A los ovetenses les invade la rabia, la indignación, la impotencia… Están asistiendo al incomprensible derribo del que, sin duda, era uno de los elementos arquitectónicos definitorios de la ciudad: el acueducto de los Arcos de los Pilares. Tras años de polémica la sentencia se cumplía: eran derribados. El fantástico acueducto que no dejaba indiferente a nadie y al que Jovellanos calificara como «obra de arquitectos montañeses, pero digna de romanos», era derruido. De nada había servido la movilización ciudadana en su defensa. Fermín Canella, una de las voces más críticas, lo había previsto años antes en una aleluyas: «Por un acuerdo notorio/ fue rasgo de ediles famosos del consistorio/ Y, sordos los clamores del arte como de historia local/nuestros regidores creyeron, solo por eso/con una piqueta ajena, rendir tributo al progreso./¡Qué fácil es destruir! ¡Qué difícil levantar! ¡más no sabiendo sentir!/ ¡Bravo! Con recurso tal tendrá una fuente argentina/ el arca municipal; y por ganancia liviana/cualquier día pueden vender nuestra fronda franciscana/ o con interés más vivo dar en remate y subasta/ los diplomas del archivo/ ¡Ay! Entonces despojados de populares preseas/ por tales medios medrados, del arte y de la historia en cueros/ dirán con lástima muchos:hijos de Oviedo ¡incluseros!».

La obra había contribuido a saciar la sed de los ovetenses desde 1599, tras años de vicisitudes, problemas técnicos y un coste de15.500 ducados para su construcción, hasta 1875, en que entró en funcionamiento una nueva traída de aguas de acuerdo a proyectos de Pérez de la Sala y de Ignacio Ferrín.

Todo había empezado el 3 de octubre de 1902, cuando el Ayuntamiento toma en consideración la moción presentada por varios concejales, tras la petición formulada el 21 de enero por el constructor Mariano Lapeña, para el derribo del acueducto, expediente que se aprueba el 24 de noviembre de 1905, con los votos en contra de Juan Fernández de la Llana y de José López Planas, digámoslo en su honor. Comienza entonces una viva polémica en la ciudad en contra de la que se había ya calificado como «bárbara piqueta municipal». ¿Se imaginan que hubieran tenido en cuenta el proyecto de entonces arquitecto municipal, Miguel de la Guardia, que sugería que se hiciera una pasarela o paseo por encima del acueducto para llegar hasta «la pintoresca colina de San Pedro»? ¿Se imaginan una ancha avenida que fuera desde San Pedro, Cervantes arriba con el acueducto como eje central? Pues eso es lo que podíamos tener si tanto oscuros intereses de la Compañía del Norte como de algunos particulares, no hubieran sido los que se llevaran el gato al agua.

¿Quieren saber los argumentos que daban a favor de su demolición? Pues ni más ni menos que la Compañía del Norte ofrecía salvar con un puente el paso a nivel de la Argañosa, que los materiales del derribo darían algún dinero al ayuntamiento y trabajo a los obreros. Que la obra de los Arcos de los Pilares no era artística, ni útil, ni bella, ni histórica, ni ovetense y sí un obstáculo a la calle que a lo largo de ella se abriría. Lo que hay que oír. En diciembre de 1910, vuelven a la carga. En febrero de 1913 otra andanada. Y por fin, en la mañana del 11 de enero de 1915 comienza el derribo de esas «páginas de piedra cantando los esfuerzos de nuestros antepasados para surtir las aguas suficientes entre sacrificios y contrariedades» como los definiera Canella, y en cuya demolición pudo emplear el ayuntamiento cincuenta obreros durante tres meses.

Aún se lograría paralizar el derribo durante un tiempo, pero al final se llevó a cabo. El 23 de enero de 1915, Fermín Canella, entonces cronista de la ciudad y vicepresidente de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, se dirige al Gobernador de la provincia y al Alcalde de la ciudad solicitando la suspensión del derribo «mientras no se cumplan los trámites del caso e informen las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia para que en su día, con aprobación asimismo del Ministerio de Instrucción Pública, pueda la Corporación acordar o no dicho derribo con toda justificación». No fue suficiente. Sólo quedaron cinco arcos en pie. Cinco arcos de aquella obra que Canella describiera con pasión como de «indiscutible mérito histórico en los anales ovetenses, con mérito artístico y científico: una edificación típica en nuestro pueblo; una lección perenne, una memoria del tiempo viejo; y en la elegancia de su corte, en su elevación proporcionada y en todo su conjunto constituyen una fábrica agradable y deleitosa, amadísima de los ovetenses y estimada por los asturianos todos, así como contemplada con gusto especial por cuantos forasteros vienen a nuestra ciudad». Cinco arcos quedaron en pie como testimonio para la historia. Cinco arcos que subsisten, en palabras de Manolo Avello: «casi ocultos, avergonzados». Testigos mudos. Mudos pero que cada día gritan a quien pase a su lado y sepa escuchar, que Oviedo podía haber sido diferente. Que gritan que sí eran una obra artística, bella, útil, histórica y ¡por supuesto! ovetense. Que gritan que sí que merecían haber sobrevivido a doña Piqueta, siempre insaciable y a la que el tiempo no detiene. Carmen Ruiz–Tilve, cronista oficial de Oviedo, describió los Pilares como: «una gran obra bella pero sin suerte que no se sintió en general en Oviedo como un monumento, que es lo que era».

Algo muy típico de Oviedo. Y así nos fue con muchos otros ejemplos de nuestro patrimonio… ¿Aprenderemos alguna vez o seguiremos dando la razón a Churchill cuando decía que le gustaría vivir eternamente, por lo menos para ver como dentro de 100 años las personas cometen los mismos errores?

Oviedo merecía conservar su acueducto. Cien años después, al menos, conservemos su recuerdo.

Fuente: http://www.lne.es/ – Carlos Fernández Llaneza

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