POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
En el lenguaje cotidiano, a veces empleamos frases a modo de proverbios, adagios o refranes, con las que pretendemos sentenciar y cuyo significado va más allá de que lo que externamente significan las palabras. Este es el caso de esa frase proverbial en la que el sabor amargo se mezcla con el dulzor, cuando realmente lo que interpretamos es que no rechazamos algo agradable o que nos supone algún beneficio por poco que sea: a nadie le amarga un dulce.
Me viene al caso, aquella otra frase que tiene relación con ello, con la que decimos, «para la casa, aunque sea una piedra», salvando las distancias. Es algo parecido a lo que le sucedió a un conocido mío que por querer figurar y destacar, solo se le ocurrió ponerse el último de la fila, y cuando llegó ya no quedaba sitio, pero, no le amargó el dulce y por lo menos consiguió que todos vieran que estaba allí y pudo lograr que le sacaran una foto que se llevó muy ufano a su domicilio.
Superando palabras y frases, en la actualidad muchos políticos se conforman con lo que sea, por estar y por ser, aunque estén y sean no merecedores, ni tengan cualidades para percibir las cuatro perras de su soldada. Pero, a ellos, como a mi conocido, también se les podía decir aquello, «que menos da una piedra», aconsejándoles como locución coloquial que se conformen con lo que han conseguido, aunque no sean merecedores de ese salario. Por el contrario, otros políticos aún presuponiendo que se lo merezcan, al duplicar o triplicar los sueldos que perciben nos pueden decir que nos quedemos nosotros con la piedra, que ellos están bien sujetos como una lapa a la roca.
Tengo mis dudas de si en siglos pasado, ocurría algo parecido, pero a la vista de los documentos antiguos creo que de salario poco, a lo sumo alguna contraprestación a modo de obsequios a los que no se les daba importancia, estando regulados dentro de los presupuestos municipales. Por ello, no me llama la atención que los servidores del pueblo en el último tercio del siglo XVII, recibieran, porque así estaba establecido, obsequios por la fiestas navideñas y del Corpus, y si tenían suerte y se celebraba alguna corrida de toros durante ese año, se vieran por esta razón agasajados.
Por lo general, estas dádivas eran a base de dulces y de cera, que solían ser suministrados por los `cerer´, `sucrer´ o `confiter´ de la localidad. Con lo cual, al ser dulcería, no sufrían amargor de boca, conformándose pues sabían que menos daba una piedra, y que para la casa se lo llevaban porque era más que ese objeto arrojadizo que David lanzó con la honda para liquidar al gigante Goliat.
En los primeros días de 1688, Jacinto Iñigo, que se dedicaba a los menesteres anteriormente indicados como `cerer, sucrer y confiter´ cobraba 22 libras 11 dineros por los turrones que había facilitado al justicia, jurados y demás oficiales de la ciudad, con motivo de las pasadas fiestas de Navidad. Este detalle era frecuente por parte del Consejo oriolano, al igual que lo era en el de Alicante, en el que además, desde inmemorial se les entregaba junto con pan de higo en esas fechas como obsequio o parte de su salario, tal como refiere Francisco Figueras Pacheco, en su `Historia del Turrón y prioridad de los de Jijona y Alicante´. En nuestra ciudad, en aquel año de 1687 se le regaló al justicia, jurados, racional, asesor, a los dos abogados, al síndico y al secretario, a cada uno, una caja de turrón de azúcar, sumando todas ellas un total de 85 libras de dicho producto, y una caja de turrón de miel que pesaban un total de 85 libras 6 onzas. Así mismo, al sub síndico y al cajero se le entregó a cada uno una caja de turrón de 12 libras. También, además de su salario se obsequió con otra caja de turrón de miel a los cinco maseros y a uno jubilado (pensionista diríamos hoy), y al alguacil.
En ese año de 1688, nuestras autoridades eran: Gregorio Masquefa, justicia criminal; Juan de Malla, jefe del estamento militar; Pere Jusep Gallur, jurado del estamento Real; Luis Thogores, señor de Jacarella y Thimoteo Cabanes, jurados. Otros cargos municipales los desempeñaban Juseph Arcas como síndico, Francisco Jofré como clavario y Juan Cámara como cajero. Todos ellos estaban dentro de los que se beneficiaban con los turrones navideños, recibiendo además otros obsequios al celebrarse dos corridas de toros en la Plaza Nueva, los días 19 y 20 de julio en las que se lidiaron cinco reses cada jornada, con motivo de las fiestas de las Santas Justa y Rufina. Así, se les entregaron 192 libras de confitura parda, incluyendo entre los beneficiarios al gobernador y al baile. Además se les impartieron 34 libras de peladillas y 200 libras de confitura blanca, de la que parte era para arrojar a la plaza. La época era propicia para los helados y para elaborar los que se les obsequió, se consumió 8 arrobas de nieve, 2 arrobas de azúcar, 2 adarmes de almizcle para aromatizar las aguas, varios kilos de limones y 40 onzas de canela. En el día del Corpus Christi también se les dio confitura parda y blanca, se les facilitaron aguas heladas para las que se gastaron 2 arrobas y 2 libras de azúcar, 3 onzas de canela, 2 libras de pastillas de olor. Para fabricar el helado fue preciso reparar con pez los corchos (a mi entender las garrapiñeras) y para consumirlo se adquirieron 3 docenas de vasos de vidrio que, como es de suponer se los llevarían las autoridades, pues para la casa aunque sea un vaso o una piedra. Por todo ello, se le pagó a Jacinto Iñigo, `confiter´, la suma de 31 libras 2 sueldos 10 dineros.
Y, yo me pregunto: ¿los políticos actuales, además de su salario se sentirían contentos al no amargarse con estos dulces, sabiendo que menos da una piedra?
Fuente: http://www.laverdad.es/