POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)
Por real orden del año 1748 la Sierra de Segura quedaba constituida como Provincia Marítima, a solicitud del entonces Ministerio de la Marina Real, en lo que a primera vista nos podría parecer todo un contrasentido.
— ¡Cómo!, ¿un territorio de tierra adentro bajo el dominio de la Marina?
— La madera, señor maestre, la madera que le quitaron a la sierra para construir los barcos que traían el oro de las América. Que con estos bosques se descubrió la mitad del Nuevo Mundo, se calentó media España y se apuntaló la otra media. Y al final todos nos olvidaron y no se vio por aquí más metal brillante que el filo del hacha empapándose en la resina.
Así se me quejaba Andrés «el de los lobos«, viejo serrano de quien se decía que lloró en el vientre de su madre, y que por tal motivo tenía la gracia de haber ahuyentado de niño a los lobos, y a falta de ellos en la vejez se dedicaba a echar con mucho acierto las tornas y las retornas de las cabañuelas.
En la sierra, al abrigo de una buena lumbre, oí contar muchas historias de aquellos pinares, de sus peores enemigas las cabras, de los hacheros, los aserradores, los tronchadores, y las demás gentes de la madera.
— ¿Sabe usted, señor maestre, que ya los romanos hacían las cortas en el invierno? Y hasta los hacheros de aquellos tiempos tenían una divinidad como patrona a la que llamaban la diosa Puta. No porque fuera mujer de la vida alegre, no, no, sino porque en los latines que hablaban los romanos al que cortaba y podaba le llamaban putator, y con lo que cortaban le decían putamen y a cortar lo denominaban putare. Sí, sí, me lo contó hace años un ingeniero forestal que se le metió al buen hombre en la cabeza que el pino carrasco era un árbol feo porque tenía un tronco tortuoso y con muchos nudos, a diferencia del pino salgareño que es limpio y alto, como un señorito vestido de feria.
Y siguió hablando Andrés «el de los lobos«, que aunque era hombre de pocas letras, tenía buena memoria para recordar todo cuanto oía. Así siguió contándonos que mucha madera de esta sierra se llevó en tiempos de los moros al puerto de Almería, que era donde se amarraba la flota califal y donde se hacían los mayores barcos de entonces. Aquel puerto mercante árabe fue quien abrió la primera ruta naval de la madera de estas sierras hacía los astilleros, hasta que Cartagena le quitó el puesto en el siglo XVIII.
Y viendo que la conversación se animaba y que el hambre arreciaba en el estómago, el bueno de Andrés dejó de hablar y le puso manos a la sartén comenzando a preparar un ajo de los hacheros con níscalos, tal y como lo tomaban en las jornadas de cortas de su juventud. Y volvió a preguntarse por qué aquel ingeniero insensato diría que el pino carrasco es feo, y argumentó que para saber de la sierra había que haber ahuyentado a los lobos de niño y saber cuándo ha de llover por el vuelo de los pájaros. Y que el feo, sin duda, era aquel ingeniero insensible que se metía con la hechura de los pinos. Y… así hasta que el sueño nos venció, y antes de darnos cuenta ya nos había amanecido en la Nava. Y un extraño silencio de rocío reinaba en los pinares, quietud de espíritu que no hube de olvidar jamás.
Fuente: http://www.saborajes.com/