POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Si hace días hablábamos de Isabel I y de su hermano el pretendido -y envenenado- rey Alfonso (XII) de Castilla, allá por tiempos del siglo XV; hoy nos centraremos en el siglo XIX durante el reinado de don Alfonso XII de Borbón, hijo de Isabel II y nieto del rey Fernando VII, El Deseado, y de su cuarta esposa Cristina de Borbón.
En un intento de evitar confrontaciones sucesorias debido a la anulación de la Ley Sálica, a doña Isabel la casaron con un primo suyo, don Francisco de Asís, hombre no manifiestamente «viril» , circunstancia totalmente opuesta a la «alta temperatura sexual» de la reina.
Esta, joven y guapetona, buscaba «ayudas extraconyugales» a sus deseos y, así, se «engatusó» con el militar valenciano, del Arma de Ingenieros, don Enrique Puigmoltó y Mayans, conde de Torrefiel y vizconde de Miranda (1827-1900), personaje que prestaba servicios en la corte y que, por lo que cuentan, era elegante, prestante y arrogante.
Las malas lenguas y las coplas populares (otra vez «Sálvame») asignaron a Puigmoltó la paternidad del futuro rey don Alfonso a quien de niño, siguiendo el ejemplo de «La Beltraneja», apodaron como «El Puigmoltejo».
Otros, que lenguas no faltan, decían que el tal y verdadero padre era don Enrique de Borbón, duque de Sevilla y cuñado de la reina Isabel.
El 10 de septiembre de 1877 el rey Alfonso XII, en retorno a Madrid de su visita a las comarcas norteñas, fue invitado en Zamora a una cena donde, entre otros manjares, se le serviría una trucha de, ¡20 libras!, moradora en el lago de Sanabria, cuya presencia estaba muy estudiada por los pescadores ribereños.
Pero el destino quiso que la trucha no picara en el anzuelo y el rey se quedó sin pez, pero no sin cena.
Tienen fama, mucha fama, en Zamora las TRUCHAS A LA SANABRESA, detalle que nos cuenta Alejandro Dumas en su viaje a España y que nos confirmaron en el Hotel-Posada de las Brisas, de Puebla de Sanabria.
Háganlas así: Preparen un caldo con una taza de aceite de oliva, otra de agua, dos cucharadas soperas de vinagre, ajo picado fino, sal, pimiento rojo picado fino y pimentón.
Pasen por la sartén, vuelta y vuelta, la trucha (o las truchas), limpias y evisceradas, y, dispuestas en una cazuela de barro, se cubren con el caldo anterior y cuecen hasta quedar al punto (jugosas). Se sirven de inmediato en la misma cazuela.
Por tierras zamoranas dicen que las mejores cazuelas de barro las fabrican en Pereruela, un pueblo situado a unos 17 km de la capital, en la carretera que va hacia Bermillo de Sayago.
¡Pásenlo bien!