POR RICARDO GUERRA SANCHO .CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Primera nevada del invierno, bueno yo la denominaría nevadilla por lo floja que ha sido aquí, aunque nos la habían presentado como super amenazante y había despertado todas las alarmas. Desde que a las borrascas y temporales la han empezado a llamar “ciclogénesis” ya nada es igual. Cuando escribo estas líneas nos dicen que esta noche de nuevo llegará otro frente con frío y nieve abundante. Bueno, ¡y qué más da! Si toda la vida de Dios durante el invierno suele nevar, y si me apuran un poco, y estarán de acuerdo conmigo, ya no nieva como antes, ni los inviernos son tan fríos, y todo eso, pero cuando se pronostica una ciclogénesis, tiene que producirse algo muy espectacular.
Y así, esperando, esperando, unos vientos se suavizaron algo y no se produjo esa colisión, muchas concomitancias para que no falle alguna de ellas. Anoche, en la red, era un espectáculo algunas nevadas interesantes y otras en las que cuatro copos que se podríamos llamar asperidad, eran poco argumento periodístico para certificar ese temporal.
¡Hay! Y la gente urbanita que hecha sal antes de que nieve, luego sale pitando para intentar hacer un mini muñeco de nieve a base de arrebañar… Lo mismo hoy soy yo el que me equivoco y amanecemos con una nevada en condiciones, pero no la veo.
Pero volvamos al inicio de la cosa, yo hoy quería escribir de un tema gastronómico tan suculento, que siento ponerles los dientes largos. Mi amigo y compañero de periódico Nino sería el relator perfecto para escribir sobre esto, ya que él tiene una pluma especial cuando habla de cosas de comer, tiene un gusto especial para degustar y narrar, no en balde es miembro histórico y acreditado de la “Cofradía de la Buena Pitanza”. Pero me temo que seré yo, sin su ayuda, y es así porque hoy quiero contar una vivencia personal.
Y como fue, se lo cuento. Uno de esos días pasados en que el frío nocturno dio paso a esa mañana de paseo, me encontré con un amigo y quedé emplazado a la vuelta para tomar un vinito y me dijo que probaríamos unas torrijas esplendidas… yo le dije, si aún no estamos en temporada… ¡ya verás! me respondió.
A la vuelta y en el bar donde habíamos quedado, que es un hostal de amigos mutuos también, el bueno de Iván me quería encalomar esa torrija comentada. Mira que yo los vinos no los tomo con dulces -le dije-, que las torrijas son para la Semana Santa y tal… ¡que no! A ver, que nuestras torrijas son de todo el año -y yo sin enterarme, como un pardillo -Pues yo sí -aseguró el amigo Amelio-, yo quiero una de esas torrijas especiales de la casa…
Yo un tanto escéptico estaba deseando comprobar aquello, ya algo ruborizado, como si el resto del grupo se asombrara de mi cándido desconocimiento del tapeo arevalense. Paco, Pablo, Maxi y… no salían de su asombro.
De pronto apareció una tapa con una pinta estupenda que despertaba los jugos gástricos solo con su contemplación. Era un montadito de caña de lomo ibérico recostado sobre un trozo de pan de siempre, ibérico elaborado en nuestra tierra y de calidad suprema.
¡Qué sorpresa! Al momento y reconociendo mi incultura gastronómica sobre las últimas tendencias de la cocina castellana de autor, la cocina de los mejores ingredientes y mayor simplicidad, la cocina de siempre… al pronto dije, yo también quiero una torrija ‘del Campo’ arevalense con un vino verdejo de Madrigal, que aquí también se puede degustar, por eso de las raíces… tapeo completo y al gusto.
Ya lo sé, desde ahora en mi agenda gastronómica ya tengo atesoradas dos torrijas, la dulce de la temporada “de Pasión” y la apasionante torrija de pocilga de todo tiempo… sin más, y sin menos. Y a precio de diario… Queda dicho, para quien lo quiera leer y también para cumplir con la palabra dada de que lo traería a mi torre mudéjar.