POR CECILIO FERNANDEZ TESTÓN, CRONISTA OFICIAL DE PEÑAMELLERA ALTA Y PEÑAMELLERA BAJA (ASTURIAS)
En junio de 1918 a instancias del Marqués de Villaviciosa, Don Pedro Pidal (el primero junto con El Cainejo en hacer cumbre sobre el Naranjo de Bulnes en 1905) fue acotado bajo la denominación de Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, el espacio de Los Picos de Europa perteneciente tan sólo al Macizo Occidental o Cornión.
Esta sección (intérpretese el mapa de izquierda a derecha) limitaba al oeste con el Dobra y, siguiendo en horizontal por el sur en tierras de Valdeón sentido este, llegaba al Cares, cuya corriente ponía linde al mismo desde El Mirador del Tombu (norte de Cordiñanes) hasta La Canal del Valle Extremeru en La Garganta Divina. Allí enfilaba al noroeste por Trea ascendiendo a La Vega de Ario y a través de las fuentes del Casañu, Bufarrera y Comella bajaba hasta El Repelao de Covadonga, donde cerraba el coto orientándose al SO por Peñalba al encuentro de nuevo con el Dobra en la salida del Valle de Angón.
Sin embargo al entusiasmo del Marqués le quedaba en el tintero la premura de proteger todo el conjunto de Los Picos de Europa y sus estribos. Así se puede colegir de un memorandum previo al preproyecto posterior de 1976 presentado en Oviedo. Ya se estudiaba en él la inclusión hasta el Deva y Cares por tierras de Peñamellera, siguiendo la corriente del Casañu y Cares, hasta la confluencia con el Deva en La Vega de Robriguero y del Molino. Mas esta propuesta no sería aprobada con bastantes podas, debidas a problemas socioeconómicos, hasta 1995. ¡Cuánto tiempo y discusiones llevaron entonces los puntos de Tamandón y Garabín y el asombroso Barranco de Rúgel sobre Trecares!
Desde esa fecha y con el mismo propósito anterior, pasó (¿por qué?) a denominarse Parque Nacional de Los Picos de Europa, desapareciendo la referencia a Covadonga. Se adherían al mismo programa tres Autonomías (Principado de Asturias, Cantabria y Castilla-León) en su intersección de límites, cuyo núcleo lo constituyen los tres macizos (El Cornión, Los Urrieles y Ándara) Después, quedaría además refrendado su status de importancia, al serle dotado por la UNESCO en 2002 con el título de Reserva Natural de la Biosfera.
Más aún, en el Consejo de Ministros del día 30 de este mes de enero de 2015, aplicando la nueva Ley de Parques Nacionales, se unieron a la superficie anterior 2.467 hectáreas: 1.827 del municipio de Peñamellera Alta de nuevo compromiso y 647 del de Peñamellera Baja, sumadas a la reserva anterior.
Debe considerarse un privilegio habitar activamente un espacio con el rango de Parque Nacional.
Ello nos conlleva previamente a fijar la atención en el adverbio activamente, porque desde la cúspide del Torrecerredo hasta la de lo racional del hombre, que lo habita, todo lo que se da en ese ámbito es activo y no precisamente estático, sino en todo caso estético; pues tiene que ser activo en perfección, desde lo geológico hasta lo humano, pero dentro de un orden para bien de todos y siempre con proa a legarlo genuino al futuro.
Lo contrario sería destructivo con las consecuencias del desequilibrio de ecosistemas, desbaratamiento del paisaje y profanación de los resultados acumulados por la cultura y etnografía de sus pueblos en este singular ejemplo de Parque Nacional habitado.
El marco imponente de estas calcáreas torres en la proa avanzada de la Europa Atlántica (de ahí su nombre) atesora en terrazas y vallejos al sol y en simas de caprichosas fantasías a la sombra, una singularidad tan hermosa, que es necesario enorgullecerse de tal regalo de la Naturaleza. De ahí la necesidad de mimarlo y mantenerlo.
Cincelado todo a zapas glaciares y torrenteras de sus ríos (Sella, Dobra, Casaño, Cares, Duje, Deva y Tresviso-Sobra, unido a climatología atlántica, luz y materiales abujardados por ciclópeas tormentas, el resultado es de tronada, a lo grande: cuencas de barrancos y cañones, de escobios y gargantas en verde violáceo, contrastados con terrazas alfombradas de pastizal aterciopelado con cúspides de rosadas alburas, solamente holladas por pezuña de rebeco, ribeteadas de floresta variopinta en tan alto grado, que lo convierte en ópera divina, mas que wagneriana. Una pena, a la vez que una gloria, que nos lo hayan venido a decir de fuera aquellos ilustres viajeros románticos y científicos desde el XIX, como Schulz, Conde de Saint Saud, Frassinelli, a los que siguieron Casiano de Prado, Boada, Lueje…
Cañadas irisadas de una flora de ensoñación para vitrinas ginebrinas de botánica admirada con ejemplares como los clasificados por Leresche, Levier y Boisier y después por el jesuita Lainz, que esmaltan los desfiladeros más imponentes de la Península (Los Beyos, La Garganta Divina del Cares, La India del Duje, La Hermida y la del Tresviso-Sobra).
De todos, pero del conjunto hablar del Cares, del Dobra, del Tresviso…, sin ni siquiera un pincel entre las manos, sería como entrar en una joyería y entretener el tiempo en bisutería profana al buen gusto: tales las trasparencias, las calidades de prusias a veroneses y esmeraldinos matices garzos, a los que no puede llegar tampoco la paleta. Tal vez la poesía, que responde a la admiración del visitante con un pellizco profundo en el alma.
¿Y la bucólica braña de la majada, cuando el haz de luz desde las altas crestas se cuela por el hayedo a dorar la jornada vespertina, mientras el dulce cansancio sobre la tayuela cae delante de la cabaña en dulzuras bucólicas de cencerros y balidos de la reciella, que brinca inocente a la hora del ordeño? ¡Cómo perdernos todo ello!
¿Y los espejos del Enol y del Ercina, donde cada mañana, al desvelarse de nieblas se miran las Peñas Santas de Enol y de Castilla restregándose el despertar de auroras? ¿O esa esmeralda abandonada por alguna reina mora en la huida de razias amorosas de luna nueva en Las Moñetas? ¿O incluso La Jocica, a donde llegó el ingenio humano a buscar energías por la garganta de Carombu al Restañu de Angón?.
¡Las camperas de Áliva y las ensoñaciones de Corona y las cuenyes y zapaderas de Ordiales y Vega Huerta ! No quiero caer en tópicos, no menos justificados, pero me callo.¡Cómo perdernos todo ello! ¡Ay, si lo desbaratásemos…!
Pero no se deben concluir estas líneas, sin rememorar y mantenner otro valor cultural de Los Picos:: el caminar místico de la Historia de Europa, por estas quebradas también hacia Santiago de Compostela.
Sí. El peregrino jacobeo, el que llegaba de Aquitania por el Pirineo y escogía el andar plano por La Meseta, al llegar a Sahagún de Campos por ese Camino Francés, e informado de que en la Liébana se atesoraba el mayor trozo conservado de la Cruz de Cristo, llevada por Santo Toribio desde Astorga al Monasterio de San Martín de Turieno (después cambiaría la advocación, por la de Santo Toribio de Liébana), si palpaba sus energías y las llevaba sobradas, no dudaba en virar al Norte por la cuenca del Cea, primero, y después por la del Esla en Cistierna y, Vía Vadiniense arriba por Riaño, tras darse de frente en Remoña con la trompetería “in tutti” de Los Urrieles altivos, donde Peñavieja y Torrecerredo escoltan al Naranjo, se encontraría como Moisés en el Nebo y pensaría que había merecido la pena la andadura del yermo, para al fin descubrir el secreto mejor guardado de la cristiandad medieval: tal la sima profunda del Valle Lebaniego, donde poder adorar el Lignum Crucis del Calvario, razón de sudores y ampollas, para por esta estación de vía crucis, seguir adelante con su mente puesta en el Salvador de Oviedo, antes de ver al Criado…
Allí atacaría el Macizo por la misma vereda usada por el Beato de Liébana en camino hacia las Cortes de Pravia y de Oviedo y desde las Peñamelleras y Cabrales seguiría El Camino del Norte a Covadonga y Oviedo, como muchos compatriotas de Poitiers lo venían usando.