VINO PROPIO O FORASTERO

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Vino de octubre de 2006

Vino de octubre de 2006

En los campos de Ulea se cosechaba uva de gran calidad y, en el siglo XVII hasta principios del siglo XX funcionaban dos bodegas, en donde se molturaban las uvas de sus tierras y se producía un vino de gran calidad.

Las ordenanzas vigentes obligaban a las Villas de la comarca -entre ellas la de Ulea- a consumir de manera preferente los vinos autóctonos en sus tabernas, mesones, ventas y ventorrillos. Pero como su producción era inferior a las necesidades, estaban autorizados, siempre que se hubiera acabado el vino propio a adquirir el proveniente de las regiones colindantes; valenciana y manchega. Dado que este último era de mejor calidad, debido a la nobleza de la madera con la que confeccionaban sus toneles, los arrieros manchegos arribaban de “matute” durante la noche, a las ventas, tabernas y ventorrillos uleanos, con pequeños toneles de vino, llenando las grandes tinajas de los taberneros.

Ante tal situación, los cosecheros uleanos pusieron en marcha la vigilancia del estricto cumplimiento del Memorial de “La Compañía de Jesús” comandada por Juan Lucas Marino y Pedro Victoriano (Marqués de Yscar), en nombre de esta ciudad -y otras de la comarca- con el fin de controlar la entrada clandestina de vinos forasteros que ya estaban prohibidas por las Ordenanzas de 1693, debido a que ocasionaban graves perjuicios a los vinos de la tierra que al no consumirse, en su totalidad, se echaba a perder en la época de verano.

En Ulea se dieron varias providencias con el fin de evitar este abuso y evitar la entrada de vinos forasteros; hasta que no se consumiera el propio. Sin embargo, estas providencias tropezaron, como casi siempre, con la picaresca de vendedores y taberneros. Para conseguir el control de la situación, se promulgó una ley en la que se prohibía otorgar más licencias de tabernas de las que necesitaban los cosecheros uleanos para el consumo de su vino propio. Además, se le asignó a cada tabernero la cantidad de vino propio que debían vender, con la advertencia de que serían castigados quienes quebrantaran dicha Ordenanza.

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