BARCOS DE MADERA, HOMBRES DE HIERRO (10)
Mar 07 2015

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

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En mayo de 1897, varó en la costa de Adra (Almería) y en el punto denominado Eulinas, la polacra goleta ‘Resolución’ de la matrícula de Torrevieja, que se vio obligada a embestir a causa de haberse incendiado el cargamento de esparto que conducía a Faro. Toda la tripulación pudo salvarse, pero el buque y el cargamento se perdieron.

Al a una de la madrugada del 17 de mayo de 1898, el acorazado inglés ‘Resolutions’ consiguió salvar y remolcar hasta Lisboa la barca `Mayor Fernandito’, matrícula de Torrevieja, logrando salvarse sus tripulantes. La barca sufrió grandes averías.

El 1 de febrero de 1899, a las nueve de la mañana, el vigía de la desembocadura del Guadalquivir avistó cerca de la barra al bergantín español ‘Nueva Juliana’, que iba naufragando a causa de un temporal. El práctico de guardia de la barra, Manuel Gil, consiguió después de grandes esfuerzos embarcarse en el bergantín y poner a salvo a la tripulación que estaba compuesta por ocho hombres. El barco se dirigía desde Torrevieja al Cantábrico con cargamento de sal.

Desde el cabo de San Vicente iba de arribada y haciendo agua. Al mediodía le garrearon las anclas y quedó destrizado en el sitio conocido como ‘El Banquete’, con la arboladura deshecha. Los tripulantes contaron horrores de lo que mucho que sufrieron a causa del temporal. El ‘Nueva Juliana’ pertenecía a la matrícula de Rivadeo y era propiedad de la viuda e hijos de Martínez Bengoechea.

En junio de 1899, el torrero del faro de la isla Hormiga (Murcia), Alfredo Foglietti, escribió al periódico ‘El Liberal’ una carta a través de cuyas líneas se advierten la tristeza y el dolor producidos en el ánimo del comunicante por el espantoso drama que relata:

Era el día del Corpus; el mar bramaba alborotado y sus gigantes olas amenazaban sepultar el faro de la Hormiga.

Rugía el viento de N.E.; el temporal reinante en aquellas aguas del desde el 30 del pasado se había convertido en una borrasca deshecha; los empleados del faro y sus familias, recluidas en aquel peñasco, miraban con espanto tan siniestro panorama, temiendo por sus propias vidas.

De repente apareció en el horizonte la silueta de un barco; jugaban con él las olas a su antojo, elevándole unas veces sobre sus crestas y barriendo otras la cubierta hasta hacerle desaparecer entre sus espumas; por las trazas debía traer roto el timón y destrizadas las máquinas, porque ni oponía la menor resistencia al viento, ni esquivaba los golpes del mar ‘haciendo guiños’ o dando viradas como se acostumbra en tan apurado trance.

Aquel aterrador espectáculo vino a aumentar la ansiedad de los empleados del faro, que olvidaron su propio peligro, ante el terrible drama que se estaba desarrollando en el horizonte, a unas siete millas del islote, en aguas de Torrevieja.

Según nuestro comunicante, subió a la torre, desafiando el huracán que barría la azotea, y pudo observar a simple vista que se trataba de un barco mercante de dos palos y de unas tres mil toneladas de desplazamiento.

No pudo apreciar más detalles por carecer de anteojos de larga vista, pero por el porte le pareció de matrícula española.

Allá en aquella sencilla tablazón debía estarse desarrollando una angustiosa escena; el capitán trataba, seguramente, de sortear el islote, pero todo era imposible; las olas arrastraban vertiginosamente hacia él la embarcación que muy pronto iba a estrellarse contra las rocas.

Era imposible prestarle auxilio de ninguna clase; las embarcaciones menores no podían hacerse a la mar; en vano el torrero agitaba la bandera demandando socorro para aquellos infelices que estaban sosteniendo el último pugilato con la muerte.

Júzguense –dice el comunicante- cuál no sería nuestra ansiedad y nuestra pena en aquellos instantes”.

Al fin surgió la catástrofe, cómo se adivinaba, horrible, aterradora; el barco chocó contra la roca llamada del Vapor, con tal ímpetu, que su proa quedó sepultada en aquel banco de arena, donde yacen tantas embarcaciones.

En la popa se veían las siluetas de los tripulantes que buscaban el último refugio, huyendo del abismo abierto a sus pies.

Poco duró aquella esperanza; un golpe de mar hundió también la popa, ahogando con sus bramidos los gritos de angustia de aquellos desgraciados, y borrando con sus espumas las huellas de aquella tragedia indescriptible.

El torrero Alfredo Foglietti termina su carta con ferviente voto por el alma de los náufragos: “¡Dios los haya acogido en su seno!”.

A principios de julio de 1900, reinaba en aguas de Melilla un fuerte, habiendo ocurrido un grave percance al laúd ‘San José’, de la matrícula de Torrevieja, que había entrado en aquel puerto con cargamento de madera.

Una racha de viento rompió las amarras, poniendo en peligro a la tripulación, que fue salvada por un bote después de una desesperada lucha.

Las amarras del barco quedaron completamente destrozadas, notándose grandes averías, sobre todo en la obra muerta, siendo arrojado a la playa gran parte del cargamento.

Las olas durante la noche hicieron grandes destrozos en el barco, abriendo una vía de agua que por la mañana hacía que el buque se hundiera rápidamente. El ‘San José’ venía consignado al comerciante Carcaño, sin asegurar la carga. Una gran muchedumbre presenció las peripecias del siniestro.

En la madrugada del 22 de febrero de 1901, se inició mar gruesa en las costas de Valencia, aumentando el temporal con fuertes vientos del primer cuadrante.

Por la mañana se presentó a la vista de aquel puerto la goleta ‘Concepción Mateo’, procedente de Barcelona y de la matrícula de Torrevieja.

Combatida por el viento, no pudo ganar el puerto del Grao, y quedo a merced de las olas. Los remolcadores de la compañía constructora de diques salieron en su auxilio y no pudieron prestárselo.

Más tarde, un bote de la Sociedad de Salvamento de Náufragos, que estaba avisado para maniobrar, logró después de grandes esfuerzos lanzar un cabo, y la goleta pudo ser remolcada desde tierra y entrar en la dársena a las tres y veinticinco minutos.

El 8 de septiembre de 1902, a consecuencia de fuerte temporal de Levante, naufragó en Torrevieja una lancha de pesca. Los tripulantes fueron salvados por el bote de Salvamento de Náufragos. Habían fondeados en la rada, aguantando la marea, el vapor austriaco ‘Moravia’, el español ‘Comercio’, cargado de ‘Guano Jaille’, y varios buques de vela.

El 4 de noviembre de 1902, la fragata italiana ‘Teresa Castellano’, que cargada de sal hacía la travesía de Torrevieja a Buenos Aires, corrió grave peligro de naufragar frente al puerto de Cádiz, donde al final pudo entrar.

El 14 de septiembre de 1904, fondeó en el puerto de Alicante el vapor ‘San José’, llevando a seis tripulantes del pailebote ‘San Antonio’, echado a pique a la una de la madrugada cerca de las islas Hormigas.

El pailebote se dirigía a Melilla desde Torrevieja, con cargamento de cebollas, patatas, vinos, licores y otros efectos.

Toda la tripulación se salvó, excepto el grumete Francisco Fuentes, de ocho años de edad, natural de Torrevieja, que pereció ahogado.

En el temporal sufrido en Torrevieja, a mediados de octubre de 1904, zozobró una barca de pesca del bou, salvándose la tripulación. El bote de la estación de salvamento de náufragos salvó la vida a dos tripulantes de otros buques que se hallaron en peligro. Unos días después, el día 18, visitó Torrevieja el gobernador provincial que vino a repartir entre los tripulantes del bote salvavidas el día del temporal, quinientas pesetas que le había remitido el ministro de la Gobernación.

(Continuará)

Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 7 de marzo de 2015

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