POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En los siglos XVII y XVIII, en todo el sur de España, aparecían brotes epidémicos que ocasionaban gran cantidad de fallecimientos sobre todo de niños de corta edad.
El antropólogo Británico Starkie, en el año 1935, escribió un libro sobre las epidemias en los pueblos del sur de España y, la celebración de rituales festivos en casa del infante difunto, con toda clase de música y -en algunos casos- “con gran alboroto”.
En Ulea (Murcia), pueblo proclive a las manifestaciones festivas -del género que fuere-, llegó a constituir un problema de orden público, ya que acudían a casa del difunto con toda clase de instrumentos musicales al uso en la época, organizando los llamados “bailes de velatorio”, en los que participaban la gran mayoría de la juventud del pueblo y bastantes adultos, para celebrar, con su jolgorio, la llegada de los niños al cielo.
El niño fallecido, yacía postrado en la cama de los padres, circundado por un gran ramillete de rosas para que oliera bien y el ambiente fuera respirable, “untaban la frente del angelito yaciente”, con aguardiente, dando a la estancia el característico olor anisado.
Los grupos que asistían al velatorio de los párvulos, tocaban y bailaban hasta altas horas de la madrugada y, lo que constituía una manifestación de duelo, se transformaba en verdaderos escándalos al entrar y salir de casa del difunto.
Ante tales desmanes, el teniente cura Juan Pay Pérez en el año 1724, pronunció una homilía exhortando a la ciudadanía a que guardaran el debido respeto y, sobre todo, como le recomendaba el cardenal Arzobispo de Cartagena-Murcia, Luís de Belluga, el peligro que ocasionaba a la moral de los uleanos el que salieran hombres y mujeres juntos, muy alegres y un poco bebidos, desbocándose las apetencias carnales por las callejuelas del pueblo, al amparo de la oscuridad de la noche.
Por tal motivo, el cura del pueblo Juan Pay, se entrevistó con el corregidor de Ulea y publicaron un edicto que colocaron en la puerta de la iglesia y en la Casa Consistorial, en el que se advertía a la ciudadanía de Ulea de que quedaba prohibido salir de sus casas después de las diez de la noche y, quien no cumpliere dicha ordenanza, sería sancionado por primera infracción con tres reales de vellón por persona.
Al mismo tiempo, advertían que si eran reincidentes, aumentarían las penas con arreglo al escándalo que ocasionaran.