POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

Cayeron mutiladas como del rayo de la ley antitaurina las corridas de toros en Cataluña y ahora van sus mandamases parlamentarios a hacer desaparecer de los encantadores circos provincianos a los animales salvajes, a los que con tanto tacto, precaución y cariño les someten los domadores atléticos para conseguir que entren por el aro, repitiendo mil veces risibles sus cabriolas y monerías. ¿Hasta dónde quieren llegar en su recorte de libertades los que piden su disolución? Un poco de sensatez y humor, por favor. Manténgamoslos.

Si viviera Ramón Gómez de la Serna, domador de palabras y creador de fantásticas greguerías, se moriría de vergüenza (ajena) y se encapsularía en la cripta del Café Pombo, como prestidigitador que era, para que le pintara en su salsa blanquinegra (no blanquerna) el ibérico Solana “solanesco”, valga la redundancia.

A este atrevido paso de corrección política y fervor popular animalista estúpido se van a cargar las “fiestas nacionales”, decretando la abolición o desaparición de los zoos, las jaulas pajareras, los acuarios piscícolas y los parques paquidérmicos. ¡Pobrecitos animales, que tienen tanto que sufrir para divertir al hombre inhumano! ¿Es que no tienen ellos derecho a decidir su presente y su futuro, su estabulación o su libertino despendolaje? ¿Y por qué los catalanes sediciosos van a tener que ser más tenidos en cuenta que los tigres, los leones, las jirafas o los osos enclaustrados? Vade retro.

Hace tiempo escribí unas letrillas graciosas sobre el cocodrilo, que se recitan constantemente en los colegios de Primaria. Vuelven a estar de moda. Dicen así: “En el Nilo, un cocodrilo, hilo, hilo, se pasea, se recrea, nada y mea sin cesar. ¿Y por qué? No lo sé. Vuelta a empezar”.

Pues en estas estamos. Siempre hacia atrás. Prohibir, prohibir, prohibir. ¿Todavía más? Y lo inconsecuente es que los que lo hacen, lo hacen en el nombre divino de la libertad. ¿De quién, por qué? ¡Anda ya! Dejad que los animales sigan su curso natural. De ellos nos abastecemos, ¿y ello, no nos da qué pensar? Hipocresía. Basta ya.

¡Oh circo de la infancia y de la mayor edad, que nadie te descarte de nuestra mismidad!