POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Es posible que recuerden que no hace mucho tiempo decíamos en una ‘Vuelta a los puentes’ que al hablar de pulmones no nos íbamos a referir a esos órganos humanos. Por supuesto, en esta ocasión tampoco, pues nuestra intención es el ir adentrándonos en esos lugares urbanos que insuflan oxigeno a nuestra ciudad.
Si aquella vez entrábamos a Orihuela por ferrocarril y nos deteníamos en la Glorieta Gabriel Miró, en ésta aprovecharemos el acceso por automóvil, a través de la primera circunvalación que ha conocido Orihuela con la construcción del túnel en 1944. Este proyecto de «travesía exterior de la ciudad», que fue publicado en el BOP de 10 de febrero del año anterior, suscitó una reclamación por parte de la Cámara de Comercio e Industria de nuestra ciudad al entender que con ella se producía un grave perjuicio para los comerciantes locales. Pero, no nos adentremos aún en el túnel, y detengámonos antes del mismo en el mirador que pone ante nuestros ojos al Palmeral oriolano, uno de los grandes pulmones, que hoy se ve ocupado en gran parte por edificaciones, a pesar de estar considerado desde 1963 como Paraje Pintoresco, y posteriormente como Lugar de Interés Comunitario por la Unión Europea, dentro de la red Natura 2000, y Bien de Interés Cultural del Patrimonio Histórico. Mas después de recrear la vista crucemos el citado túnel. Eso sí, encendiendo las luces del vehículo, por aquello de las multas de tráfico, y arribemos a Orihuela por San Francisco, en cuyo lugar, en el convento de Santa Ana habita nuestro Patrón.
Allí, en un paseo flanqueado de árboles la ciudad respira cuando se acerca el Miércoles Santo esperando a ‘El Abuelo’. Más hacia la ciudad, bajo el recuerdo del convento de Capuchinos, en la plaza que lleva su nombre, las palmeras y eucaliptus contribuyen en el pulmón oriolano. Más hacia el río, el Parque de las Espeñetas con su quiosco para la música. Después los pasos nos dirigen hasta un jardín, en el que preside la estatua de José María Muñoz Bajo de Mengíbar, natural de Cabezuela del Valle y del que hace pocos años alguien dijo erróneamente de él, que era «un indiano», con motivo de la inauguración de unas obras de reforma en esta plaza que lleva por nombre Monserrate. Pero lo importante es que esta plaza aledaña al Santuario de la Patrona fue remodelada durante la Dictadura de Primo de Rivera, siendo alcalde Francisco Díe Losada. Adentrándonos hacia el centro de la ciudad llegamos a otro de los pulmones: la Plaza de Santiago con sus pinos, que queda arropada entre el jardín el Palacio de Ruvalcaba, tan necesitado de una restauración y las fachadas gótica y barroca de la iglesia del Apóstol, bajo las atentas miradas del mismo en el parteluz obra de Ángel Ferránt, y de la Fe, que corona la puerta por la que todos los Jueves Santo, a las once de la noche, deja paso al Cristo del Consuelo de José Puchol.
Frontero al Palacio de Rubalcava, en su fachada posterior, la Plaza de la Salud en la que el remodelado Hospital Municipal acoge a la Biblioteca María Moliner. Más hacia el centro, la Plaza del Carmen, recogida entre el Palacio del Marqués de Arneva y la iglesia carmelitana, antigua capilla de VOT de la iglesia de San Pablo de los carmelitas. En este punto, si vamos a la derecha, dejando atrás la portada de los pies de la iglesia de las Santas Justa y Rufina, llegamos a la recoleta Plaza de las Salesas con sus ficus, que añora a las hijas de Juana Francisca Fremiot de Chantal que nos dejaron un lunes de enero de 2013. Cerca de las Salesas, las pequeñas plazas de la Fruta con palmeras, de Togores en la que estas últimas combinan con los ficus, y la del Campus Miguel Hernández (Antonio Balaguer) con un olivo y moreras. Más cercana a la sierra, la Plaza de Vía Manuel, en la el pulmón lo forman tres palmeras.
Llegando al final de la calle del Ángel, por la derecha y tras bajar el Puente de Poniente, lo más cercano que encontramos es la Plaza Nueva, donde la citada estatua del ya citado filántropo Muñoz, conocido en Cuevas de Almanzora como ‘el santo Negro’, tuvo su primera ubicación, cuando la plaza estaba rotulada como de la Constitución y albergaba a las Casas Consistoriales. Dicha estatua del que tanto hizo por las gentes de Orihuela con ocasión de la riada de Santa Teresa de 1879, fue inaugurada el 18 de septiembre de 1887, siendo trasladada posteriormente hasta donde se encuentra en la actualidad. La Plaza Nueva en siglos pasados acogía corridas de toros y vacas, ajusticiamientos y la feria anual, hasta que pasó a instalarse en la Glorieta. Pero durante el mandato de Francisco Díe Losada fue construida con diseño de Severiano Sánchez, elevándola y dotándola con bancos y fuentes de azulejería, e instalándose una artística farola, en cuyo fuste aparece el escudo de Orihuela con la corona real, que fue suprimido durante la Segunda República. La obra de forja de esta farola fue realizada por Antonio y José Pérez Miralles, hermanos de mi abuelo Luis, e hijos del armero y herrero Antonio Pérez Porta, autores de la primera Cruz de la Muela de hierro, entronizada en 1910 por iniciativa de Inocencio Carretero.
Plaza Nueva que añora a aquél fotógrafo que tuvo por protagonista durante muchos años, y que fue restaurada por la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artístico de Orihuela, en 1986, siendo alcalde Vicente Escudero Esquer, e inaugurada el 19 de diciembre de dicho año. En el año 2014 fue sometida a una remodelación y restauración de algunos de sus elementos. Podríamos continuar hacia la zona moderna de Orihuela, buscando otros pulmones, y de allí dirigirnos hacia el casco histórico para terminar oxigenándonos en la Plaza de Santa Lucía. Pero, este paseo lo dejemos para otra ocasión y así volver a cruzar otro puente de Orihuela.
Fuente: http://www.laverdad.es/