
POR JUAN FRANCISCO RIVERO DOMINGUEZ, CRONISTA OFICIAL DE BROZAS (CÁCERES)

A veces a los periódicos hay que darle otro repaso para encontrar noticias interesantes para uno. Eso me ocurrió ayer con “El Periódico de Extremadura “, que recibo diariamente en mi ordenador y que puedo ver en mi teléfono móvil, como cualquier hijo de vecino.
Ayer la periodista Lola Luceño Barrantes sacaba una amplia información sobre el desplome de la fachada de la iglesia de Zamarrillas, un despoblado cacereño entre Torreorgaz y el Pantano de Valdesalor, abandonado desde el siglo XVIII. Leo la noticia, que transcribo íntegramente a continuación, y veo que hay algo que no sabía y que tiene relación con Brozas.
Se trata que esta finca de Zamarrilas , de igual nombre que la ilustre cofradía malagueña de Semana Santa, fue propiedad del brocense Nicolás de Ovando.

Esto lo cuenta el cronista oficial de Trujillo, mi buen amigo José Antonio Ramos Rubio, con el que hablé ayer para ampliar la información, con fotos de Oscar de San Macario, al que conocí de visita fotográfica por Brozas, y que hoy es miembro de la Asociación de Periodistas y Escritores de Turismo de Extremadura, que tuve el honor de fundar hace ya más de 20 años. Y les dejo que lean la noticia íntegra.
Entre Valdesalor y Torreorgaz, a mediodía de la villa de Cáceres, a dos leguas según las crónicas, se alza una aldea bajomedieval abandonada hace tres siglos que mantiene su porte nobiliario en medio de los Llanos. Zamarrillas, un bello caserío levantado en mampostería y piedra granítica, mantiene todavía su palacio, media docena de casas, sus escudos, sus cuadras y pajares.
Pero la iglesia o ermita de Nuestra Señora de la Esclarecida acaba de perder su fachada, derrumbada sobre el atrio porticado. Así lo han constatado los historiadores José Antonio Ramos Rubio y Oscar de San Macario durante la última visita a este arrabal, desconocido por muchos, que supone un auténtico espejo de la historia.
El templo, de traza románica, ha sido utilizado durante años para los usos del campo. Un viejo tractor permanecía en su interior al menos hasta hace pocos días. La talla de Nuestra Señora de la Esclarecida ya fue trasladada en tiempos a la iglesia de Santiago de Cáceres para salvaguardarla. Junto al ábside pentagonal se situaba el cementerio, porque Zamarrillas tuvo incluso camposanto. El templo da acceso a la aldea por una vía ancha empedrada que antaño facilitaba la entrada de los carruajes. Pero todo se está perdiendo. De hecho, el castillo de los Durán de la Rocha, sobre el altozano de Zamarrillas, lleva mucho tiempo en ruinas, y el resto de las edificaciones resisten como pueden.
Los historiadores han dado la voz de alarma en diversas ocasiones sobre el estado de este caserío, uno de los muchos que surgieron en los siglos XIII y XIV por la repoblación de las tierras cacereñas tras la Reconquista, para su aprovechamiento agroganadero y por la necesidad de proteger el espacio de las incursiones de los rebaños mesteños que llegaban desde el Reino de León.
Sin embargo, pese a la inquietud de muchos especialistas y amantes de la historia, Zamarrillas sigue sin protección al ser de propiedad privada. Solo algunas familias poseen sus casas y campos, lo que dificulta la conservación del poblado, donde la hierba lo cubre todo, las paredes ceden y los tejados se vienen abajo.
«En suma, un complejo arquitectónico de iglesia, palacio, casa-fuerte, escudos, pajares, cuadras, tinados y otras edificaciones robustas en peligro de desaparecer», explican José Antonio Ramos Rubio y Oscar de San Macario, quienes publicaron el año pasado un exhaustivo libro en el que recogen un centenar de ermitas y edificios castrenses en mal estado de conservación.
Este trabajo ha servido para que la Administración se preocupe por el deterioro de algunos recintos y acometa los trámites para la restauración de algunos de ellos, según explican los investigadores. Sin embargo, Zamarrillas está en manos privadas y su destino es aún más incierto.
¿Pero cómo surgió esta aldea? Hay que remontarse a los tiempos en que la villa de Cáceres fue reconquistada en 1229 por las tropas de Alfonso IX y se le dotó de un amplísimo término municipal. Sus terrenos, desde las vegas de los ríos Tamuja y Almonte al norte, hasta las estribaciones de las Sierras de San Pedro al sur, se destinaron sobre todo a la ganadería, a las reses de los nuevos habitantes, repobladores y colonos, y de los nobles de Castilla que ocuparon esta comarca.
«Los pastos y encinares propios de los campos cacereños comenzaron a dividirse en adehesamientos –dehesas– trazados por mandatarios de Alfonso X El Sabio, y sus edificaciones empezaron a formar pequeños núcleos», relatan los historiadores.
De hecho, el término de Cáceres era tan extenso que se hacía necesaria la creación de estos poblados, «seguramente aprovechando en ocasiones antiguos asentamientos romanos y árabes», subrayan José Antonio Ramos y Oscar de San Macario. Zamarrillas, en plena llanura trujillano-cacereña (con acceso desde Valdesalor y Torreorgaz), contaba con unos 14 vecinos a principios del siglo XVII que en su mayoría trabajaban para los Ovando, «linaje cacereño que logró hacerse con la mayor parte de los terrenos que componían la heredad y que contó con castillo y casa fuerte», detallan.
Propiedad de Nicolás de Ovando
El poblado aparece en algunos documentos históricos. Por ejemplo Nicolás de Ovando, en testamento firmado en el año 1564, cita «las casas de campo, tierras y asiento y pastos que yo tengo en el heredamiento de Zamarrillas», fundando entonces mayorazgo en favor de su sobrino Hernando de Ovando Ulloa, que pasó a ser Primer Señor de Zamarrillas.
De hecho, según explica Alfonso Callejo, otro investigador del poblado, a mediados del siglo XVI comenzó a haber en esta aldea propiedades importantes de la familia Ovando, posiblemente el castillo del altozano y con seguridad la casa-palacio. La familia Golfín también tuvo allí casas, y los escudos recuerdan la presencia de otros apellidos muy conocidos como Ulloa, Mogollón, Carvajal y Paredes.
El libro ‘La Casa de Ovando’, de José Miguel de Mayoralgo y Lodo, recoge todos los personajes que ostentaron el título de señores de Zamarrillas hasta el XIX. El poblado vivió incluso algunos fastos de la nobleza, entre ellos la boda de María Juana de Ovando y Cáceres con Gabriel Francisco Arias de Saavedra y Monroy en 1749, y la de Leonor de Ovando y Vera, octava señora de Zamarrillas, con Diego de Ovando Cáceres y Aguilar, en 1780.
Al no tener descendencia se cortó la línea primogénita del conocido capitán Diego de Cáceres Ovando, paladín de los Reyes Católicos, y este señorío pasó a los Mayoralgo.
Pero Zamarrillas nunca creció de forma significativa, más bien comenzó a decaer por estar en manos solo de algunos nobles que acapararon las tierras, mientras los labriegos sobrevivían con jornales no garantizados. Existe un dato histórico que así lo revela: en 1595 los arrendamientos de Zamarrillas ascendían a 79.968 maravedíes, es decir, solo un 3,5% de la dehesa a la que pertenecía (la Zafra).
Alfonso Callejo, que ha publicado un libro sobre el poblado, afirma que ya en el Libro de Yerbas de 1731 se le adjudica un partido de labranza de 793 fanegas, pero sin beneficio para los pobladores. Otro expediente de finales del siglo XVIII rescatado por Callejo lo deja muy claro: «Hay 22 vecinos y ningún noble (estaban ausentes). Uno solo es labrador, que cultiva tierras arrendadas, y los demás jornaleros. Carecen de todo: ni tienen ejido, ni partido, ni montes, arrendados a los que no son vecinos del pueblo».
Zamarrillas se fue despoblando poco a poco hasta que finalmente los franceses arrasaron la zona en la Guerra de la Independencia (siglo XVIII). Aunque por momentos alcanzó cierta prosperidad, nunca llegó a tener término municipal ni gobierno propio por tratarse de un heredamiento, lo que lastró su desarrollo, al contrario de las vecinas Torreorgaz y Torremocha.
Hace un siglo seguían en pie seis inmuebles según el Libro de Yerbas de 1909: Casa de los Muñoces, Casa Grande, Casa de las Roldanas, Casa de Merino, Casa Chica y casa de los porqueros. La imagen que presenta hoy la aldea es de triste decadencia.
Algunas casas han sido reforzadas o parcheadas con chapas y uralitas para labores del campo. Existe una vía principal y una acequia que lleva el agua por el poblado. La construcción principal, que mantiene su empaque nobiliario, es el palacio o casa de los Muñoces con sus blasones esgrafiados y esculpidos.
Puede apreciarse sobre el portal un escudo mal conservado con las armas de Ovando-Ulloa. En el lateral norte existe un blasón de granito bajo un alfiz datable en el siglo XVI con armas de Ovando, Ulloa, Mogollón y Carvajal, que dan fe de las familias dominantes de estas tierras. Tiene 13 habitaciones y dependencias para tinaos, cuadras y casas donde dormía el servicio. Fue habitada hasta hace unas décadas.
Subiendo el risco se llega al ruinoso castillo de los Durán de la Rocha. Es una construcción castrense de mampostería con sillares en las esquinas, obra de la segunda mitad del siglo XV y con posteriores añadidos en los siglos siguientes, según detallan José Antonio Ramos y Oscar de San Macario. Se conservan parte de los muros y el arranque de la torre del homenaje, habiendo desaparecido los escudos y esgrafiados cuyos restos se aprecian en algunas zonas del edificio.
Otros lugares con encanto situados en tierras cacereñas han corrido mejor suerte como las Arguijuelas, los Arenales o el castillo de las Seguras, con actividades hosteleras que les dan nueva vida. También ha habido proyectos de aprovechamiento turístico para Zamarrillas, pero la dificultad de poner de acuerdo a los distintos titulares ha dado al traste con las iniciativas.
Aldeas que desaparecieron
Tras la Reconquista surgieron aldeas al abrigo de las dehesas que se formaron en los campos cacereños. Algunas se perdieron por la peste, las crisis demográficas o el aislamiento: Alpotreque, Puebla de Castellanos, Casas del Ciego, Malgarrida, Borrico, Pardo y Borriquilla.
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