POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Muchas veces, de niño hemos hecho uso de esta paremia que no sé dónde incluirla, si como adagio, sentencia, proverbio o refrán, y con la que cuando algún otro chico nos regalaba algo de su propiedad y después de ello nos lo reclamaba, éramos prestos en replicarle: “Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da ya no se quita”. Tal vez sea esta expresión la más frecuente al invocar a esta monja agustina italiana que obró múltiples milagros en vida, y que vivió a caballo entre los siglos XIV y XV, y cuyo cuerpo nunca fue enterrado, conservándose incorrupto en una urna en la basílica dedicada a ella, en Casia (Italia). Esta sencilla mujer que en el siglo se llamó Margherita (de ahí, tal vez Rita, nombre formado por las cuatro últimas letras) Lotti, fue beatificada en 1627 y canonizada por León XIII, en 1900. Siempre se la ha considerado como intercesora en problemas de la vida conyugal, de las causas perdidas e imposibles. En España es Patrona de los funcionarios de Administración Local, y aunque ignoro el motivo de este patronazgo, puedo intuir que, tal vez sea porque el trabajo de éstos a la hora de valorarlo y remunerarlo por sus jefes y por la sociedad sea algo así como una causa imposible. A pesar de que con objetividad, vemos, yo al menos así lo considero y aprecio, por lo general su tarea y dedicación es seria y responsable.
Por otro lado, esa entrega de algo propio y posteriormente, la negación a devolverlo, es factible que veamos en ello en su trasfondo un poco de egoísmo por la falta de generosidad: ahora te lo doy y después te lo quito.
Hace más de sesenta años entre los colegios que existían en Orihuela, uno de ellos tenía por titular a Santa Rita. Creo que no deberíamos de catalogarlo como de “cagones”, pues aunque acogía a niños de esa condición, llegaba hasta los siete u ocho años, o sea hasta la primera comunión. Este fue mi primer colegio, al que probablemente debí asistir de “cagón”, y estaba regentado por doña Concha Ortega. Tenía su entrada por la Plaza de la Merced, y se encontraba en el primer piso, existiendo en bajos del edificio el “gran bazar de Emilio el de los muebles”, que tenía su entrada por la calle Ballesteros Villanueva, número 7. El centro docente era la casa particular de un antiguo militar cuyos sables y retrato se encontraban en el comedor, desde el que se accedía a un amplio salón donde estaba el aula. Al entrar a la casa, había que discurrir por un pasillo en el que a la derecha había una cortina, tras la que se encontraba el cuarto de castigo. Éste no era otra cosa que la habitación de una anciana y siniestra criada llamada “Angelica”, junto a la que nos dejaban cuando hacíamos alguna trastada. Pero, bueno, estábamos hablando de Santa Rita de Casia, titular del centro, y tal vez para hacer honor a la misma, en la clase había una colección de juguetes que se nos decía que se darían de premio cuando terminase el curso. Sin embargo, en los años que yo estuve, que fue hasta los seis inclusive, nunca se entregaron. Probablemente por aquello de “lo que se da ya no se quita”.
Todos los años el día de la festividad nos bajaban a la iglesia de la Merced, en la que en la capilla dedicada a Santa Rita, el sacerdote Antonio Roda López junto con la maestra y sus ayudantes Elvira y Nieves Gilabert, rezábamos a la Santa monja agustina de Casia. Han pasado muchos años, y de momento la memoria nos falla poco, aunque algunas veces hace de las suyas. Así que pediremos auxilio a la abogada de las causas perdidas e imposibles, pues lo de la edad y su avance está dentro de ellas al ser ley de vida.
En este punto, me gustaría fijarme en las hermanas de la Orden Agustiniana, a las que pertenecía Santa Rita, que a partir de su fundación el 14 de agosto de 1591 en Orihuela han estado presentes en la vida ciudadana, a través de su convento de San Sebastián, observándola desde la clausura y elaborando las “pellas”, que todavía están en nuestra memoria gastronómica. Así como, engrandeciendo el patrimonio artístico de nuestra ciudad, con la incorporación, en 2010, del retablo de Nuestra Señora de la Consolación en el altar mayor y con los retablos laterales, de estilo neobarroco de madera de pino tallada y dorada, procedentes del convento de Santa Susana de las religiosas agustinas de la villa de Durango. Obra fabricada en dicha villa en 1896, por el escultor bilbaíno Vicente Larrea Aldama (1852-1922). En dicho retablo se da culto en el ático a un calvario, cuyo Cristo atribuido a Francisco Martínez de Arce (1665) procede de otro primitivo. Así mismo, en la calle lateral del lado del evangelio está entronizada una imagen de Santa Rita, procedente también de Durango y de autor descocido. Este retablo fue trasladado a Orihuela, al ser suprimido el convento de Durango con el visto bueno de la Orden de San Agustín y con la autorización del obispo de Bilbao Ricardo Blázquez.
Por otro lado, en el coro bajo se conserva un cuadro obra de Antonio Villanueva (c.a. 1751) cuya iconografía representa a Santa Rita en éxtasis ante un Crucifijo confortada por dos ángeles, en el momento de producirse el prodigio de que una espina de la corona del Cristo se le clavara en la frente.
Aquí se atesora el citado retablo, estando a buen recaudo, haciendo con ello que deje de ser válida la paremia que enunciábamos al principio, pues nadie va a pedir que se le devuelva. Luego: “Santa Rita, Rita, Rita lo que se da ya no se quita”.
Fuente: Diario LA VERDAD – VEGA BAJA. Orihuela, 22 de mayo de 2015