POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Mayo es un mes que me gusta, desde chica. En la escuela nos llevaban de excursión al campo alguna vez, rompiendo la monotonía de la tabla de multiplicar. Olía a celindas y cinamomos en mi huerto, y florecía en el de mi abuela la vara de San José. Mi padre traía flores a casa, nardos, margaritas y rosas, y sonreía más. Creo que a él también le gustaba mayo, aunque no lo dijera. Pero mi imagen de la primavera eran unas flores salvajes, chicas, amarillas, que no he vuelto a ver. Y las violetas. También me encantaban los campos llenos de amapolas. Los niños les dábamos la vuelta a las hojas, para imaginar que aquello era un obispo. Había pocos juguetes. Comíamos tallos de zarzas, amargos, hinojos, dulces, y vinagreras, agrias. Al que pillaba una indigestión, le endiñaban en casa agua de Carabaña, y a correr. Los críos dábamos antes poco trabajo, creo. También era el mes de la Virgen. Ya no picaban los sabañones, alumbraban las primeras luciérnagas, y se acercaban las golondrinas a hacer sus nidos de barro. A mí me parecía que era un mes hecho para las mujeres, porque a los hombres de entonces se les miraba mal si manifestaban delicadeza. Eran brutos a la fuerza. Por eso creo que Mayo es para Eva; para todas las Evas, desde las antiguas, con sombrilla para no ponerse morenas, a la de Joaquín Sabina, tomando el sol desnuda en el balcón.
Sin embargo las Evas de mi generación eran ya otra cosa. Andábamos de la ceca a la Meca para rendir profesionalmente como un hombre, y atender a la vez la casa, como una mujer. Creo que lo hicimos demasiado bien; ya lo escribió antes Concepción Arenal: Un hombre, cuando no puede más, se para. Una mujer, si no llega andando, se arrastra. Gran error. Sí, creo que hemos aguantado demasiado. Y que este esfuerzo ha sido poco reconocido. En el camino perdimos hasta la capacidad de apreciar cómo florece mayo, Yo, por ejemplo, no he vuelto a ver aquellas flores amarilla de la infancia, ni una luciérnaga en la noche, ni he comido vinagreras silvestres. Ni tengo un huerto con flores. Es que todo no se puede tener en la vida.
Sin embargo soy una mujer afortunada. Porque todavía en este siglo XXI un periódico de Mayo reúne en un par de páginas tres terribles historias de Evas. Una de ellas, de 73 años, confiesa haber sufrido violaciones y palizas de su marido durante 40 años. La sigue acosando tras la separación, y vive refugiada en una casa de acogida mientras su verdugo disfruta del domicilio familiar, tan pancho. A otra el marido la dejó en coma a base de palos. Luego fue a rematarla al hospital, porque la jueza, otro tipo de Eva, no quiso ponerle vigilancia, pese a las peticiones de la Guardia Civil. Dando vuelta a la página hay otra Eva, asesinada por su marido de un disparo mientras dormía. La mató porque era suya; porque no aceptaba la separación, y porque lo tuvo fácil: era policía. Estaba una tan triste este día de Mayo, que ya no le apetecía ni comparase una maceta de rosas para el balcón. Entonces llego a casa un libro lleno de esperanza. Era un regalo, con preciosa dedicatoria, de dos queridos amigos, el Dr. Santiago Dexeus, y su mujer, la Dra. Lola Ojeda. Ambos ginecólogos. Ambos con una vida dedicada a ayudar a infinidad de Evas. Lo he leído de un tirón. Me vino como agua de mayo para calmar mi pena por tantas Evas calladas, asesinadas, humilladas. Porque es terrorífica la cifra del pasado año en el tema de malos tratos. Y da miedo imaginar la infinidad de Evas que este mes de mayo andan llorando sus penas por los rincones, o criando malvas en el cementerio, sin que las leyes vigentes sean capaces de asegurarles que no volverá a suceder. Por eso agradezco tanto este libro de los Drs. Dexeus y Ojeda, “Eva en el Jardín de la ciencia”. Les recomiendo su lectura, para comprender mejor el cuerpo y el alma femenina. Para ayudar a todas las Evas, y como homenaje a las que nunca más verán florecer los naranjos en mayo. Mi papelera se ha llenado de flores para acogerlas. Para pedirles perdón.