POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Como epílogo a la serie de naufragios y sufrimientos de las gentes de la mar de Torrevieja o que a ella venía a cargar sal quiero terminar con una sentida carta escrita por el muy poco conocido capitán Ramón Lagier el 15 de febrero de 1894, en donde narra su travesía como grumete en uno de los barcos que venían a cargar el producto de nuestras salinas.
Pero ¿quién fue el capitán Lagier?
Ramón Lagier, nació en Alicante el 16 de marzo de 1821, llegando a ser un acaudalado comerciante de antepasados franceses, de pensamiento liberal, hasta el extremo de marchar al exilio a Inglaterra durante algunos años, y de madre ilicitana, hija de un propietario rural de la pedanía ilicitana de Valverde.
A los 14 años, en 1835, embarcó en el pailebote ‘San José’, propiedad de un amigo de su familia, barco en el que le sucedió en hecho que describe en la historia que pasamos a contarles, exactamente al año de ir navegando en dicho buque.
En 1838 consiguió los certificados de trabajos teóricos y prácticos de la carrera de marino, obteniendo el título de tercer piloto de comercio para mares europeos. Embarcó en el navío ‘San Antonio’ con destino a La Habana y en 1840 fue nombrado capitán del buque ‘La Esperanza’, propiedad de un armador de Villajoyosa.
Otros barcos que estuvieron bajo sus órdenes fueron ‘Joven Teresa’, ‘Encarnación’, ‘Pepito’ y el vapor ‘El Buenaventura’. Las dos décadas siguientes las pasó navegando y prueba de ellos fueron las condecoraciones que recibió: en 1859, el gobierno de Francia le concedió una medalla de plata y diploma por haber socorrido al buque francés Victor Henriette. La Naviera Catalana le expresó su gratitud por contribuir al salvamento del bergantín ‘Salvador’ y del vapor ‘Marsella’. También Guillermo de Prusia le concedió una distinción.
Participó activamente en la Gloriosa revolución de septiembre de 1868 y mantuvo amistad con el general Prim al que ayudó en el traslado de oficiales en el vapor capitaneado por Lagier. Fue propuesto por su amigo para diputado a Cortes, acta que no llegó a conseguir. Una vez asesinado el general Prim, Lagier se retiró a su finca de Valverde en 1870, en el reinado de Amadeo de Saboya, dedicándose a escribir numerosos artículos de prensa y cartas política-republicanas, anticlericales y antijesuitas., entre las que se encuentra la que paso a copiar, firmada el 15 de febrero de 1894, tres años antes de su muerte.
Dice así:
“Contaba yo quince años de edad cuando hice mi primer viaje de grumete agregado a la náutica, en un bergantín cargado de sal de Torrevieja, con destino a la ría de Villaviciosa (Asturias).
Llegamos a la barra de la ría a las cuatro de la tarde, hora de pleamar, del día 24 de diciembre del año 1836, fecha memorable en los anales de nuestra historia política, por ser ‘La Nochebuena’ en que el inmortal Espartero rompió el cerco de la invicta Bilbao, bloqueada por los ejércitos carlistas.
La canción popular dice: ‘era noche de nieve y granizo etc.’. Efectivamente, nadie mejor que yo puede recordar la tempestad de aquella noche.
Salió la lancha del práctico del puerto Tasones, tripulada por catorce hombres, y hubimos de observar que todos estaban borrachos, pero no había más remedio que acometer la barra bajo la dirección del práctico.
Ya pasado el punto de más peligro y cuando nos creímos a salvo, hicieron una falsa maniobra y nos encallaron el buque en un banco llamado ‘el pozo de la arca’. Allí encallados, se cerró la noche más cruel y tempestuosa que pueda imaginarse, según hemos referido, y a la baja mar se partió el buque en dos pedazos.
Nos apresuramos a salvar las vidas con la lancha, atravesando la ría hacia la costa que llaman del Puntal. Yo iba descalzo, y al arrojarme desde el buque a la lancha se me clavó una astilla de madera en la planta del pie derecho, astilla que se rompió y quedó clavada en el pie, herido y ensangrentado.
Ya en salvo, desembarcaron todos los tripulantes, yo quedé tendido sobre el fango. Acudieron los carabineros y guardias de la sal, que daban muestras también de haber asistido a la misa del gallo por lo que venían contentos y balbuceantes.
En este estado, se acercó una ‘pobre mujer’, una aldeana que me tomó en brazos, ‘¡y no estaba borracha!’ me condujo a su miserable morada en donde no había más que una habitación y un establo con una vaca. Allí, junto a la vaca, como al niño Jesús, me hizo la cama la pobre Marena, cama de hojas de maíz, me cubrió con sus sayas, dándome una taza de leche con sal, la taza era de madera que llaman ‘conca’. Esta pobre mujer me prodigó los mayores cuidados y cariño como una madre, me curó el pie y estuve en su casa más de un mes alimentándome de leche y pan de borona; eran extremadamente pobres, sólo vivían ella y los suyos de lo que rentaba la vaca.
Ahora pregunto yo, ¿tengo motivo para defender a la mujer como más virtuosa que el hombre? Sí, sin duda por este hecho que hemos referido, y otros muchos, muchísimos más que podríamos citar en nuestra larga vida. Preguntamos así mismo: ¿tengo motivo para quejarme de las fiestas de la iglesia católica que hicieron aquellos hombres borrachos y estúpidos? Seguramente que sí.
Al día siguiente de una fiesta religiosa de estas que se practican en nuestra nación, tienen que hacer los juzgados a causa de navajazos, palos y pedradas.
En estos días solemnes de fiestas católicas, amanecen tocando al vuelo las enormes campanas con sonido estridente e infernal, acompañado de algún cañonazo que desconcierta los sentidos y predispone a la estupidez y la maldad entre gentes ignorantes. He observado en mis viajes por este mundo que las campanas están en razón directa de la incultura. España es la nación que tiene más campanas, y es preciso suprimir estos cencerros para acuñar moneda o cambiarlas por trigo, como hizo en Alicante el general Chapalangarra el año 1820.
En las naciones protestantes se tocan las campanas con sonido armónico, y no con la algaraza y desconcierto que se tocan aquí. En varios pueblos de Bélgica y Alemania, teníamos el gusto de oír el toque de oración al crepúsculo de la tarde, sentados frente a la iglesia, pero en mi tierra me tapo los oídos. En Alicante, cuando voltean la gorda, causa estupor. En Barcelona está la campana nombrada Santa Eulalia que es del tamaño de un navío; en Toledo no digo nada, etc.
Además de las campanas, inaugurase la fiesta con las detonaciones de los morteretes. Un hombre en mangas de camisa y sin afeitar, dispara los morteretes con una caña. Los chicos se emocionan con las detonaciones, saltando como gamos; el uno le tira al otro un tomate podrido, éste otro una bola de fango, el de más allá le pega un pescozón. En fin, estos niños educados de esta manera no pueden ser jamás hombres serios y pensadores.”
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 30 de mayo de 2015