BRAGUETAZO
Jun 19 2015

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

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Aunque el término braguetazo solemos relacionarlo con el matrimonio, tal como después veremos, si nos detenemos a buscar su origen podríamos ir más lejos. Para ello, lo primero que deberíamos hacer es fijarnos en la bragueta, que no es otra cosa que una pequeña abertura en el calzoncillo o en el pantalón por el que el hombre puede extraer su miembro viril y proceder a la micción. Recuerdo una anécdota de un simpático sacerdote y buen oriolano que, cuando pasaba cerca de la Plaza de Abastos, y veía un establecimiento abierto (el de La Bragueta) y en otro, a su propietario (El Pijorrio) en la puerta, decía: «Ya está la bragueta abierta y el pijorrio en la puerta». Tenía gracia la frase pero, semánticamente venía a significar lo que decíamos al principio. Sin embargo, más dificultad tendrían para realizar su necesidad fisiológica aquellos caballeros vestidos con armadura, en la que la protección de sus órganos genitales era a base de una especie de concha metálica, la cual no sé si iría a presión o atornillada. La próxima vez que vaya a la Villa y Corte, procuraré pasar por el Palacio Real y comprobar este asunto en la Real Armería.

Pero hay otros aspectos que también están calificados como braguetazo, como es el caso de la hidalguía que conseguían aquellos que engendraban siete hijos seguidos, con lo cual tras alcanzar este estatus se veían exentos de algunos impuestos y cargas. Estos hidalgos eran así calificados con menosprecio, por aquellos otros que la hidalguía le venía por la sangre. Y nada mejor para descalificarlos, que haciendo uso del lugar por el que salía el motivo que había propiciado el nacimiento de los vástagos. Sin embargo, todos estos temas no son los que nos interesan para lo que viene a continuación, que no es otra cosa que la acepción que podemos dar al braguetazo, como el hecho de casarse por interés un hombre con una mujer, o bien cuando de manera rápida se incrementa el nivel social o económico a través del matrimonio. Aunque, dicho sea de paso, que yo conozca, son más casos de braguetazos en la actualidad dados en mujeres que en hombres, a pesar de que la bragueta no sirve para las mujeres, con la intención para lo que fue inventada.

Regresemos en el tiempo a la Orihuela de 1762, en que el día 1 de septiembre estaba previsto el enlace matrimonial de Agustín Pastor López y Antonia Rodríguez Pastor, hijos respectivamente de José Pastor de Regil, viudo de Isabel López Lacárcel, y de Cristóbal Rodríguez de Vilato, viudo a su vez de María Pastor. Ambos progenitores eran familiares del Santo Oficio de la Inquisición de Murcia y residentes en Orihuela. Con lo cual, se intuye que el nivel social de los nuevos esposos era el mismo, por lo que no cabría hablar del citado braguetazo por este motivo. Por el contrario, por las ‘Cartas Matrimoniales’ que se establecieron el 28 de agosto de dicho año, ante el notario Juan Ramón de Rufete, tal como habían determinado al haber «ajustado su casamiento», podemos comprobar que existía una substanciosa diferencia económica entre la doncella y el varón. De tal manera que la primera aportaba al matrimonio ajuar, alhajas, dinero en metálico y otras propiedades por un valor de 4.000 libras, mientras que el segundo, únicamente contribuía con 22 tahúllas de tierra, parte plantada de moreral y el resto blanca, tasadas en 1.320 libras, ubicadas en el Camino de Beniel, con riego de la Acequia de Molina por la arroba de Blas Pérez. Como vemos, quien daba aquí el braguetazo era el novio pues solamente su aportación era de aproximadamente del 25%. Pero, detengámonos en los bienes que dicha doncella portaba en sus alforjas a la hora de desposarse, según mandaba la Santa Madre Iglesia.

El ajuar estaba compuesto, entre otras cosas, por siete cobertores de damasco, seda, filadiz y lino, tasados en 90 libras. Así como por seis sábanas, ocho fundas de almohada, siete toallas, una docena de servilletas ‘alamanescas’, seis pares de manteles de lino, ocho cortinas (una de ellas de damasco carmesí), cuatro colchones de lana, y dos colchas. En cuanto al menaje, además del de madera, aportaba dos calderas de cobre, dos chocolateras, un almirez, dos sartenes y dos velones. El mobiliario estaba constituido por una cama, un espejo de talla dorada, cuatro cornucopias, un espejo de tocador y dos cuadros (»uno de la mujer del evangelio» y otro de la Virgen del Rosario.

La ropa no quedaba en el olvido, y además de doce camisas, cinco delantales y doce pares de briales o vestidos de seda, llegaba al matrimonio con un traje de tela de Francia «su campo de flor y baladre» que estaba valorado en 86 libras, otro de «belania» color de rosa guarnecido de plata, dos basquiñas, tres casacas y dos mantos. Partida importante eran los objetos de plata entre los que destacaba la cubertería, pesando todo ello 131 onzas (aproximadamente casi tres kilos y medio) y valorados en 207 libras 4 sueldos. Las joyas estaban tasadas en 227 libras, destacando un aderezo de esmeraldas (100 libras) y una cruz y un collar de perlas, unos pendientes de esmeralda y un «sintillo» de diamantes. De dinero en efectivo aportó 260 libras 13 sueldos, así como cuatro pares de mulas valoradas en 400 libras y una casa en Orihuela, en el arrabal de San Agustín, en la calle de Almunia «que promedia entre la Plaza Nueva y la calle principal de San Agustín», que tenía un valor de 2.000 libras.

Al final, todos contentos, y el matrimonio se celebró en la fecha indicada en la parroquia del Salvador, y mucho más alegre el novio, pues veía incrementar su economía muy sensiblemente. Esto sí fue un braguetazo.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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