POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
En enero de 1959, desde Estocolmo, Nils escribió una carta a su amigo Antonio Conesa. En ella le contó el paraíso que había encontrado en Torrevieja, y comenzó a proyectar los planes de construir en Torrevieja un lugar en donde vinieran gentes de su país.
En abril de 1962 se produjo un segundo y definitivo encuentro de la familia Gäbel con la ciudad de la sal, después de que el primero ya constituyera una tentación poderosa. Sopesaron a Torrevieja favorablemente, tomando la firme decisión de dejar todo en su país a cambio de la alegría de vivir en un rincón de España. Se afincaron en la ciudad de la sal y empezó para ellos una vida nueva y apacible.
Cuando se cambia de residencia –y más en un caso como el presente- cuesta tiempo amoldarse a un nuevo estilo de vida. Se precisa sensibilidad y sentido de la adaptación. Esto fue muy fácil para los hijos de la familia Gäbel. Sus nombres de pila: Lotta, Agneta, Pat y Susan, fueron castellanizados sustituyéndolos los niños torrevejenses por: Carlota, Anita, Pedro y Susana. El rebautizado ‘cuarteto’ se matriculó en el Colegio de las Hermanas Carmelitas. Aprendieron las letras españolas y el ‘argot’ torrevejense. Pronunciaban las ‘eses’ como cualquier niño de los barrios del Acequión o de La Punta y no por ello olvidaron sus tradiciones y costumbres suecas.
A los Gäbel, desde que llegaron, se les veía en todas partes. En la playa asando pescado, en la puerta de su casa, en las salinas, en las veladas del Certamen de Habaneras; en los bailes y verbenas, en esos bares marineros frecuentados, cuando venía algún vapor tripulado por marinería japonesa o portuguesa, y en donde se asaba pescado. En esos lugares Nils Gäbel pasó muchos deliciosos atardeceres con Puck, Carlota, Anita, Pedro y Susana.
La prosperidad de Suecia y del resto de Europa dio lugar a un fenómeno que ahora es habitual también aquí, en España, pero que, a comienzos de los años sesenta del siglo XX, supuso un verdadero impacto sociológico: EL TURISMO, que de forma curiosa fue visto e interpretado a través de cine por los españoles en aquellas películas de Alfredo Landa, José Luis López Vázquez y Tony Leblanc como ‘Tres suecas para tres Rodríguez’ o ‘Amor a la española’.
Fue Torrevieja el lugar escogido para el desarrollo de unas de las primeras ciudades con turismo internacional. El ciudadano sueco Nils Gäbel vio clara la inédita posibilidad de construir una urbanización en la que residieran en los meses de invierno numerosas familias ávidas de nuestro sol. Adquirió los terrenos en la finca de Antonio Soria Sala, ‘Lo Albentosa’, en el paraje conocido como ‘La Manguilla’, donde compró ciento cuarenta mil metros cuadrados para una original urbanización.
Aquellos terrenos se encontraban en la carretera que conduce de Torrevieja a La Mata por la costa, a aproximadamente unos quinientos metros de la Torre del Moro. Eran unos arenales en los que sólo existían algunas matas resecas por el sol y grandes cantidades de arena. En los años que la lluvia era abundante, algunas parejas de perdices y alcaravanes hacían sus nidos en los resecos matorrales, lo que constituía la delicia para los aficionados locales a la caza. Aquellos pioneros suecos fueron los auténticos colonizadores de aquellos lugares convertidos en arenales salvajes y en donde el hombre pocas veces había puesto su pie. Allí se comenzó Nils a construir la mayor colonia de turistas de Suecia que existía en Europa.
España y por supuesto Torrevieja comenzó a prepararse para vender, más y más barato que nadie, unos días de sol, paella, alcohol y un sucedáneo de tablao flamenco.
Aparte del romanticismo que pudiera haber en las proximidades de la Torre del Moro donde Nils fundó la que todo el mundo empezó a conocer y llamar como la ‘Colonia Sueca’, otras razones inclinaron la balanza para afincarse en esta villa marinera.
En la Torrevieja de aquel entonces no se terminaba de entender la atracción que ejercía nuestro litoral a esta familia sueca. Pero, lo cierto es que ellos imaginaban hallarse como una prolongación de África del Norte. La aridez del terreno y el aislamiento, por extraño que podamos pensar, eran dos de los atractivos que nuestra población tenía para ellos. Otro atrayente era, sin duda, el carácter y amabilidad de sus habitantes.
Para los vecinos de aquella tranquila Torrevieja, el proyecto supuso una notable contribución a la expansión que reclamaba la ciudad acogida en las cercanías de la simbólica y venerable Torre del Moro.
Gäbel hizo partícipe a sus compatriotas del hallazgo. Y sus moradores escandinavos fueron traídos por su empresario en una ‘operación’ que benefició indudablemente a Torrevieja. Encargó a la constructora ‘CORSA’, de Orihuela, levantar una casa piloto, a la que vieron a visitar algunos suecos, y les gustó, pidiendo que les construyesen otra junto a aquella.
Las viviendas serían a modo de pequeñas celdas suntuosamente amuebladas y con unas terracitas superiores. Con dos plantas, de ciento cincuenta metros cuadrados la más baja, y un centenar la más alta. En total doscientos cincuenta metros cuadrados útiles. Por fuera aparentaban más pequeñas de lo que en realidad eran por dentro. Además de los jardines particulares de cada chalet se realizó otro comunal de siete mil metros cuadrados.
En su día cada una de las viviendas costó setenta mil pesetas -300. La revalorización en apenas diez años, de 1962 a 1972, fue muy significativa: dos millones de las antiguas pesetas era la cotización para la venta de cada una de estas viviendas.
Con el primer proyecto de la ‘Colonia Sueca’, bautizada con el nombre de `Lomas del Mar´ se levantaron poco más de un centenar de viviendas, ascendiendo a lo largo de la década de los sesenta del pasado siglo, a ciento cincuenta casitas, a las cuales había que unir los apartamentos que ocuparon una veintena de familias que habitaban en el centro de la ciudad. También en la Dehesa de Campoamor y en Cabo Roig se alojaron otras ochenta familias más. Se puede calcular en un número aproximado de quinientos los suecos los que había en Torrevieja de un modo fijo durante todo el año. Tengamos en cuenta que la población de Torrevieja en aquellos años apenas si alcanzaba los diez mil habitantes.
Esta urbanización, junto a la playa de La Mata y a la antigua atalaya anti-berberisca, rebasada por aquella iniciativa privada, hizo que Torrevieja empezara a caminar hacia nuevos derroteros urbanos. Hasta ahora el turismo internacional en Torrevieja se había limitado a mínimas tentativas, a simples balbuceos. Con la `Colonia Sueca´ se produjo la primera avanzadilla turística a gran escala hacia la zona sur alicantina.
Pensemos que en aquellos años ni Alicante, ni San Javier disponían de aeropuerto. Los suecos que venían a Torrevieja tenían que aterrizar en Mallorca, conseguir pasaje marítimo a Alicante y llegar hasta Torrevieja, bien en taxi o traídos por el propio Nils Gäbel en su vehículo particular.
A Nils, cuando se le preguntaba por los defectos que tenía Torrevieja, respondía que vivía en ella como en ningún sitio de Europa, refiriéndose a los defectos añadía: “Es cierto que hay muchos defectos. Pero los hombres amamos más por los defectos del ser amado que por sus virtudes”.
No era el verano la época preferida por los suecos para venir a sus casas de acá, ya que estos meses preferían pasarlos en su tierra al ser el clima más suave y soportable. Era, cuando apretaba el frío el momento ideal para hacer las maletas y marchar a España a disfrutar de unas temperaturas más benignas. El grueso de los suecos, en una palabra, prefería tomar sus vacaciones en invierno que en verano, y eso es lo que siguen haciendo hoy día. Es por ello por lo que las viviendas de la colonia nunca estaban ocupadas en su totalidad.
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 18 de julio de 2015