POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Alfarería es el arte de fabricar objetos de arcilla o barro. Dicho oficio ha permitido desde lo más remoto de la humanidad, a los hombres y mujeres, crear toda clase de enseres domésticos a lo largo de la historia.
Los antiguos alfareros daban forma y consistencia a cacharros, vajillas, tejas, azulejos, baldosas, ladrillos, botijos, ollas, tinajas, etcétera.
Concretamente en el año 1811 en nuestra localidad, el industrial Thomas López, en compañía de su mujer, una hija y un hermano, montaron una alfarería familiar que se especializó en fabricar botijos de diversos tamaños y formatos: a dicha empresa se le denominó Botijería López.
Con posterioridad, la hija de Thomas López, madre a su vez de José María Carrillo López, que tenía un modesto taller de pleita, usando como materia prima el esparto y el albardín, elaboraban piezas de distintas dimensiones y espesor; con el fin de fabricar aperos de labranza, cestos, capazas, cachuleros, sillas y, sobre todo, envolturas de los botijos.
Dado el prestigio de la Alfarería López, José María Carrillo y sus hijos Dámaso, Dorotea, Blas y Joaquín, se especializaron en confeccionar pleita fina con el fin de proteger y embellecer los botijos. De esta forma, por motivos de parentesco las familias López y Carrillo se fusionaron y fabricaron botijos de distintas clases y tamaños.
El grupo de los Carrillo se especializaron en recubrir los objetos de alfarería, en especial cántaros y botijos, con capas de pleita bien urdida y, además, se dedicaron a vender su mercancía por las casas del municipio, así como por caseríos y cuevas del campo; para lo cual disponían de varias mulas y burros de carga; labor que desempeñaban José María y su hijo mayor Dámaso.
Los otros tres, Blas, Dorotea y Joaquín con la ayuda de su madre Francisca Benavente, elaboraban las piezas como verdaderos artesanos. Además, tenían un puesto de venta, de forma permanente en el mercadillo semanal de Ulea a la vez que acudían a los mercadillos de los pueblos colindantes.
La industria fue pujante, hasta el punto de que un hijo de José María, Blas, se adiestró en el arte del dibujo y pintura sobre piezas de arcilla y barro. De esta forma comenzaron a sacar al mercado botijos con letreros y dibujos.
Los botijos fabricados de distintas formas y tamaños tenían una base de sostenimiento (llamado el culo del botijo), un asa en la parte superior o bien dos asas laterales, un pitorro de distinto calibre y un cuerpo llamado panza; en donde se albergaba el agua, aunque, a veces, también se utilizaba para llenarlos de aceite y de vino.
La industria de alfarería y de pleita, desapareció en el año 1900, a raíz del fallecimiento de José María Carrillo López (1822-1900). A pesar de todo, los hermanos Dámaso y Joaquín siguieron fabricando piezas de pleita hasta mediada la década 1920 a 1930.