POR JUAN CÁNOVAS MULERO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TOTANA (MURCIA)
El pasado 24 de julio, víspera de la festividad de Santiago apóstol, tenía lugar en Totana (Murcia) la celebración de Velada entre sombras, una actividad organizada por la Asociación Cultural El Cañico, en el contexto de las fiestas patronales de la localidad.
De igual modo, se encuadra esta actividad en un acentuado deseo por ahondar en las raíces que conforman la identidad de la población, lo que supone un fascinante y positivo ejercicio de lozanía ciudadana, una apuesta que da consistencia al sentido de comunidad. Desde esa perspectiva, profundizar en lo que se ama, en todo aquello que sus vecinos llevan impreso como atributo de su raigambre, propicia una intensa dosis de cariño y afecto, a la vez que conduce a un amplio respeto por la nobleza histórica, cultural y patrimonial que les personifica.
En este sentido, la relación de sus vecinos con Totana no es sólo un nexo de devoción, estima y consideración, sino que es también una búsqueda de sus fragancias, de sus perfiles, de su carácter, de su devenir histórico, con la clara perspectiva de su dependencia del agua que ha hecho de sus gentes, ciudadanos entregados, luchadores y esforzados, acunados en torno a ánimos, creencias, pasiones y prácticas de aguda solvencia.
Es, por ello, la celebración de esta «Velada entre Sombras» un loable ejercicio de encuentro con la esencias. Ante la solidez de este escenario se hace preciso reconocer la iniciativa que pone en marcha la Asociación Cultural El Cañico, en un vehemente programa por indagar en los umbrales, en la génesis, en la evolución y trayectoria de esta tierra, como también su ardiente tarea por defender y promocionar el patrimonio cultural e inmaterial. De igual modo, se ha de significar el apoyo del ayuntamiento de Totana, la acogida de la parroquia de Santiago e indudablemente el aval de todos los participantes.
Nutriendo de luz y calidez a esta evocación se contó con las aportaciones plenas de lirismo, claridad y hondura de los miembros de El Cañico, como también con la dinámica, alegre y musical compañía de los grupos de Ana, de Alfonso Gallego, de Domingos y Festivos, del coro Santa Cecilia, del cantautor Juanfran Esparza y de las entrañables aportaciones de los Amigos de Lourdes. A todos nuestra consideración, gratitud y admiración. Gracias por este ostensible apoyo que no es otro que una apuesta clara, firme y denodada por Totana.
De la confluencia de estas implicaciones se ha nutrido copiosamente esta actividad y en ella, la música, la poesía, el relato, la leyenda… se han combinado, en la magia de la noche, para disfrutar de una agradable sesión en la que hemos puesto la mirada en esa parcela de nuestra historia que, fundamentada en la presencia de los caballeros santiaguista, fue dando armazón, estructura y realidad a una población que aspiraba, desde finales de la Edad Media, a un espacio en el que afianzar su trayectoria, un ámbito en el que fijar sus pasos, en una ansiada búsqueda de seguridad y confianza, encontrando en la primitiva ermita de Santiago un referente de especial custodia. Aquel antiguo témenos, transformado en la actualidad, en consonancia con la estética neogótica, en capilla de La Milagrosa, fue el punto de arranque de este itinerario que guarda connotaciones de reflexión e interpela invitando a la introspección.
Después de deambular por recatadas y encantadoras calles, de detenerse en emblemáticos espacios para saborear la conexión entre pasión e historia se concluía en el templo parroquial de Santiago. En él la amplitud de su simbolismo serena los espíritus. El alarde de su nave central conduce la mirada hacia la luz de la fe, la apertura de su alzado eleva en conexión con lo sublime, la textura de su techumbre mudéjar, una armadura de lazo de «par y nudillo», trabajada primorosamente, anuncia la fuerza de lo comunitario para quedar deslumbrados por la magnificencia de su retablo barroco, sublime oración de belleza. Junto a todo, la excelsitud de saberse incardinados en emociones, fervores, sentimientos, creencias, anhelos y esperanzas que durante siglos han depositado tantos y tantos vecinos en tan sagrado espacio.
Y en este contexto, la figura del apóstol Santiago, El «Hijo del Trueno», al Boanarges del Evangelio, que entregó su vida por la Buena Nueva en tiempos de Herodes Agripa y que la tradición lo sitúa desembarcando en Cartagena para cristianizar las tierras de Hispania. Su estela fue un vínculo de patronazgo para los «freires de Cáceres» que surgiendo en el verano de 1170 se convirtieron unos meses después en «vasallos y caballeros del apóstol Santiago». Indudablemente es esa fuerza que contagia, esa confianza y certidumbre de estos «soldados de Cristo», la que irradia, proyecta e inunda a los vecinos de Aledo y su arrabal de Totana, desde que en 1257 el rey Sabio les entregase esta encomienda para su defensa y custodia. Bajo la impronta santiaguista se adentran en el valle, colonizan y roturan sus feraces tierras, abandonan de modo progresivo la fortaleza de Aledo, aquel espacio que el papa Julio III definiera en 1533 como «in loco fragoso et quasi inhabitabili», llevando a cabo un prodigioso proceso de ocupación, estructuración y configuración urbana, cimentado en instituciones y símbolos y de cuya conjunción brota la entidad poblacional de Totana, una realidad socio-política que acoge a los nuevos moradores, ofreciéndoles amparo espiritual y firmeza material, esta última, tantas veces condicionada por su adversa climatología que sometía a duras condiciones de vida a su sufrida población jornalera, pero cuyo sentido y razón de lucha, conservamos como preciado legado, como valía de esfuerzo y superación.
Es necesario, alentar a todos y cada uno de los vecinos a seguir explorando en las raíces que les constituyen, creyendo en esta tierra, amando su herencia y apostando porque cada día se pueda disfrutar en mayor intensidad de sus valores, siendo capaces de contagiar e impregnar de sus esencias, aromas y perfumes. Totana y su historia, la dignidad y nobleza de sus gentes se merecen esa apuesta.