POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Hace unos días me dispuse a realizar una excursión por un rincón incomparable de los montes de Ulea, en lo más alto del Barranco de Sevilla por su margen derecha; lugar que había transitado hace 65 años, desde los 9 a los 12 años, cuando trabajaba en los montes del Estado, como ayudante en la repoblación forestal.
Me adentré, a la altura de la Casilla de los Forestales, barranco arriba, recordando mis andaduras de antaño. De pronto me encontré con un pequeño repecho que entonces se le llamaba la Cuesta del Búho, en recuerdo a aquél pájaro que cuando cruzábamos, al amanecer, para acudir al trabajo, nos amenizaba con su canto peculiar. En la cumbre de esa cuesta, un poco cansado, me senté para descansar un rato y, a la vez, aprovechar para disfrutar del maravilloso paisaje de los montes.
Reanudé mi periplo y, a los pocos minutos me detuve en un rellano que siendo sincero, no reconocí. Sí, en ese rellano había una fuente pequeña por donde brotaba un chorro de agua, que era aprovechada para saciar la sed en las horas laborables. A esa pequeña llanura con su fuente, se le llamaba y se le sigue llamando La Fuentecica. Hoy, de esta fuente, no queda nada más que el lugar y el nombre: porque hace más de 30 años que se secó.
Como ya no tengo la edad de entonces, proseguí despacio con el fin de recorrer la inmensidad de dicho paraje y, de pronto, me detuve en el Rincón de Murcia. ¿Por qué se le llama así? Es fácil entenderlo, porque desde ese entorno se visualiza la ciudad de Murcia en los días soleados.
Recuerdos de antaño, me retuvieron un buen rato en aquél lugar, pero, como estaba dispuesto a recorrer todo el paraje, me adentré en el inmenso bosque de La Navela en donde el verde de sus pinos y arbustos, es el color predominante de dicho espacio protegido.
Allí, sentado en una piedra, evoqué aquella época, en la que transitaba por aquél entorno cargado de plantas de pino desde la almajara, para que los hombres mayores las plantaran en los hoyos que habían hecho para tal menester. Sí, como era un niño, mi trabajo consistía en abastecerlos de planta y, además, llevarles el botijo del agua con el fin de mitigar la sed y el calor.
La tarde avanzaba y decidí continuar, con la finalidad de regresar hasta la explanada de La Casilla de los Forestales y de pos peones camineros, antes de la puesta del sol. Allí tenía el coche aparcado.
Desde La Navela, avancé más arriba y crucé por Los Losares; una zona de piedras calizas de complicado acceso, en donde apenas existe vegetación. Me detuve y miré en derredor y por La Cuesta de los Clavos, me acerqué a la Loma de las Coronas; el pico más elevado de Ulea.
Allí me senté unos momentos para descansar y, a la vez, disfrutar de la inmensidad de dicho paraje uleano. Sí, desde allí, se divisan todos los pueblos de la comarca, además del serpenteante río Segura, el Gurugú, y la fértil huerta. Incluso, en los días luminosos, se otean en el horizonte las ciudades de Molina de Segura y Murcia.
También, con solo dar un pequeño giro, contemplé la Sierra de la Pila y, a mis pies, se erguía silencioso el cementerio de Santa Cruz; así como el antiguo campo de fútbol de Las Lomas.
Sí, evocando mi andadura, de 65 años atrás, realicé un periplo de ensueño.