POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Seis horas y media, entre un aluvión de romeros y bajo un sol de justicia, empleó este martes la Patrona de Murcia, la Virgen de la Fuensanta, en recorrer el tradicional recorrido entre la Catedral de Murcia, donde cumplidas las ocho salió a la plaza de Belluga, hasta su remoto santuario del monte. Seis horas y media donde no cesaron los piropos, como es costumbre, ni el ir y venir de romeros que, a cada paso, se detenían para aclamarla.

La Patrona lució para la ocasión el manto conocido como el de las golondrinas, por estar bordadas a su espalda junto a un escudo de la ciudad. Fajín y bastón de generala, el que le fue entregado tras la victoria en la Guerra de la Independencia contra los franceses, completaban el atuendo de esta imagen que es patrona de la ciudad desde el siglo XVIII, aunque ya mucho antes se la veneraba en su santuario del monte.

Cuajadas de peregrinos las calles de la ciudad, desde La Glorieta al Carmen, donde como cada año se detiene un instante el paso de plata que le regalaran los marqueses de Aledo para, de forma oficial, volver la imagen a la multitud y despedirse de la ciudad hasta la próxima primavera. «Yo ya no podré verla el año que viene -advertía una joven-, porque me voy en enero a trabajar al extranjero».

Avanza la romería camino del paso a nivel de Santiago el Mayor cuando el sol comienza a acariciarle la cara a la Morenica. Primeras petaladas desde los balcones. Repletos de fieles los puestos de los churreros que, a cada paso, se encuentran por toda la carrera. «Yo vengo del concierto de anoche directamente -explica Jose, un romero de Murcia- y no me he acostado por verla. Para eso ya tendré tiempo».

Pero el tiempo, junto a las andas plateadas, vuela. Una legión de mujeres se arremolina junto al célebre paso a nivel. Esperan que se acerque el trono para conseguir algunas de las flores que lo adornan. Si acaso llegara un tren en ese momento, como ha sucedido en alguna ocasión, la romería se detendría hasta 20 minutos. Hay suerte y la comitiva, donde comienzan a verse abanicos y paraguas porque el calor arrecia, se adentra hasta la parroquia. Es la hora del almuerzo y las barras de los bares se cuajan de romeros.

Parada en la Peña La Breva

A esas horas ya son miles y miles los murcianos que han alcanzado el santuario, donde buscan el mejor lugar donde contemplar la llegada de la Morenica. Pero, para eso, aún faltan varias horas. Abajo, al llegar la Patrona al barrio del Progreso, también como es costumbre, se celebra una nueva parada en la parroquia de la Virgen de Fátima.

Y, solo un poco antes, en plena Ronda Sur los huertanos de la peña La Breva ofrecen a los estantes porrones de mistela y buñuelos en forma de flores. «Desde hace muchos años -explica el presidente de la peña y de la Federación de Peñas Huertanas- nos gusta agasajar a quienes soportan el peso de la Fuensanta». Peso que, bien medido por quienes la alzan cada septiembre al cielo, se cifra en poco más de 300 kilos, pero sobre andas de plata, «de las que te mordisquean el hombro»; advierte uno de los Caballeros.

En realidad, las andas apenas se ven cuando la Morenica alcanza el Progreso. Son tantos quilos de pétalos que apenas brilla su plata bajo el sol que no da tregua. «¡Yo no sé qué va a pasar cuando lleguemos a Algezares!», exclama José Marín, quien asegura haber cumplido con esta tradición desde hace «lo menos cincuenta años». No es el único. Familias enteras caminan, ya no junto a la Patrona, cuyas paradas detienen el cortejo a cada paso, sino delante de ella y en dirección al santuario.

Desde el puente sobre el Reguerón se divisan esa interminable y colorida fila de romeros que se pierden, allá a lo lejos, en Algezares. A ambos lados de la carretera resultan incontables los improvisados puestos de bocadillos y refrescos, de cervezas casi congeladas y bolsas de patatas y pipas… hasta un catálogo interminable de artículos, donde tampoco faltan incluso reproducción en cerámica de la patrona. Sin contar con los miles de abanicos y camisetas que muestran su rostro, o las populares mochilas que ‘La Verdad’ regaló entre sus lectores. «Pues en ellas hemos metido hasta unos zapatos cómodos, por si acaso», reconocía Josefa Guillén, una de las romeras. De fondo, otras mujeres entonan, mal que bien, un pasodoble. «Lo importante, nene, es cantar», advierten mientras, entre risas, también reconocen que la Fuensanta no las ha llamado por el camino de la canción.

Llegada a Algezares

Desde mucho tiempo antes de que la Patrona llegara a Algezares, el cruce hacia el santuario es un hervidero de romeros. Suena la música en unos enormes altavoces y muchos dan cuenta de cervezas heladas y marineras, cuando no pulpo al horno o calamares. Otros, siempre subiendo hacia el monte, se contentan con unos bocadillos y una bota de vino, cuyo contenido, a estas alturas del día, les sabe a gloria. Caliente sí, pero gloria.

Y al fin llega. Un espontáneo le canta desde su balcón mientras la Morenica se aleja para detenerse ante la casa de los Barceló. Historia pura. Y desde aquellos ventanales, en cumplimiento de una promesa antigua, se desgranan sobre la corona de la Patrona miles de pétalos. Desde allí mismo empieza la larga cuesta que, ante la Casa del Labrador -así llamado por al labrador de aquellas tierras pertenecía- anuncia la inminencia del santuario. Solo quedan siete cuestas. Siete cuestas donde solo los estantes del paso, por la dificultad del recorrido, podrán llevarla. Pero son ya tantos años que, como advierte uno, «sube solica, solica. Nosotros solo la aguantamos». Lo insoportable, desde luego, es el calor. «¡Pero eso antes que la tormenta!», exclama alguien entre la multitud. Y así, bajo un sol que encendía los últimos olivos del santuario, la Virgen de la Fuensanta entró, a las dos y media en punto de la tarde, en su histórico santuario. Hasta dentro de seis meses cuando regrese.

Fuente: http://www.laverdad.es/