POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
No quisiera morirme habiendo asistido a un concierto de Raphael. Sobre gustos hay muchísimo escrito; en las críticas expresamos si una obra nos gustó y damos razones, no sólo intuiciones. Los gustos se afinan, siempre que uno profundice en lo sentido, lo analice y tenga un punto de valentía, atente contra la redundancia y el lugar común y se arriesgue a explorar territorios más ricos. Algunas obras nos rozan el alma a primera vista o a primera audición y en la segunda nos tocan los cojones; y si un libro que no merece leerse dos veces tampoco merece leerse una, hay artistoides, pienso en Bisbal, que no merecen una sola oportunidad, y los hay, caso de Raphael, que con una van que chutan. ¡Ah!, pero el afrancesado de la “ph” también se adorna de philarmonía, se viste de seda la mona, no de Mozart o del Cigala. ¡Qué personajes! Por encuadernar sus petulancias se creen poetas.
Fuente: http://www.lne.es/