POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Alfonso de Borbón, que nació cinco meses después de que muriera su padre, el rey Alfonso XII, vino al mundo para ser rey, en el mes de mayo del año 1886, pero no pudo ejercer como tal, hasta cumplir los 16 años su mayoría de edad y jurar la Constitución Española. Para ello, su madre, la Reina María Cristina de Absburgo Lorena, desempeñó el cargo de Regente del Reino.
A partir del año 1902, fecha en que juró el rey la Constitución Española, los asesores reales animaron al pueblo español a que felicitaran al Alfonso XIII, en el día de su santo el día 1 de agosto.
Para ello, según relata Don Postillón, en Murcia teníamos a José Martínez Tornel, costumbrista, escritor, político y fundador y director del periódico murciano ‘El Diario de Murcia’ que animó a sus incondicionales lectores de toda la región a que felicitaran al rey de España el día de tan señalada efeméride.
Entre ellos contaba con los alcaldes de Ulea Antonio Tomás Sandoval, Damián Abellán Miñano, Antonio Valiente Melgarejo, Emilio Carrillo Valiente, Francisco Tomás Ayala, Lázaro Hita Salinas y José Ruiz Rodríguez. Todos ellos tomaron buena nota de los consejos del Sr. Martínez Tornel y, en la onomástica del rey, remitían sus felicitaciones al Palacio Real de Madrid.
Sin embargo, en ese periodo de tiempo entre los años 1902 y 1923, dos de los alcaldes que no comulgaban con la monarquía borbónica rompieron esa norma por considerarla aduladora y trasnochada cuando los pueblos pequeños, como Ulea, eran los grandes olvidados por los políticos regionales y nacionales.
Dichos alcaldes uleanos, se solidarizaron con otros de la comarca y, su discrepancia con los órganos de poder, cayó tan mal a los políticos de la capital murciana, que fueron destituidos de sus cargos, de forma fulminante.
En Ulea, un día de San Alfonso ondeó la bandera nacional en el balcón del Ayuntamiento y, los sucesivos curas párrocos, Juan Antonio Cerezo Ortín, José Azorín Piñero y Juan de Dios Zagalé Fernández, celebraron misas cantadas, en la iglesia de San Bartolomé, con grandes sermones patrióticos y continuos volteos de campanas. Además -como si se tratara de las fiestas patronales- se culminaba con un espléndido castillo de fuegos artificiales.
Alguno de los alcaldes, a instancias de los párrocos, todos los días 1 de agosto efectuaba cuestaciones y actos de caridad.
El eco de las campanas de la iglesia parroquial, se extendía por todos los rincones del pueblo y de la huerta, dejando de repicar únicamente a las 12 horas del mediodía: la hora del rezo del Ángelus. Ese momento no lo alteraba ni el rey; esos instantes eran sagrados.
Alfonso XIII, sabedor de que tenía adeptos y detractores, aireó en los medios de comunicación una máxima: “Quiero ser rey para los monárquicos y Jefe de Estado para los republicanos” hasta que en el 28 de febrero de 1941 renunció y se exilió en Roma.
Varios regidores uleanos consideraban que el rey era merecedor de esos agasajos festivos, pero otros, estaban convencidos de que tal boato era humillante, si antes no tenían para comer y vestir los menos afortunados.