POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Todos sabemos que jubilarse viene de júbilo. Es decir, se debería aceptar como una bendición llegar a la edad de dejar el curro y seguir cobrando. Hoy esto es frecuente en países desarrollados. Antes no pasaba. La mayoría de los trabajadores moría en el tajo. Así de claro. Lo que sucede es que nos negamos a ver lo rápido que hemos progresado, instalados en un pesimismo tan español como la paella. Y que bastantes trabajadores no piensan en la jubilación hasta que se les echa encima, sobre todo si realizan un trabajo grato y bien remunerado. Entonces, cuando un amanecer cualquiera notan que no tienen nada que hacer, llega la depre. Entonces pululan por las calles convertidos de golpe en viejos cascarrabias, derrotistas y pelmas; adictos a internet, o a tertulias televisivas que crispan. Cuando se aterriza en esto último la cosa ya es grave. De ahí a la tumba va un paso. Porque si algo envejece al ser humano, aparte de imponderables de salud, es el tedio, el cabreo, y dedicarse a dar el peñazo al prójimo con batallitas que empiezan con la frase “en mis tiempos..”; cuando el único tiempo de cada uno es el presente: el pasado, no volverá, y el futuro no nos pertenece.
Yo creo que en los colegios se debería estudiar de la historia de Seguridad Social, de las pensiones, y los demás derechos que los trabajadores conquistaron. Acaso así, al llegar a la edad laboral, la gente fomentaría sus aficiones, y sería más previsora, calculando lo que le va a quedar de pensión con lo que cotiza. Porque, dejando a un lado estos años de crisis, creo que en una vida laboral de cuarenta años hay margen para algún ahorro. Sé que no es políticamente correcto lo que digo; que me perdone el que hizo lo que pudo y ahora lo pasa mal; pero digo lo que he visto. Y lo que he visto ha sido infinidad de familias de clase media empeñadas hasta las cejas para pagar una primera comunión, bautizo, boda o entierro de lujo. Familias camino del veraneo con cuentas bancarias en números rojos. Hipotecadas por un pedazo de coche que no necesitaban, o por un casaplón forrado de aires acondicionados. Familias que no negaban un capricho al nene para evitarle un trauma. Que pagaban sicólogos particulares a zánganos, objetores escolares, por ejemplo. Luego llega Perico con las rebajas, al jubilarse, o al verse en la calle por un ERE, y todo se vuelve odio hacia papa- estado, o hacia el vecino que antes hizo el papel de hormiga del cuento, y ahora se puede permitir tomar una cervecita con la parienta los domingos, o apuntarse al viaje del Inserso. Ésta es una de las caras del jubilado, la del rencor. Pero hay otras. Por ejemplo, la de quien, simplemente, se aburre. Eso sí que tiene delito. Porque, con lo corta y puñetera que es la vida, al que se aburre cobrando y sin trabajar se le debería poner un impuesto especial, y apuntarlo a una escuela en la que enseñen lo que es la inteligencia emocional, la que más importa y escasea. Yo lo examinaría todos los lunes de la historia de la Previsión Social en Europa, para que se enteren de que fue en Alemania, a finales del XIX, bajo el gobierno de Bismark, cuando se empezó a pensar en el subsidio de vejez. Y que en España la primera iniciativa al respecto no llega hasta 1908, con el Instituto Nacional de Previsión; aunque la protección generalizada no se aplica hasta 1919, con el llamado “retiro obrero obligatorio” a los 65 años, que subsidiaba al jubilado, siempre que sus ingresos al año no superasen las 4.000 pts. Por entonces la pensión mínima anual era de 360 pts. Pero se permitía cotizar más al que quisiera cobrar el máximo permitido, 3.000 pts. al año. Entonces no se aburrían los jubilados. Nos les daba tiempo. Sí, tenemos pensiones demasiado bajas en la actualidad. Es verdad. Pero la teta de la vaca no da más Si no cambiamos el sistema, acabaremos como los griegos. Dice mi papelera.
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jubilados jubilosos. 20-08-2015
Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 20 de agosto de 2015