POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante el siglo XIX, en Ulea, la asistencia a las funciones religiosas de la Iglesia, era una cuestión muy controvertida. Entre las autoridades civiles y religiosas, existía buena correspondencia; aparentemente correcta, si bien, como se trataba de los dos poderes fácticos del pueblo, se miraban de reojo. Guardaban las formas y habían acuñado un código de no agresión: ambos se necesitaban mutuamente.
La asistencia a los ritos de la Iglesia, tanto en Semana Santa como en fiestas patronales, estaba oficializada y, por consiguiente, los corregidores ocupaban los sitiales que los sacerdotes tenían reservados para ellos. Sin embargo, como, generalmente, dichos ediles solían ser los terratenientes del pueblo y, en dichos días festivos se daban las vacaciones al personal del Ayuntamiento, los miembros de la Corporación se tomaban esos días de descanso y se marchaban a sus fincas de recreo o atendían las labores de sus campos.
Algunos corregidores, muy pocos, carecían de posesiones y, al no tener otras ocupaciones, acompañaban a los clérigos en sus funciones religiosas.
En dichas fechas de fiesta y recogimiento, se efectuaban grandes sermones en las misas solemnes y, en la Semana Santa durante los Vía Crucis procesionales por las calles, se efectuaban elocuentes panegíricos por eminentes misioneros, mayoritariamente, dominicos y franciscanos. Sí, los vecinos sencillos, seguían con devoción los ritos y sermones, aunque buena parte de la población le daba preferencia a sus asuntos particulares.
Atrás había quedado la terrible epidemia de cólera en la que se emplearon a fondo Joaquín Miñano Pay (alcalde de Ulea) y su tío, el fraile dominico Jesualdo María Miñano López, que tras su regreso de Filipinas, coincidió en nuestra parroquia, como cura ecónomo y fabriquero, con los Curas, Propio y Encargado Manuel Jouvé Viñas y Atanasio Moreno Moreno, entre los años 1865 y 1875.
Pues bien, cuando tenían lugar dichos eventos religiosos, el alcalde Joaquín Miñano, con sus hermanas Teresa y Josefa, se marchaban a la finca que la familia Miñano tenía en el campo y se alojaban en la casa de su propiedad; la legendaria Venta Puñales. El alcalde Joaquín Miñano Pay, aducía estar agotado y, esos días, los aprovechaba para descansar y organizar las labores de sus tierras.
Su tío, un dominico de gran temperamento, sancionó dicho comportamiento, a pesar de qué, el primer edil, harto de las intromisiones de su tío en la política de los uleanos, le aconsejó que se dedicara a su labor pastoral y le permitiera efectuar su trabajo, en beneficio, sin sobresaltos. Los tres hermanos Joaquín, Teresa y Josefa: huérfanos de padre y madre, desde pequeños, se sentían tutelados por, su tío, el fraile -que era hermano del padre. En algún momento, Joaquín, llegó a decirles a sus hermanas si el tío no estuviera enfermo y fuera tan mayor, sería capaz de quitarme la alcaldía.