POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
La sal ha sido siempre un bien muy preciado, es uno de los elementos que no puede faltar en todas las mesas, no es un elemento cualquiera, es la única piedra comestible, consiguiendo formar parte de la historia del mundo desde prácticamente el inicio de las civilizaciones. La sal es también un elemento de conservación muy importante en la vida actual necesaria tanto para los hombres como para el resto de animales, debiéndose a ella que surgiera en el siglo XVIII la población de Torrevieja.
Pero la sal no es la única piedra útil que se ha dispuesto en estas tierras. En Torrevieja y sus cercanías han existido y se han trabajado a cielo abierto muchas explotaciones minerales a las que les debemos numerosos beneficios.
En el primer tercio del siglo XIX, el capitán inglés S. E. Cook, se refirió a las margas yesíferas de la zona del Campo de Salinas, que junto con areniscas de muy diversas consistencias y calizas predominan en el paisaje geológico, encontrándose restos de instalaciones para la extracción de yeso blanco, casi sacárido, como la de José Martínez López, ‘el Taranta’, actualmente convertida el ‘Castillo de Conesa’, en la carretera de Rebate. Ocupaban una gran extensión, y se venían explotando desde muy antiguo, surtiéndose de ellas muchos pueblos de la comarca, que se llevaban, bien el yeso ya fabricado en varias yeserías instaladas a pie de cantera, o bien la piedra para cocerla en el lugar donde fuera a ser utilizado.
De algunos estratos calizos se obtenía cal común en hornos alimentados in situ, alimentados con leña. En Torrevieja había dos que surtían de cal para el blanqueo de paredes y en los trabajos de mampostería. El de Vicente Rebollo estaba situado al final de la calle Capdepón -hoy calle Rambla de Juan Mateo; y otro horno al final de la calle Zoa, próximo a donde hoy se encuentra el colegio público Cuba, donde también se cocían tejas y ladrillos que se empleaban en construcciones modestas, pues para las de más categoría se transportaban de las acreditadas fábricas del Algar –Campo de Cartagena- y a veces de Alicante, todavía más renombradas.
En las cercanías de La Mata se encontraba una magnífica cantera de piedra tosca o arenisca que tenía la doble propiedad de cortarse con facilidad y de endurecerse en contacto con el agua. La piedra era utilizada para la fabricación de sillares, además de gran cantidad de lavaderos, fregaderos, piletas y abrevaderos. En los patios y exteriores de la mayoría de las casas de Torrevieja se disponía de uno de estas pilas.
Entre la laguna de las salinas de Torrevieja y la costa, próximas al cementerio, se encuentran, aún hoy, algunas lomas de poca altura de donde surgen bancos de arenisca de un metro de espesor, con una ligera pendiente hacia el mar, recubiertos por una ligera capa de travertinos formados en el mioceno, entre veintitrés y cinco millones de años.
A finales del siglo XIX, frente a la actual playa de los Náufragos, se abrió una explotación por medio de excavaciones de poca profundidad, en los puntos donde la arenisca era más consistente, con destino a construcciones en general, obteniéndose también algunas piezas de sillería, muchas de las cuales fueron destinadas a la construcción del actual templo parroquial de la Inmaculada Concepción de Torrevieja. También se extrajo arenisca para los bordillos de las aceras de la población. Debido a que muchas de las veces no se acertaba en la elección de los lugares a excavar y las piezas obtenidas sufrían una rápida descomposición a la intemperie.
En las cercanías de la playa de Los Locos se hicieron en 1915 unas excavaciones poco profundas de donde se sacaron los primeros bloques para la construcción del dique de levante del puerto; pero debido al mal resultado de este material, se continuaron las obras con piedra transportada del término de Santa Pola. Para la terminación y para el espigón del dique de poniente se utilizaron calizas triásicas procedentes del cabezo situado cerca de la estación de ferrocarril de Albatera-Catral.
Dice una leyenda que, en cierta ocasión, un administrador de las salinas colocó una gran piedra dificultando el paso por un camino que daba acceso del lago salado a las Eras de la Sal, construida con bien labrados sillares de piedra arenisca. Se escondió y miró para ver si algún obrero dedicado al acarreto de la sal quitaba la descomunal piedra. Algunos pasaron simplemente dando una vuelta; muchos culparon al jefe de las salinas por no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo nada para sacar la piedra del medio del camino.
Un carretero, que pasaba por allí con su vehículo repleto del blanco género camino del embarcadero de las Eras, la vio. Al aproximarse a ella, se detuvo, bajó del carro y trato de mover la roca hacia un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, con gran esfuerzo, lo consiguió. Cuando ya se disponía a seguir su itinerario, vio una bolsa en el suelo, justo donde había estado la roca.
La bolsa contenía muchas monedas de oro y una nota del administrador de las salinas diciendo que el oro era la recompensa para la persona que removiera la piedra del camino. El carretero aprendió ese día que cada obstáculo puede estar disfrazando una oportunidad.
Y es que, con las piedras en los caminos: el distraído, tropieza con ellas; el violento, las utiliza como proyectil; el emprendedor, construye con ellas; otros, cansados, las utilizan de asiento; para los niños, es un juguete. Con una de ellas David mató a Goliat; y Miguel Ángel, le sacó la más bella escultura. En todos estos casos, la diferencia no estuvo en la piedra, sino en el hombre… No hay piedra en tu camino que no sirva para el desarrollo. Pero muchos de nosotros, además, también nos las comemos.
Fuente: http://www.laverdad.es/