POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Son casualidades que nos depara el calendario. Por esta razón, hoy viernes y para más señas día 4 del mes de diciembre, dentro del mismo se conmemora la festividad de Santa Bárbara, patrona de los artilleros, mineros, bomberos y pirotécnicos o ‘polvoristeros’, que decimos en esta tierra. Probablemente, el único mérito de esta mártir para ostentar dicho patronazgo radique en el hecho, de que una vez que fue martirizada, y degollada por Dióscoro, su padre, al regresar éste hacia su casa, se originó una gran tormenta y un rayo cayó sobre el mismo y lo fulminó. De ahí, el dicho: «solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena». Lo cierto es que esta mártir del siglo III, que es venerada y queda incluida en el santoral ortodoxo y cristiano, fue recluida por su padre en una torre en la que existían dos ventanas. Ella, por su propia iniciativa mandó que se abriera otra más, porque consideraba que la luz entraba desde un mismo sitio por tres partes, lo que simbólicamente identificaba con la Santísima Trinidad, o sea una misma luz (un solo Dios), que nos llega a través de tres aberturas (tres personas; Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Al percatarse Dióscoro que Bárbara se había convertido al cristianismo, la denunció a Martiniano, pretor de la provincia de Nicomedia, el cual la condenó, haciéndola sufrir flagelación, el potro, desgarramiento con rastrillos de hierro y decapitación a manos de su propio progenitor. Lo cierto es que la devoción a la misma fue en aumento y por aquello del rayo, comenzó también a ser venerada por las profesiones antes indicadas. Así, según Gisbert, entre las cruces extramuros existentes en Orihuela, en 1713, se fabricó una en la Puertas de Murcia o Paseo de San Francisco, costeada por la Ciudad, en la que sobre una columna de piedra blanca aparecía la cruz con las imágenes de Cristo y Santa Bárbara. Esta cruz fue destruida durante la Guerra Civil. Años después, en 1765, la devoción de Bárbara Picó Miralles de Imperial, viuda en primeras nupcias del doctor Sebastián Ximénez de Mazón y consorte en segundas de Cosme Gil de Ortega, entronizó en la fachada de su casa un cuadro con la imagen de la Santa.
Actualmente en la Catedral oriolana, en la capilla que con anterioridad daba acceso a la por desgracia derribada capilla del Bautismo, se da culto en el altar a Santa Bárbara, que aparece con la palma del martirio y a sus pies una torre con tres ventanas. Esta imagen, se fabricó en sustitución a la que se veneraba en la capilla del Castillo y que fue también destruida en la citada guerra. Asimismo, indica José Soler Cardona, que la talla es obra de José Sánchez Lozano y fue donada por el canónigo José Rubio. En esta capilla, en el lateral derecho, según se accede a la misma, se venera a Nuestra Señora del Popolo, y frontera a la misma, en la parte alta se encuentra el sepulcro del obispo José Esteve que gobernó la Diócesis entre los años 1594 y 1603.
Regresando al Castillo, la imagen de Santa Bárbara estuvo entronizada en su capilla hasta el año 1737, en que milagrosamente el 3 de diciembre se salvó a pesar de ser haber sufrido la fortaleza una explosión, en la que perecieron quince soldados. Desde el castillo, se trasladó la imagen a la Catedral, pasando luego a la Capilla de Loreto.
Pero ésta no fue la primera vez que la imagen de la mártir sobrevivió a una explosión, ya que años antes, en la Guerra de Sucesión, cuando Orihuela después de haberse decantado a favor del archiduque Carlos de Austria, y haber entrado a saco en la ciudad el cardenal Belluga al frente de las tropas borbónicas, el 10 de octubre de 1706, se vio la necesidad de emprender obras urgentes para la defensa de la plaza. Para ello, el mariscal Berwick en el mes de noviembre encomendó la ejecución de las mismas al ingeniero y sargento mayor Patricio Bourk. Asimismo se dejó en el Castillo una guarnición que lo pusiera a seguro en el invierno. En el mes de mayo de 1707 todavía no se habían concluido dichas obras, cuando a las ocho y media del día 28 de mayo, un rayo o ‘centella’ se introdujo en la mazmorra donde se almacenaba la pólvora. Al prender ésta, voló parte del castillo y perecieron noventa soldados, de cuyos cuerpos sólo aparecieron 23 completos. Éstos pertenecían al Regimiento de Madrid, acantonado en Orihuela, al frente del coronel Juan Antonio Aranda.
En esta ocasión, no les debió de dar tiempo a dichos soldados para acordarse de Santa Bárbara y la masacre debió de conmover tanto a los partidarios de uno como de otro bando. A las cinco de la tarde del día siguiente, se celebró el entierro del capitán comandante Antonio Sayago y de los capitanes Joseph Monreal y Baltasar de Ávila, con la asistencia del clero de las tres parroquias y de las comunidades religiosas de agustinos, franciscanos, carmelitas calzados, mercedarios, alcantarinos, trinitarios y capuchinos. En la Catedral se efectuó el funeral con la presencia del obispo José de la Torre y Orumbella, tras el cual los cuerpos de los capitanes fueron inhumados en esta iglesia. Asimismo, los de los soldados que pudieron recuperarse completos fueron enterrados en el vaso de la Cofradía del Santísimo en la capilla de Loreto, mientras que los restos que se hallaron de los demás soldados, lo fueron en un foso que se excavó a tal efecto en el Castillo.
Después de todo lo narrado, siempre procuro acordarme de Santa Bárbara cuando truena, y no me avergüenza decir que, incluso los truenos fabricados por el hombre, siempre me han dado miedo.
Fuente: http://www.laverdad.es/