POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Cuentan que la noche se encendió en lágrimas de fuego que iluminaron, como un llanto estrepitoso de astillas celestiales, la ciudad entera. El horizonte velado de la amanecida huertana se rasgó en mil pedazos. Entre las llamas, aunque apenas durara un instante, sus ojos compasivos parecieron cuajarse de sollozos. Los querubines que la rodeaban, como si imploraran clemencia, abrazaban sus divinos pies, aunque la algarabía de gritos y maldiciones impedía escuchar sus voces diminutas y cristalinas. Sólo el dragón que uno de ellos hería, henchido de gozo, esbozó una mueca de victoria antes de convertirse en cenizas. Fue entonces cuando Murcia perdió su más preciado tesoro.
Sucedió en 1931. El miércoles 13 de mayo. El plano de san Francisco, donde brotan cada amanecida los aromas de la huerta que se condensan en Verónicas, aún mantenía la congregación que honraba al santo. Junto a sus muros, la desaparecida iglesia de la Purísima custodiaba una talla de esta advocación, obra de Francisco Salzillo. Era la Purísima Concepción. Muchos autores han mantenido que era la obra cumbre de Salzillo. Sin embargo, no existen demasiadas imágenes para sustentar esta afirmación. Al menos, hasta una feliz casualidad sucedida en 2008, el sorprendente hallazgo de un primer plano de la talla. Podrán ustedes verlo en la Red porque, como todo lo bueno, cunde mucho. Como también cunde la poca vergüenza de no reconocer -¡Hasta ahí se podía llegar, hombre!- el poquito mérito de quien lo encontró. Les cuento.
Andando perdido en los archivos históricos de Murcia, que no es mal lugar para perderse, en una remota edición de un no menos remoto diario me encontré con dos fotografías inéditas de la célebre Inmaculada. Y comprobé con alegría que estaban datadas apenas dos años antes del incendio. En una de ellas se observa la talla completa de la Purísima, que está sin su característica corona, en el altar donde recibía culto. El camarín de la Purísima, decorado por Pablo Sistori, atesoraba aquella talla que el escultor Benlliure sentenció como «la obra cumbre de Salzillo». No fue el único. José Tormo, en su Guía de Levante, al describir la pieza animaba a los viajeros con un exclamación: «¡Súbanse al camarín!. Otros se atrevieron a más.
El doctor Esténaga advirtió de que su factura era «más perfecta que la del Ángel y la Dolorosa» que aún atesora la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El inolvidable Fuentes y Ponte, erudito y apasionado conservador de nuestra Murcia, rubricó semejantes halagos en su obra Murcia Mariana. Hubo quien lo acusó de padecer miopía; pero lo cierto es que él si subió al camerín para tomarle medidas a la talla. Tampoco le faltaron cánticos y oraciones que extendieron el fervor y la fama de su belleza por la ciudad.
El descubrimiento de esta antigua fotografía, que permitió a miles de murcianos conocer la talla, supuso un hallazgo de gran interés. Sobre todo, porque la instantánea permite apreciar detalles imposibles de percibir en el resto de fotografías existentes -acaso una o dos- porque casi todas fueron tomadas a distancia.
Las obras en la que fue iglesia gótica de la Purísima comenzaron en el siglo XV, bajo la protección de los Caballeros Concepcionistas. El templo, utilizado por los padres franciscanos que habitaban el convento contiguo, dio nombre a un hospital para sacerdotes que, en el año 1701, se levantó junto a la iglesia. Extinguida la orden de caballería, la Familia Fontes se encargó de perpetuar los cultos, no si antes establecer algún litigio con los franciscanos por la propiedad del inmueble.
Primer renacimiento
La iglesia de la Purísima tenía una sencilla portada de sillares de piedra, con una sola puerta, sobre la que se abría una hornacina, que custodiaba la talla de la Virgen en un retablo del primer renacimiento. Más arriba, había un hueco donde se volteaba la única campana del santuario. En el interior, compuesto por una nave, había ocho capillas. La primera de ellas, según se entraba a la izquierda, estaba dedicada a San Martín. En su interior se conservaron durante muchos años dos balas de cañón que fueron disparadas en 1706 por las tropas del archiduque contra la ciudad, que defendía el cardenal Belluga.
Tan bella era la imagen de la Purísima que ni Salzillo ni la familia Fontes se atrevían a ponerle precio. De hecho, pasaron algunos meses antes de que el escultor reconociera que la talla era un regalo.
Entonces, los Fontes enviaron 12.000 reales en una caja de cartón, que también contenía varios obsequios, uno por cada miembro de aquella casa. Ahora, ochenta y siete años después de que se fotografiara un primer plano de su rostro, y siete después de que servidor lo descubriera, los murcianos pueden valorar si realmente es la talla más soberbia de Salzillo.
Fuente: http://blogs.laverdad.es/