POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hay una frase que se empleó hace años que ha quedado en la mente de muchos. Me refiero a la que pronunció en Las Cortes el 22 de julio de 1969 el Jefe del Estado, Francisco Franco, para referirse a la elección de su sucesor en la persona de Juan Carlos de Borbón, a título de Rey, indicando que «todo queda atado y bien atado», frase que ha continuado utilizándose para otras muchas cosas. De hecho, cuando algún directivo de un equipo de fútbol ha comprado a un árbitro o a un jugador de un equipo contrario, siempre en su interior habrá pensado que estaba todo afianzado. Al igual que cuando antes se celebraba un enlace matrimonial todo quedaba unido hasta que la parca hacía su aparición y el ayuntamiento se rompía por esa causa natural, tan natural como es la muerte.
Ahora no es así y toda esta situación con el divorcio se soluciona. Ahora bien, antes de ello, se daba el caso de aquél cura de un pueblo andaluz que decía cuando celebraba una boda que «lo que ata Dios que no lo separen las rusas». Bien, sea así o no, siempre es bueno dejar las cosas solucionadas y si incidimos en todo el discurso anterior, es conveniente dejarlo todo «atado y bien atado».
Para ello nada mejor que reflejar por escrito los acuerdos mediante un contrato. Aunque hay que reconocer que cualquier pacto cerrado con un apretón de manos ha tenido su valor, tal como muchas veces se ha demostrado. Pero no siempre ha sido así y antes para cualquier tema se recurría al notario que dejaba en su acta constancia de los compromisos que se contraían, obligándose al cumplimiento de los mismos.
En referencia a esto último viene a colación la obligación que, allá por 1764, concretamente el día 25 de julio, adquiría un carpintero con las religiosas de Santa Clara del convento de San Juan de la Penitencia de nuestra ciudad. Esta orden femenina fue la primera en fundar en Orihuela, el 17 de febrero de 1490, y la cuarta después de los mercedarios, agustinos y franciscanos recoletos. En el año citado en primer lugar era abadesa sor Isabel Pisana que había tomado el hábito en 1732, profesando al año siguiente. Según Mari Cruz López Martínez en esa fecha el convento disponía de 3.275 libras de rentas, a las que restándoles algunas cargas, en neto disponían de 2.483 libras 12 sueldos. Asimismo habitaban en el convento un total de 24 religiosas, de las que 21 eran de coro, una novicia, una lega y una donada o sirvienta. De igual modo estaban asistidas por dos padres vicarios confesores, un mayordomo y dos mandaderos. José Montesinos, cuando describe el convento, refiere que gozaba de un «grande capacísimo jardín» o huerto que producía flores y diversas clases de frutos y que en su centro existía una noria que lo regaba, tomando agua de la acequia de Callosa, «en la que tiene de posesión inmemorial» dicha noria «que la hace andar continuamente». Creo que en esta ocasión el citado Montesinos se confunde pues la acequia de que se trata era la denominada como «Azequia Madre que llaman de Almoradí» lindera con el citado huerto del convento para su riego y toma de agua. El asunto en cuestión es dicha noria que varias veces fue renovada, siendo una de ellas la construida por el carpintero Vicente García importando 40 libras. Asimismo en otras tantas ocasiones el convento mantuvo pleitos con los síndicos de dicha acequia debido a la servidumbre de las aguas y la noria. En nuestro caso, en el año 1764 ya indicado, el carpintero José Senent se obligaba a una serie de condiciones ante el notario Juan Ramón de Rufete, siendo testigos el brochero Andrés Pérez, el zapatero Juan de la Barrera y el labrador Blas Martal, todos ellos vecinos de Orihuela.
En el mes de marzo del año anterior el carpintero trató con las clarisas y con su procurador y síndico del convento Miguel Liminiana, el mantenimiento de la noria y efectuar en ella su tablacho y canal, con todas las reparaciones que hicieran falta por un periodo de diez años desde el citado mes de marzo, por un importe de 8 libras anuales, cantidad ésta que se haría efectiva por parte de las clarisas, siempre y cuando que las reparaciones que se realizaran no excedieran de la mitad del valor del artilugio hidráulico, pues en caso contrario, los trabajos serían con cargo al convento.
Por otro lado, en el caso de que la noria llegara a destruirse, si no era culpa del carpintero, no se le consideraría responsable. Así, quedaba todo atado y bien atado y, por supuesto la noria del huerto de las clarisas no sería de la envergadura de aquellas que tuvimos ocasión de apreciar en Hama (Siria), con sus veinte metros de diámetro, arrojando desde el río Oronte un caudal de algo más de cien litros por minuto. No sé lo que debió de pasar con la del convento de San Juan de la Penitencia e ignoro si las de Hama seguirán en pie, después de haber sobrevivido casi tres milenios. En estas, como en otras muchas joyas artísticas, como las ruinas de la ciudad nabatea de Palmira, a pesar de haber quedado todo atado y bien atado, ya no solo con la consolidación de riqueza a través del turismo y con la declaración por parte de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, las manos de la barbarie humana y la incultura saben romper como nadie todos los ‘atado y bien atado’, incluso la vida de los hombres.
Fuente: http://www.laverdad.es/