POR JESUS GARCÍA JIMÉNEZ, CRONISTA OFICIAL DE FUENTELCÉSPED (BURGOS)
El principal de mis “pesares” al no haber nacido y haber sido criado desde mi más tierna infancia en Fuentelcésped, pudiera haber sido la frustración de no haber podido ser danzante, puesto que contaba con algo más de 20 años la primera vez que mis ojos contemplaron la Villa de Fuentelcésped, y esa edad, por supuesto, es demasiado avanzada como para meterte dentro del traje infantil, que no de adulto, de los Danzantes de Fuentelcésped, como, igualmente, aprender adecuadamente eso de “palotear”, “calle arriba”, “cuatreo”, “calle abajo”…palabrejas (con perdón) que al profano, como a un servidor al principio de la década de los setenta, la verdad que le pueden sonar a tibetano, por no caer en la utopía de “chino”.
Recuerdo con cierta nostalgia aquellos tiempos y que el cura párroco era don Sabino, que permaneció como presbítero hasta finales de dicha década, eso como uno de los pocos datos puntuales de entonces, e igualmente viene a mi memoria que durante esos años, la ausencia de dulzaineros para acompañar las danzas, la suplía una cinta reproducida por un radiocasete colocada sobre la carroza; grabación interpretada por Toribio y Félix Martín “Los Perúles”, últimos dulzaineros que en una época anterior tuvo Fuentelcésped; mientras, alternadas con la jota segoviana una por una se ejecutaban las danzas que solo se realizaban 5 de las diez que hubo en un principio, según me refirieron los más ancianos de la Villa.
Pronto supe que esas fiestas que se celebraban en el mes de Junio, y los danzantes “salían a la palestra” fue declarada de Interés Turístico Nacional, pero ignoro en qué fecha se produjo tan acertado nombramiento. Lo que es cierto, es lo poco promocionados que están y han estado nuestros danzantes, una composición donde se mezcla el colorido con una técnica aprendida tras muchas horas de ensayo y paciencia del responsable de la citada ejecución: El Zarragón.
Como dicen que lo que gusta se aprende pronto, me quedé con la parte final de las danzas, conocidas en el argot de los danzantes como “el palillo” una ejecución sumamente rápida donde los danzantes a una velocidad semi – vertiginosa, se entrechocan los palos. Para el profano el palillo de todas las danzas sería idéntico, más no es así, es igual en todas las danzas excepto en una: La Marcha Real, cuyo comienzo tiene “cierta particularidad”
Aunque hay datos de la conocida “Traída de la Virgen de Nava”, festividad que según se afirma se viene celebrando desde la mitad del siglo XVIII; a los danzantes se les supone una antigüedad ligeramente anterior, curiosamente las danzas gozan de más antigüedad que la festividad en sí, de la que tanto ellos (los danzantes) como la imagen, supuestamente gótica, de la Virgen de Nava, son los principales protagonistas. Y hablamos de la supuesta antigüedad de los danzantes, muy anterior a la que tradicionalmente se contempla que se fija a finales del siglo XVIII, y no es así, puesto que según hemos indagado, hayamos un documento en el registro fechado en 1.735, en el que se realiza un presupuesto municipal para adquisición de “zapatillas para los danzantes” lo que confirma la anterioridad referida, queriendo decir con ello de ser bastante anterior los orígenes atribuidos.
Junto con mi admiración por estas danzas, siempre ha andado pareja mi impotencia sobre una acertada labor de promoción de las mismas, pues triste resulta que cosas que carecen de importancia sean adornadas con un aurea de pseudodivinidad de interesante, cuando sus carencias superan a sus bondades, y no en el caso que nos compete: Los danzantes.
Luego si hay la suerte del mismo modo que aparece un Ernest Hemingway en el Café Iruña de Pamplona y solamente con su pluma convierte unos encierros taurinos en la máxima atracción mundial de la capital del antiguo reino de Navarra; podría haber hecho lo mismo aterrizando en Fuentelcésped antes de su suicidio, y tomarse un vino en el bar de Pepe antes de echar con algún paisano una partida al futbolín; seguro que estos les habrían invitado, aparte de bajar a las bodegas, a conocer a nuestros danzantes, que hubiera hablado de ellos tanto como hablo de la Guerra Civil y los encierros a Pamplona. Y eso que encierros con más solera y antigüedad los tenemos próximos de nuestra Villa en dos provincias vecinas, me estoy refiriendo a los segovianos de Cuellar y a los vallisoletanos de Peñafiel, pero allí no estuvo Hemingway para hablar de ellos, por eso mayoritariamente al igual que nuestros danzantes pese a sus enormes meritos, pasarán sin pena ni gloria a la espera de que la inteligencia humana, el conocimiento adecuado y el buen gusto de un paso a su favor y ocupen el reconocimiento debido en su momento y en su lugar correspondiente.
Por estas cosas, y viendo lo que hay en este planeta, no es de extrañar que se busque en otro vida inteligente.
Pero nada mejor que para conocer a los danzantes, las fiestas… lo nuestro, irnos a una antigua crónica de nuestro paisano Luis Miguel de Blas, que aparte de entender de buenos vinos también es experto en nuestra tradición. El siguiente artículo, con seguridad para muchos, gozará de alguna imprecisión si no se tiene en cuenta que fue escrito hace muchísimos años, concretamente en 1.982, y aunque lo básico no ha variado, si han cambiado pequeños aspectos de ese protocolo original que Luis Miguel nos describe con cariño a su pueblo, a sus danzas y danzantes.